Christian y Hasan
Escuelas y universidades se vieron obligadas a cerrar sus puertas cuando el pasado marzo se inició esta nueva fase de la guerra libanesa, y miles de niños y jóvenes perdieron el curso. Uno más desde que empezó la contienda civil, hace 14 años.Algunos se han quedado fuera para siempre, agarrados tal vez a un kalashnikov que ha sido su único juguete. A uno y a otro lado de la línea verde, los jóvenes comparten el mismo desconocimiento recíproco y una falta de ilusión por la vida que pueden ser ya irrecuperables.
Primera historia. Christian, de 23 años, pelo corto y cara de niño bueno. Si viviera en Madrid, sería un asiduo de las terrazas, pero el destino hizo que naciera en Beirut este, el sector cristiano. La propaganda de sus mayores y las bombas del otro lado han hecho de él caldo de cultivo para el fanatismo. Sólo el contacto con extranjeros le ha hecho comprender con dificultad que también hay shiíes buenos.
La reciente guerra de liberación le ha demacrado y la desesperanza está a punto de invadirle. Perdió dos cursos escolares en su infancia, "por la guerra", y otro ya más mayor, cuando intentó estudiar en Londres y vio que no le llegaba el dinero. Ahora acaba de empezar la carrera de Ciencias Políticas. "¿Conoces a alguien en la Embajada británica? Intento irme a Londres. Tengo un primo allí y tal vez pueda trabajar en algo", cuenta.
Si falla eso, sólo le queda esperar que entre septiembre y diciembre pueda acabar el curso. Su padre, empleado de las líneas aéreas nacionales, sólo cobra un cuarto de su sueldo desde que en marzo cerraran el aeropuerto. "A partir de octubre, si esto no se arregla, puede que nada", dice.
Segunda historia. La última vez que vi a Hasan, musulmán, estaba escondido en casa de un occidental. Había vuelto a Beirut para visitar a su madre enferma y aprovechaba la noche, como un malhechor, para descolgarse hasta la vivienda familiar. Cuando era un muchacho se alineó con las fuerzas progresistas "en defensa de los palestinos". Hasta que un día fue apresado por las falanges (la milicia cristiana que luego fue absorbida por las Fuerzas Libanesas)."Te puedes imaginar cómo lo pasé...", relataba sin querer recordar.
Lo peor fue que cuando, meses después, logró la libertad y sus correligionario s volvieron a torturarle para saber lo que había contado al eneinígo. Deshecho y desilusionado, dejó su país con destino a Europa. "Me di cuenta de que todos eran iguales".
"No creo que vuelva", asegura cuando se le habla del futuro. "Aquí no hay nada que hacer y ahora he aprendido lo que es vivir". Una novia le espera en algún lugar y era la única referencia que le traía la sonrisa a los labios. Por entonces tenía 27 años, pero su mirada reflejaba 100 más.
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