Anchoas
Si yo fuera un filósofo escandinavo buscaría la verdad azotándome la espalda con ramas de abedul en lo alto de una colina batida por el viento boreal. Tendría una casa de madera junto a un lago gris y las gaviotas sonarían en el interior de mi conciencia, la cual formaría parte de la niebla y las dunas. Pero yo he nacido en el regadío de Valencia y estoy condenado a este fulgor de estaño: creo que el cielo es una tienda de lámparas de la Real Fábrica, y, por regla general, a mí se me aparece Dios cuando como anchoas envueltas en la luz de¡ aceite de oliva y en otros muchos casos. En esta tierra, la verdad no habita en el cerebro de nadie. Sólo está en la superficie de las cosas que más brillan, y, no obstante, resulta una labor muy ardua descubrirla. ¿Acaso Dios es un ente distinto al sabor de los berberechos? Cada jornada te ofrece una ráfaga de inmortalidad: ayer la encontré en los ojos de un perro abandonado, hoy tal vez se hará evidente mientras le meta el diente a un pan con tomate. En este momento, por ahí delante pasa Dios. Un camarero lo lleva en la bandeja humeando bajo las palmeras por la terraza de este bar del puerto. Va dentro de una taza. Dios es ese café negro cuyo perfume me ha transportado hasta las murallas de Jericó. No hay que morirse todavía. Quedan algunas rosas por oler, algunos garitos que visitar, distintas regiones de otras almas para explorar, y mientras exista una maleta de cuero con fuelle, uno siempre podrá huir, pero ésta aún es una hora de gloria al mediodía: huelen a brea las redes tendidas al sol y los gatos en el muelle se ofuscan ante el resplandor de las cajas de sardinas. Sentado en el bar del puerto leo el periódico: en un asilo del interior de España, un matrimonio de ancianos se ha suicidado arrojándose de la mano al patio desde la ventana. Como estaban en Castilla han caído a plomo. Si este par de viejos hubiera vivido en el Mediterráneo, al tirarse al vacío habrían volado hasta volverse los dos muy azules. Voy a pedir al camarero otra ración de anchoas para que me estalle Dios en la lengua otra vez bajo las palmeras.
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