Relojes
A pesar de nuestro desprecio por la puntualidad, ahora necesitamos tener varios relojes, y todos ellos en uso. La gente empieza a cambiarse de reloj de pulsera como de ropa interior. Un reloj distinto cada día, con diseño y color diferentes. El reloj es ya un complemento. No se distingue de un cinturón.Las revistas llevan páginas enteras con anuncios de relojes variados. Los hay para todos los gustos y ocasiones. Hay relojes con banderas náuticas ondeando sobre los números, casi invisibles. Hay relojes con lunas llenas que menguan y luego crecen.
Hay otros con doble esfera. En una ves la hora de aquí, y en la otra, la hora de allá, la del otro lado del Atlántico. Dicen que son muy útiles no sólo para los altos ejecutivos que hacen negocios intercontinentales, sino también para los clientes de discoteca murciana. Hay un reloj con cuatro miniesferas. Es un lío. Parece un contador de agua, luz y gas. Pero gusta mucho. Y es de oro.
Luego están los conmemorativos. El de la Revolución, con guillotina en el segundero. Y el del vuelo en el primer bimotor. Y las réplicas de los relojes de los exploradores.
También existen los anfibios. Bajas al fondo del mar y siguen marcando la hora hasta los 50 metros. Son muy populares en Albacete, aunque allí, como no caigas en lo más profundo de un pozo y éste tenga agua, jamás comprobarás las excelencias de semejante máquina.
Se vende sin parar el reloj antichoque y antipresión. Muy indicado para vuelos espaciales. Inspiran una enorme seguridad y una infinita confianza cósmica.
Los relojes de la perestroika soviética invadieron Europa y causan estragos entre la juventud. En la muñeca bronceada de las muchachas luce muy bien la estrella roja.
Los italianos venden relojes que funcionan mal, aunque las correas son una maravilla. Hora no dan; un tono de distinción, sí. En el fondo, es todo lo que importa.
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