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ELISEO ÁLVAREZ-ARENAS La rebelión contra el engaño

No debe alarmar el título; directamente se refiere tan sólo a la convulsión movida por la soberbia -que es la que puede inquietar al intelectual- y no a la disparada por el odio, que es la que en realidad amedrenta al conservador. Suscita en mí este deseo de pensar en la forma en la que voy a hacerlo -tal vez no falte presunción en el intento- el fértil recuerdo de dos frases de Herman Hesse halladas en el tiempo en que leí su Magister ludi. Las subrayé entonces; las traigo a colacíón ahora.Las dos -puede ser efecto de causa real aunque oscura pertenecen al mismo capítulo de la novela. Ambas -tal vez decisión deliberada del autor- están en posición diametral entre sí: una en el umbral, la otra prácticamente en la clausura de aquella partícula literaria. Helas aquí: " ... y había alcanzado el punto -la vida del protagonista- en el que los grandes hombres tienen que abandonar la senda de la tradición y de la subordinación obediente para, confiando en poderes supremos e indefinibles, lanzarse por rumbos nuevos e inexplorados en los que la experiencia no sirve en absoluto de guía".

Hasta aquí la primera cita. La segunda insinúa así: " ... porque, después de todo, la música no es más que un acto de valor, un sereno y sonriente avanzar y danzar entre los terrores y las llamas del mundo, la ofrenda festiva de un sacrificio". Al intentar dar en la causa posible de la selección hecha por mi mente en el acotar de esos trozos no la hallo sino en la probabilidad de que radique aquélla en las nebulosas del subconsciente. Tal vez haya algo de tenue explicación en el hecho de que, si se aplica mirada crítica a los textos extraídos, es dable detectar en ambos un embrión común de rebeldía. Ante la vida, más concretamente, en el primer caso; mejor, frente a todo eso que el vocablo vida representa. Contra las ataduras del arte, en el segundo; tomando el impulso artístico en cualquiera de sus fenoménicos destellos como una de las más claras expresiones de, precisamente, esa vida.

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El hombre europeo de finales del siglo dieciocho anticipa en mí opinión al protagonista del libro de Hesse. Lo que concluye en la decisiva revolución histórica cuyo centenario segundo anda corriendo, no es sino un abandonar sendas tradicionales y obediencias incriticadas para moverse de forma que sea menester inventar patrones de nuevo andar. Ello acontece en prácticamente todo lo que es vida humana: en pensar y en hacer. Ocurre también en el arte musical, que cabría dudar sobre si pertenece más a una cosa o a otra. Puede que el asenso no sea unánime, pero hay tres europeos que en el tournant del siglo son hombres ya -que están a esa sazón pensando y haciendo- que son genios en rebeldía: Napoleón, Hegel, Beethoven. Curioso es que su nacer es casi homócrono. útil sobremanera sería indagar si tal coincidencia es causa o efecto. En cualquier caso se observa respecto al trío que su influencia hacia el venir es duradera. El comenzar del diecinueve presenta en su cenit al hombre rebelde y a la música consciente y violentamente liberada. El mundo adquiere impulso nuevo. Hasta hoy -si se prefiere, hasta un ayer muy cercano- ha girado en virtud de él. ¿Qué puede estar ocurriendo ahora?

Somos protagonistas los hombres de esta hora, sabedores o ignorantes, de una nueva rebelión; tal vez de la misma con dispar ropaje. El hecho es que el mundo parece estar cobrando empuje otro. Nos lo enseñó Ortega y Gasset antes que nadie y con decir profético. Se lo enseñó en verdad al mundo entero, que parece que empieza a oírle ya. El hombre se rebela en casi todos los órdenes de la vida. La música -quede como anécdota- también huye de pentagramas pesados. Ahí están Stravinsky, Schoemberg, Berg y varios españoles también, por cierto... ¿Para qué citar más? Pese a lo que pueda oírse, la general voz protestante se alzó por vez primera en Europa hace años, hallando eco total en los cincuenta mil rincones del globo. El siglo veinte, agotándose ya, se alza contra algo. Qué pueda ser este objeto de rencor airado es pronto para señalarlo sin alta probabilidad de error. Al empezar el diecinueve -esto parece claro Europa denuncia a la aristocracia aburguesada o a la burguesía aristócrata para caer, mediado el siglo, en la más farisaica de las tiranías implantadas por ese bifronte poder. Hoy se antoja que el hombre extiende su dedo índice amenazador contra lo que todavía queda de aquella burguesía arropado en hábitos de democracia, de ficción y de farsa: esclavitudes disfrazadas de proteccionismo; caridades proclamadas que malencubren arraigados egoísmos; normas y reglas pretendientes de moralidad natural que están probando ser rígidas riendas represivas de toda una civilización adormecida hasta ahora por minorías interesadas en la calma apaciguada de derechos de masas a las que se lleva siglos pidiendo resignación a cambio de premios ultramundanos. La rebelión, pues, va contra el engaño. Las generaciones venideras verán y dirán si el debate no acaba en fraude mayor. Por el momento se siente ya la clara realidad. Se rebela la literatura en su forma y en su fondo; se revolucionan las costumbres, encaminándose, en cuanto bien hoy, hacia lo que ayer era escándalo impensable; se alteran las expresiones, normalmente contenidas siempre, en las personas, en las artes escénicas y en los llamados medios de comunicación, mediante estridencias exageradas y deformidades de mal gusto; se rebela el de abajo ante su superior, el súbdito contra el político, hijos frente a padres; el alma se rebelaría incluso cara a Dios si no fuera porque prácticamente prefiere desentenderse de Él. Lo grave de la rebelión actual está tal vez en esto último: en la despectiva indiferencia. En toda época rebelde se aprecian fácilmente síntomas denunciantes de la convulsión que bambolea a los espíritus. Tales síntomas ahora presentan violencia a veces y encubren desprecio siempre. Esto último es lo peor. Lo que para Ortega era ingratitud del hombre masa "hacia cuanto ha hecho posible la facilidad de su existencia", anda ahora ensoberbecida e insolente con la exhibición descarada de los plumajes del desprecio.

