Reflexiones entorno al aborto
El autor del artículo, declarado antiabortista, señala que es la medicina la que ocupa un lugar clave en los procesos crecientemente totalitarios con los que se desplazan los problemas personales y morales a la zona de lo científicamente neutro. Con frecuencia, el movimiento proaborto -añade- acusa a los contrarios de oscuras motivaciones. La evidencia histórica está contra ellos.
La crisis de la religión y de las ideologías que, como el marxismo, han funcionado como religiones de recambio ha favorecido el ascenso de la fe cientista: el intento de reducir las cuestiones de valor a cuestiones de hecho. Se potencia como nueva casta sacerdotal a los expertos en ciencias de meros aspectos objetivables de la realidad: físicos, biólogos, neurólogos, etcétera..., y se asume que todo el vivir humano con su esencial interioridad, eticidad e intersubjetividad es propiedad de las ciencias de cosas.Es irónico que se suponga que el experto en las facetas más simples y pobres de la naturaleza sea, en virtud del número de horas que dedica a contar y analizar los datos que le proporcionan en el laboratorio sus maquinas de medir, automáticamente experto en cuestiones como el amor, las relaciones sexuales y familiares, la educación y toda la inmensa gama de vivencias y problemas morales en que reside lo específicamente humano.
Problema ético
Envidiosas del prestigio y poder que poseen las ciencias físicomatemáticas, la medicina y la psicología se apresuran a deshumanizar sus jergas para imitar lo más posible el lenguaje objetual y cuantificado de aquéllas. Nacen así los nuevos teólogos del cientismo, que intentan silenciar como irracional y precientífica cualquier disensión por motivos morales de las conclusiones dogmáticamente impuestas por ellos en terrenos donde los juicios de valor son esenciales a la, cuestión. Por ello el sacerdote cientista es menos sincero que su homónimo católico o protestante; ambos invocan un dogma incuestionable -Dios o la ciencia-, pero donde la teología cristiana hablaba abiertamente de órdenes divinas en el terreno del deber-ser, del bien y del mal, el cura cientista (psiquiatra, psicólogo, ginecólogo, pedagogo) pretende confinarse a juicios de hecho cuando es un hecho que promulga mandamientos morales.
La polémica sobre el aborto es un terreno ideal para observar este cientismo en acción. Hay que decirlo sin ambages: el aborto intencionado es un problema ético, no es un problema médico. Lo que se dirime es si el niño no nacido es solamente una cosa, una mera parte del cuerpo materno o, por el contrario, es ya un ser humano individualizado con derechos independientes de los deseos de sus padres. Frente a la acusación del feminismo abortista de que la oposición al aborto es un prejuicio patriarcal, cabe replicar que la legalización del aborto supone extender a las madres el más antiguo y brutal de los derechos patriarcales, el poder de disponer de la vida de los hijos sin restricciones. En Grecia y Roma el pater familias podía matar a su hijo por desobediencia y tanto el aborto como el infanticidio del recién nacido fueron aceptados por las leyes y la filosofía clásicas. Se socava la autonomía del niño, apenas respetada en las sociedades históricas, y se le relega a la categoria de propiedad: de los expertos médico-estatales, de los padres.
¿Tiene el niño no nacido derecho a su propio cuerpo? La ley española rehúsa dar una respuesta clara a esta pregunta que concluiría o bien permitiendo el aborto libre como quiere el feminismo de la violencia, o negándolo aun en los casos de violación o defecto del niño como queremos los que no encontramos suficientemente racionales los argumentos que niegan que el niño sea una persona ya antes de nacer. De acuerdo con el cientismo dominante, la ley española soslaya ambas alternativas y otorga a la casta médica el poder de arbitrar, por razones de salud, es decir, técnicas, sobre cuestión tan evidentemente ética. Se consuma así un truco de escamoteo moral digno del mejor ilusionista. Hace unos meses surgió el caso de una niña embarazada de seis meses tras una violación que mantuvo en secreto por vergüenza o temor. (Aunque es posible que la violación fuese inventada, no es infrecuente que las víctimas de violaciones se sientan manchadas y culpables y necesiten de ayuda para dar salida a sus sentimientos de ira, humillación y asco.) Un periódico anunciaba que "los ginecólogos decidirán si aborta la niña...". Esta declaración, en perfecto acuerdo con el espíritu del cientismo, es exactamente equivalente a permitir que sean los electricistas los que dictaminen sobre las ejecuciones en la silla eléctrica. Obligados por el prestigio que les confiere nuestra sociedad, los ginecólogos acumulan declaraciones seudocientíficas para justificar en su deshumanizada y orwelliana nueva habla sus prejuicios morales. Un inefable doctor declaraba a propósito del caso la conveniencia de obligar a la niña a abortar porque el embrión podría nacer con las alteraciones psíquicas paternas (?!). Combinaba así nuestro ignorante ginecólogo los prejuicios atávicos más patricarcales -la culpa que se transmite irremisiblemente del padre Adán pecador al hijo ino cente- con la palabrería más vana sobre la herencia genética de la enfermedad criminal.
