Entre la pobreza y el miedo
Los emigrantes marroquíes, sin documentos ni trabajo estable, sufren el acoso policial y los prejuicios racistas
El poblado de chabolas se asienta frente a un arroyo maloliente y un descampado con enormes montones de estiércol. Durante el día está prácticamente vacío. Sus pobladores marroquíes, sólo hombres, van llegando a media tarde, al fin de su jornada laboral. El miedo a hablar se ha instalado entre ellos con tanta fuerza como los miles de moscas que infestan el poblado. Años de desamparo les han convencido de que lo mejor es callar y huir. Acosados por la policía y vigilados por el propio consulado marroquí, esta noche, como desde el pasado 26 de junio, irán a dormir lejos, bajo las encinas.
La presencia de los periodistas al poblado de chabolas de Boadilla del Monte suscita preocupación entre los marroquíes. Inmediatamente se forman dos bandos: uno, encabezado por un hombre, enviado del consulado marroquí, que se niega a hablar y a permitir que los demás hablen, y otro, formado por marroquíes más jóvenes, que quieren contar cómo salieron de Marruecos, empujados por la pobreza, y la decepción sufrida por el trato discriminatorio que reciben en España. La discusión se va centrando entre el hombre del consulado y Abdel M., de la Asociación de Emigrantes Marroquíes, entidad muy crítica hacia el régimen marroquí.El poblado está habitado sólo por hombres. Las chabolas son pequeñas, de madera recubiertas de plástico. Una tiene adosada un huerto diminuto, con algunas tomateras y plantas de hierbabuena, condimento imprescindible para el té moro.
El pasado 25 de junio, la policía entró en el poblado de madrugada y detuvo y expulsó de España a 16 hombres. El 5 de julio, también de madrugada, hicieron lo mismo con otros 18. Por ahora, sólo han recibido el apoyo de algunas organizaciones, como la Asociación Pro-Derechos Humanos. El sábado, CC OO hizo público un comunicado denunciando, como contrarios a los derechos fundamentales recogidos en la Constitución, la detención de siete de ellos, Tahiri Jamal Mustafá El Madouchi, Agbilo Abdel-lah, Achambar M'Hameb, Abdelavi Butahak y El alamí Ahemd.
Uno de los pocos que se atreve a hablar es Hassan M., un joven de Nador, que quiso convalidar sus estudios en España. No pudo. Ni tiene dinero ni permiso de residencia. Las reclamaciones de justicia de Hassan alcanzan ya tres generaciones. Dice: "Mi padre y mi abuelo lucharon con Franco y han ayudado a los españoles. Ahora, el Rif es una mierda. Estas chabolas son mejores que lo que los españoles dejaron allí. Yo quiero hablar. En Marruecos no hay democracia. Aquí sí, pero es mentira".
Ha caído la noche en el poblado. El olor a estiércol está tan presente que al cabo de unas horas pasa inadvertido. Un emigrante saca una sandía y una sartén con pisto y algo de carne. La gente bebe de garrafas puestas a la sombra y se alumbra con bombonas de gas. Mientras Hassan habla, los demás escuchan y asienten y miran de reojo a un rincón en sombra, donde el hombre del consulado y algunos otros se mantienen a la expectativa. "¿Y qué hace la Embajada por vosotros?". "La Embajada..., estamos hartos de ella. No nos hacen caso".
El hombre del consulado ya no aguanta más. Se acerca rápido y amenaza: "Cuidado. Tú ya no vas a dormir aquí esta noche. Tú te vas a ir". La discusión entre ellos vuelve a comenzar. En un aparte, un muchacho, no más de 16 años, advierte: "Éste es un chivato, no vive aquí, pero viene Hay otros chivatos que sí viven aquí. No quieren que se escriba nada".
Al final, el hombre del consulado y los que le siguen se van a la otra punta del poblado. Las historias surgen de nuevo. La de Chaffir M., 17 años en España y aún sin permiso de residencia estable. La de otro muchacho que trabajó a las órdenes de un jefe de Vallecas. Estuvo casi dos meses trabajando en la construcción, en obras en Parla y la Ciudad Universitaria. Luego le echaron sin pagarle. Si ni estás de acuerdo, le dijo el patrón, ves a la policía.
A dormir al monte
"Los hombres sufren. Llevan años trabajando, en cualquier sitio que les manden. Cuesta mucho ganar dinero para enviar a la familia". Ahora es M. H. quien interviene: "No siempre es así. A veces te estafan. A veces ganas más que un trabajador español, porque el jefe es honesto y te da algo de lo que se ahorra en Seguridad Social". M. H. es un priviligiado. Lleva 15 años en España. Casado, con dos hijos que esperan en Marruecos, gana unas 120.000 pesetas al mes y tiene todos los permisos en regla: "En un par de meses mi familia vendrá a España".
Sin embargo, vive en el poblado. "Yo quiero alquilar un piso. Hay muchos vacíos en Boadilla y en Madrid, pero no los alquilan. Moros, no, te dicen. Igual que en los bares. ¿Por qué? Yo vengo de trabajar, quiero tomar una cerveza, tengo dinero. No, no, no puedes estar aquí. ¿Por qué no ponen un papel en la puerta? Nunca nos habían tratado así".
La conversación languidece. Es muy tarde y los hombres tienen que acostarse, pero no se mueven. Hassan advierte: "No os conocen. No saben si sois policías". Sólo cuatro de los más jóvenes acceden a mostrar su lugar de descanso. Los demás se van dispersando campo a través. Subiendo el terraplén, lejos, hay algunas encinas dispersas. Bajo cada una de ellas, colchones en el suelo, algunos almohadones y mantas. Tiene la ventaja de que el sol les despertará pronto y no llegarán tarde al trabajo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.