La rebelión del hombre de hoy no se define por lo que materialmente destroza, sino por cómo espiritualmente desprecia. Cierto es que en ella se dan ambas cosas, pero no gravitan una y otra con idéntico pesar. Toda clastia que salta a la prensa, a la radio o a la televisión es, sin duda, violenta en lo exterior, mas se mueve casi siempre a impulsos de un pirronismo hundido. Hay, sí, convulsión social y destrozante aniquilar de materia con esporádico y sensible daño humano, aunque si sólo fuera eso no tendría por qué llevar tan a lo hondo la inquietud que, asombrando primero, acaba en desazonante temor. De contar únicamente lo externo, sería tal cosa cuestión pasajera de trámite fugaz. Desasosiega, empero, lo que no se ve: aquel pirronismo; la duda. El hombre rebelde que en verdad preocupa es el que se revuelve con rencor que no analiza; el que rompe simplemente por imitar a otro más osado; el que se inhibe por despecho -también en ciertos no haceres hay rebeldía-; el que se enfrenta, abaja o derriba sintiendo en sí desprecio incontenible y envidioso. Rencor, mimetismo, inhibición, desprecio en suma... ¿No anida en todo eso un punto al menos de duda estéril? La actitud dubitativa sana, la que precede al honrado intento de saber para hacer luego, es positiva y da fruto. La opuesta, la que nace de un no saber y se prolonga mediante la obstinada negativa a intentar salir de esa ignorancia, es la que abona la gleba en la que brotan con facilidad las ortigas del hacer de hoy en el mundo. Por ser ésta y no aquélla la q, cer al hombre de estob por lo que debe preocupai rebeldía actual.

El talante rebelde sano -esto no es herejía- no debe alarmar. Si logra liberarse a sí mismo de la duda estéril acabará llevando al hombre a mejores ámbitos. Los coetáneos imitaremos tal vez en moderno fariseísmo al bíblico Caifás, pero cayendo redentores habrá cristianos. El porvenir ganará. Las rebeliones en sí no tienen por qué asustar tanto. Si acaso, deben aconsejar al espectador influyente a darles cara con ánimo alerta y mente en vigillia. Rebelión es siempre anticipo de idea en dinamismo o causa al menos de mareas de espíritu en flujo pujante. La alerta del dirigente ha de tender, precisamente, al ejercicio de esa su función peculiar: a dirigir, que no es sino equivalencia de conducir y de encauzar. Rota la inercia y producido el andar, no es ya momento de diques: hora es tan sólo de presentar a la corriente suaves guías o, como suelen decir los marinos, de gobernar con poca caña. Al fin llegará todo a mejor remanso.

El protagonista de Hesse sólo se particulariza en la persona imaginada de Joseph Knecht. Llevado a nivel de generalidad puede, sin forzar la semejanza en exceso, representar a un pueblo, a los pueblos, al hombre, a la humanidad. En ciertos momentos de su historia el hombre ha tenido que romper con lo falso de su pasado para tender a futuros siempre inciertos pero intuidos como compensadoramente válidos, y lo ha hecho en la cumbre de su trayectoria al modo festivo y melódico del arte magno del sonido y del silencio, es decir, avanzando sereno y sonriente entre los terrores y las llamas del mundo provocados quizá por él mismo al recorrer obligado la áspera porción ascendente de aquella línea vital e histórica. Con ojos medrosos no es posible ver ante ese dinámico espectáculo más que rebelión e inarmonía por doquier; con mente proclive a darse al incómodo viento de la historia es dable, en cambio, imaginar y vislumbrar progreso incluso.

¿Adónde vamos? Quisiera poder discernir sin error el signo de la rebelión que nos impulsa. No me atrevo a definirme.

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