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Persecución trivial

Fórmula 1, emblema significativo de una época en búsqueda de aristocracia, en inconsolable nostalgia de noblezas, a pesar de sus declaraciones santurronas de igualdad democrática. Los productos number one nos invaden. Domingo tras domingo, los reyes del broum broum nos calientan las orejas con su persecución fríamente alucinada sobre circuitos de asfalto de los que sube el acre olor del rugido metálico, la cerveza y la muerte. Sólo el que circula por autopista hacia el Mediterráneo francés un fin de semana de vacaciones se acerca a la ebria exaltación del circuito. Allí está todo, menos la habilidad demoniaca de los number one del volante. El espíritu de competición desbocado, la admirable valentía que consiste en arriesgar la vida de uno y de los demás por la belleza del gesto, los estímulos físicos que pueden transformar a un conductor con sentido común en un aficionado de la ruleta rusa. Es cierto que la correlación no se puede demostrar rigurosamente, pero la presentación de la Fórmula 1 como la más cautivadora de las epopeyas deportivas sólo contribuye a sobrevalorar estos comportamientos. Todo esto puede, y posiblemente debe, terminar con un número de cuerpos crucificados entre chapas aplastadas. Una violencia irreductible se revela en sociedades que desde hace tiempo se han deshecho de la guerra y que así disimulan sus instintos vergonzosos bajo un manto de espectáculo y fatalidad.

28 de septiembre

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