Culpa transmitida
Se pierde de vista así que el niño que habita desde hace seis meses en el seno de la madre violada es perfectamente inocente de la violencia que su padre infligió a su madre. Si tiene derechos los debe tener al margen de la naturaleza del acto que lo engendró. Sin embargo, nociones patriarcales sobre la culpa transmitida por la sangre y la repulsividad monstruosa de la criatura así engendrada (el arcaico odio al bastardo) se conjugan con la indignación ante la violencia machista para producir un clamor casi unánime en pro del sacrificio propiciatorio del más indefenso de los actores del drama. Resulta escalofriante la ceguera colectiva ante la naturaleza de ritual religioso de tal solución.
Nadie admite la posibilidad de que la madre pueda ser ayudada a deslindar sus legítimos sentimientos de respulsa y odio hacia el violador de aquellos que pertenecen a la consecuencia inocente de su traumática experiencia. Y aunque es cierto que el grado de culpabilidad que siente una madre que aborta voluntariamente depende de las actitudes de su medio cultural, es posible que el aborto sea vivido por la madre como una traición a lo mejor de sí misma y tenga repercusiones a largo plazo, por ejemplo en depresiones años más tarde, que los psiquiatras se apresurarían a medicalizar y medicar como depresión "endógena".
Para el cientismo todas estas vivencias son incomprensibles. Se trata de decisiones técnicas sobre la salud y, por tanto, sin carga emotiva. Nadie necesita hacer duelo por un apéndice extirpado, término al que la retórica abortista gusta de comparar con el niño no nacido. George Orwell hubiese encontrado en la des-moralización y neutralización del lenguaje abortista el modelo de su 1984.
Se trata de eliminar todo rastro de la emocionalidad y valorización intrínsecas al lenguaje humano en este tema: "aborto" será sustituido por "terminación voluntaria del embarazo" o "TVE", "feto" y "niño" por "contenidos del útero" o "material fetal", "embrión" por "pre-embrión" (este cambió la invención genial del comité del Santo Oficio abortista de la señora Warnock en Londres) y si, como ha sucedido en algún aborto tardío, el niño es extraído aún vivo y llora, se hablará de "emisiones sonoras reflejas" y aquí paz y después gloria.
La medicina ocupa un lugar crucial en los procesos crecientemente totalitarios con los que invalidamos y desplazamos nuestros problemas personales y morales a la región de lo científicamente neutro. A menudo el abortismo acusa a los que defendemos los derechos de los niños en el útero materno de oscuras e inconfesables motivaciones sexistas, vaticanistas, reaccionarias y otras satanizaciones de la misma calaña. Pero la evidencia histórica está contra ellos. La mitad de los miembros fundadores de SPUC, la decana de las sociedades antiabortistas, eran agnósticos o ateos. Existen regímenes políticos pasablemente democráticos con actitudes opuestas ante el aborto: Estados Unidos e Irlanda; y regímenes despreciables como los de China e Irán igualmente antagónicos frente a éste. Sin embargo, sí hay una conexión entre medicina y nazismo, entre el cientismo y la aniquilacíón moral y material de ciertos grupos humanos.
El reciente libro de Robert N. Proctor Racial hygiene: medicine under the nazis revela cómo la medicina eugenista sugirió y practicó la aniquilación de enfermos terminales, locos, retrasados y niños con defectos (¡arios!) a los que examinaba mediante informes escritos un comité que decidía su envío a los más famosos hospitales alemanes para darles muerte con gas, inyecciones, veneno o simplemente por hambre y frío. A los padres se les decía que habían muerto de apendicitis y habían sido incinerados. Los nazis se limitaron a incluir grupos nuevos como pacientes de estas terapias.
Terapias disfrazadas
Casos como el del doctor L. Arthur en Inglaterra en 1982, absuelto con el apoyo de la clase médica y los grupos abortistas, del delito de haber dejado morir de hambre -con el acuerdo de los padres- a un niño mongólico demuestran la conexión siempre presente entre tolerancia del aborto y de ciertos infanticidios. La persecución psiquiátrica del mal llamado enfermo mental disfrazada de terapia es otra manifestación paralela de la opresión de individuos humanos en nombre de la ciencia.
La reciente ley española sobre la esterilización de los disminuidos psíquicos, aprobada ante la pasividad inepta de la oposición, la intelectualidad y la sociedad civil es aún otra manifestación del auge del cientismo médico y de la amenaza que supone para los sectores mas débiles, segregados e impotentes de nuestra sociedad. Los niños son el grupo más importante de éstos y algunos creemos que la infancia, a la luz de lo que sabemos sobre el desarrollo psíquico en el útero, comienza nueve meses antes del parto. Ya que ellos no pueden defender su propia causa nos corresponde hacerlo a los hombres y mujeres con suficiente sensibilidad para comprenderlo así.
es psicoterapeuta y miembro fundador del grupo Pro-lifers for Peace, que hace campaña contra el aborto y las armas nucleares.
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