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Las reglas del juego

Es posible que el Papa actual ande besando tierras extrañas impulsado por un afán de modernidad ante la dinámica juventud del protestantismo, menor todavía que el islam: la hégira nace el 15 de julio del año 622, la fuga de Mahoma a Medina. Las religiones que hizo surgir Lutero en 1517 y las que posteriormente se multiplicaron en Estados Unidos son más jóvenes aún. Y todas en pleno período de expansión, como el islam, según observa Javier Valenzuela en El partido de Dios (véase EL PAÍS del pasado 6 de junio).Siendo de ayer las sectas angloamericanas, este crecimiento es más dramático y notable entre las gigantescas minorías raciales de EE UU. Sin contar las que por su empuje económico y el predominio de la blancura natural o fomentada por el cruce de razas han dejado de serlo -italianos, judíos, polacos, irlandeses y otros europeos-, negros, asiáticos e hispánicos suman fácilmente 100 millones de almas que las religiones protestantes se disputan sin gran competencia de credos más exóticos, principalmente de la India. De todos estos grupos, fundamentalistas en su mayoría, el que rivaliza el crecimiento del islam, el único que innova y el más joven de todos es la Iglesia de Latter Day Saints. También el menos visible, aunque haya sido precisamente lo contrario en sus comienzos.

En cuanto a Mahoma, de cuya compañía disfrutará ahora el imam Jomeini, su descendiente es un personaje histórico. Y su cercanía habrá sido, en parte al menos, lo que tentó a Salman Rushdie para darle protagonismo a ambos en sus Versos satánicos. El profeta de los Latter Day Saints, los mormones, sólo puede disputarle a Mahoma historicismo, mas no fama, y menos publicidad, en este momento. Veamos. El Juan Bautista del Nuevo Mundo nació en Séneca, en el Estado de Nueva York, en 1805. Entre ese año y 1830 tuvo tratos con su arcángel Gabriel. En tres apariciones, el espíritu celeste le reveló la nueva doctrina y le guió hasta el sitio en que se hallaba el libro de oro que la explica. Previa certificación de la autenticidad del libro por 11 testigos, el profeta mormón tradujo el precioso volumen, escrito en una lengua pariente de la hebrea, al inglés. Los discípulos se multiplicaron, la nación se alteró y la nueva religión fue expulsada por sus enemigos desde Nueva York a Ohio, y desde allí a Misuri, y finalmente a Cartago (Illinois), donde Smith y su hermano Hiram decidieron fundar Nueva Sión en 1844.

La arrogancia de los nuevos creyentes y el revisionismo implícito en las doctrinas del Libro de Mormón (así se llama ahora) repitieron el enfrentamiento con las poblaciones ortodoxas que ya habían llegado a la violencia. La abolición del pecado original y la práctica de la poligamia olían a cuerno a una ciudanía con sus problemas religiosos y políticos ya resueltos. La poligamia, además de pecaminosa, era ilegal. Y el celo de los mormones -abstemios, de comer frugal y ropa interior de color rosa y secretamente adecuada al culto- acabó con la paciencia de la gente y dio con el profeta y su hermano en la cárcel antes de fundarse Nueva Sión. De allí los arrancó una enfurecida turba que los linchó sin que nadie hiciera mucho por impedirlo.

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El sucesor del profeta fue Brigham Young, hombre práctico, a tono con los ideales democráticos de la ilustración. Capaz de darle a la flamante Iglesia una solidísima estructura económica, guió a los fieles a la tierra prometida, en un valle del dorado Oeste con un extraño mar muerto en el centro. Hoy se llama lago Salado, y da su nombre a la Roma de los mormones: Salt Lake City, en el Estado de Utah. Buen businessman, el sucesor del profeta estableció una indispensable distancia entre el culto hasta hoy desconocido y un público entonces receloso, aceptando sin protestar la prohibición legal de la poligamia; prosperando en el aislamiento geográfico, fortificando el credo mediante una vida regimentada y vigilada por visitantes voluntarios a los hogares de los feligreses dentro y fuera del Estado, en el que sólo viven quienes practican la austera religión. Utah figura hoy, junto a Tejas y California, en los índices económicos de la nación. La expansión juvenil de los mormones no podría haber emanado directamente del profeta, pero sí de Brigham Young, que le dio a la capital de Utah la conocida universidad que lleva su nombre y el primer gran templo de los muchos que existen ahora en el Oeste, y el más sobrio: los demás lucen una arquitectura entre disneylándica y de tira cómica, y quedan cerrados al visitante en cuanto han sido consagrados.

Más notable que la expansión nacional de los Latter Day Saints es la que está a cargo de los misioneros mormones. Todo joven santo de los últimos Días debe servir por lo menos un año a su Iglesia, difundiendo su credo, en el país y en el extranjero, con la palabra y el ejemplo, y en el idioma correspondiente. México, Centroamérica y Suramérica son sitios predilectos. En tierras nuestras, lo único que delata al misionero mormón es el buen castellano que habla o su piel clara. El Libro de Mormón incorpora el continente americano al mundo bíblico, pero considera pueblo elegido de Dios únicamente a los mormones, sin descartar a sus hermanos menos afortunados, los de piel oscura, los nefitas, pero dándoles menor rango entre los fieles. En materias de política, la joven religión se orienta hacia la extrema derecha, lo que no le impide adaptarse a cualquier otro tipo de circunstancia cuando le toca difundir la verdad fuera de Estados Unidos.

Su duda fue la muerte del imam Jomeini; es sólo el comienzo de su otra vida la que se beneficiará con el impacto de su teología y de su personalidad, dice Javier Valenzuela. Otro tanto le ha ocurrido ya a Joseph Smith. Pero su gloria es por ahora secreta. O silenciosa. Brigham Young proporcionó la imagen aceptable y la protegió de personalidades audaces, dando al papa de la Iglesia el título de presidente. Hay que respetar las reglas del juego.

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