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Demagogia

Rosa Montero

Parecía que se iba a salir de la pantalla. Ahí estaba, colgando del marco del televisor como cuelga la bruja de las marionetas de la embocadura de su teatrillo. Soltando bramidos y asustando a los niños. Estoy hablando de Alfonso Guerra y de un mitin que dio en no sé qué sitio. De pronto se abalanzó hacia delante, la nariz se le afiló y comenzó a aullar: "¡Quieren quitar a Barranco porque es hijo de obreroooo! ¡No soportan que Juanito sea hijo de un peón de albañiiiiil! ¡No lo soportaaaaan". O desmesura semejante. Sólo que más largo, más repetitivo, más tórrido, más desaforado, con más interjecciones, más trémolos incendiarios y más vocales. Había que verlo para poder creerlo.Ya sé que el mitin es una pieza de oratoria que no suele dirigirse al intelecto de las gentes, sino a sus instintos más bastardos. Pero aun así hay límites en el achicharramiento de cerebros. Ver a nuestro vicepresidente convertido en un bolchevique de opereta daba grima. Flaco favor le hacía a "Juanito" y al PSOE: parecía puesto ahí por el enemigo. No se puede sembrar tanta demagogia sin recoger tormentas.Desde luego también hay riquísimos y desfachatados populares que ahora pretenden ser el ángel tutelar de los obreros. Pero la demagogia duele más cuando viene de aquellos que todavía se llaman socialistas. Una creía que cultivar el engaño y el embrutecimiento de las masas no era un objetivo de la izquierda. Pero ahí está Alfonso Guerra, tan fino, tan educado y exquisito. Tan adobado de Mahler y Gracián, tan sensible él con su Machado. Y berreando indecentes simplezas electorales sin ningún espasmo de pudor en su almita de artista. El refinado Guerra debe de considerar en muy poco a los ciudadanos cuando pretende arengarles con recursos tan bajos.

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