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Irse con lo puesto

Miles de refugiados turco-búlgaros, en el mayor éxodo europeo desde 1945

Los codiciados automóviles soviéticos Lada, otros más modestos -Trabant o Dacia- e incluso carros y carretillas cargan con todos los enseres domésticos en el gran atasco. Sofás, camas y frigoríficos aguardan en las bacas de los coches o al borde de la carretera a que sus dueños hayan solucionado los penosos trámites fronterizos. La paciencia es requisito para cruzar estos días la frontera entre Bulgaria y Turquía.

Más de 70.000 miembros de la minoría turca de Bulgaria han asumido estas penurias en las últimas semanas. Sin que nadie parezca alarmarse en Occidente, en los límites meridionales de los Balcanes se está produciendo el mayor éxodo masivo en Europa desde el final de la II Guerra Mundial. Los turcos búlgaros abandonan las tierras que habitaron desde el siglo XIV a causa de la represión ejercida sobre ellos por el régimen búlgaro, que practica una política de asimilación forzosa.Ésta vuelve a ser actualidad desde que entre el 20 y el 27 de mayo manifestaciones turcas en diversos puntos de Bulgaria fueran reprimidas a disparos por la policía con un saldo de al menos siete muertos y decenas de heridos. Bulgaria decidió entonces abrir sus fronteras a aquellos que quisieran emigrar, en la esperanza de perder de esa manera a los más activos militantes de la minoría turca.

El flujo de emigrantes amenaza ahora con estrangular la economía búlgara y causar un gravísimo daño al prestigio internacional de Bulgaria, en un momento en que se perciben claros indicios de apertura y la era del implacable régimen comunista del jefe del partido Todor Yivkov parece entrar en el principio del fin. La situación política induce a pensar que Bulgaria podría salir pronto del páramo comunista. La situación económica, por el contrario, comienza a ser catastrófica.

'Rebulgarización'

"Rebulgarización" llaman las autoridades de Sofía a la gran acción lanzada en 1984 para hacer desaparecer del censo una minoría turca de más de 900.000 personas. El régimen búlgaro asegura que sólo está suspendiendo la "islamización forzosa" a que fueron sometidos los búlgaros en cinco siglos de ocupación otomana. Según señala, los turcos no son tales, sino "búlgaros islamizados". Esta versión la desmienten tanto la lengua como la etnia de una gran minoría, el 10% de la población de la República Popular de Bulgaria, de la que una gran parte está vendiendo sus pertenencias y sumándose a la gran corriente humana, convencida de que no puede vivir ya en Bulgaria.Los críticos de esta política la califican de "exterminación estadística". Los turcos no existen como tales desde 1982. Los periódicos en su lengua dejaron de imprimirse -el último, Yeni Isik (Nueva Luz), en 1985-, después cerraron sus escuelas, se prohibió la circuncisión preceptiva para los musulmanes y las reuniones en las mezquitas salvo para el rezo del viernes. Un musulmán creyente ya no podía cumplir con sus deberes religiosos en Bulgaria.

Las causas de esta guerra contra la existencia de una minoría son en parte históricas, pero también tienen un objetivo de realpolitik muy claro.

Bulgaria no se quiere permitir un 10% de su población -en continuo aumento por su índice de natalidad, muy superior al eslavo- que tenga lealtades divididas entre su ciudadanía búlgara y la etnia de un Estado vecino, Turquía, tradicionalmente hostil, miembro de la OTAN y con el ejército más poderoso de la región.

Tanto Ankara como Sofía, ambos muy lejos de ser campeones en el respeto a los derechos humanos, se han lanzado ahora a sendas campañas de apología nacionalista y evocación de raíces seculares reales o inventadas, que cada vez asemejan más a la que dos ilustres vecinos en los Balcanes, el líder comunista serbio, Slobodan Milosevic, y el presidente rumano, Nicolae Ceaucescu, orquestan desde hace tiempo para desviar la atención de la misérrima situación de sus respectivas poblaciones.

Yivkov, que a buen seguro dejará una Bulgaria ruinosa a las generaciones próximas, parece querer ahora pasar a la historia como el líder que logró la "unidad nacional" búlgara. Para aquellos que no colaboren cambiando su nombre turco y renunciando a su idioma ha dispuesto incluso libertad para emigrar, un derecho reconocido por las Naciones Unidas y que el régimen que dirige ha ignorado durante cuatro décadas.

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