Un golpe cálido
William Burroughs, escritor y durante muchos años heroinómano, definía los efectos de la heroína como "un golpe cálido que te golpea primero las piernas, luego la nuca y el resto de la cabeza, para acabar extendiéndose por todos los músculos y huesos, produciendo un relax insuperable, algo que te hace flotar para toda la eternidad. Con algo así entre las manos, ¿cómo vas a pararte a pensar en la gente que te rodea?".La chica escuálida y habitual de la calle Monteleón suscribe la definición de Burroughs, pero insiste en aclarar que ese cúmulo de sensaciones placenteras sólo se produce al principio. Es lo que llaman la luna de miel. "Cuando ya estas enganchado, cuando tienes que pincharte varias veces al día", afirma con tristeza, "el principal placer es que se te acaben los dolores y las angustias del mono" (síndrome de abstinencia).
Otro grave problema de este picadero, situado en plena calle, es la falta absoluta de higiene. Es habitual presenciar cómo dos a más yonquis utilizan la misma jeringuilla para inyectarse sus respectivas dosis, limpiando la chuta con un simple bombeo de agua mineral. Hepatitis y SIDA planean sobre unos heroinómanos que saben el riesgo que corren, riesgo que hasta un determinado grado de adicción logran controlar. A partir de un momento, que suele coincidir con el fallecimiento de un amigo o con una ligera intoxicación o sobredosis, la muerte pasa a formar parte del juego y es asumida con total normalidad. Ya es demasiado tarde para retroceder, y pocos son los que se paran a pensar que las 60 pesetas de una jeringuilla y las 40 del agua destilada son cantidades irrisorias comparadas con su gasto diario en caballo. La vida ya no vale nada.
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