De agonizante tauromaquia
Corre el año 1989 y, en este mismo periódico, miadmirado Manuel Vicent asegura: "Tauromaquia es todo lo pinturero, patriótico y grasiento que palpita bajo el rabo de Alá sin desollar: el ajo como cultura, la sequía como mística, el garrote vil como sacramento y el descabello como desplante". Y corría el año 1911, arriba o abajo, cuando Eugenio Noel afirmaba: "De las plazas de toros salen estos rasgos de la estirpe: la mayor parte de los crímenes de la navaja; el chulo; el hombre que pone la prestancia personal sobre toda otra moral; la grosería; la ineducación nacional; el pasodoble y sus derivados; el cante hondo y las canalladas del baile flamenco, que tiene por cómplice la guitarra..., la trata de blancas y la juerga". Dado que don Eugenio murió en 1936, no pudo atribuir la dicta dura del general Franco y el asunto de la colza a la fiesta taurina, aunque si se hurga en antecedentes, bien culpables son toreros, ganaderos y alguacilillos de históricos males pasados y de los futuros, porque bueno es que haya gato. Esto de que ilustres escritores y notables bufones hayan tomado partido por la fiesta de toros o le hayan negado el pan y la sal, e incluso el ajo, no es nuevo. Afortunadamente, en torno a este tema campea la pasión más desaforada -a favor y en contra- porque tauromaquia es pasión y fiebre. O era.Corría, arriba o abajo, el año 1900. En los ruedos competían Machaquito, Rafael Gómez, El Gallo, Ricardo Torres, Bombita, Antonio Fuentes, Rafael Guerra, Guerrita, Manuel Mejías, Bienvenida, Reverte y el picador Agujetas, entre otros. Y por los chiqueros salían toros de ilustres familias, Duque de Veragua, Concha y Sierra, Trespalacios, Ibarra, Terrones y Pérez de la Concha. Además, faltaban 10 minutos para que Joselito, El Gallo y Juan Belmonte marcaran toda una época del toreo.
Entonces los toros no se caían -según cuentan las crónicasy había que lidiarlos.
Corre, exactamente, el año 1989, y por los chiqueros de la plaza de Madrid aparecen hermosos animales de prietas carnes y ensortijadas testuces, pero de blandas pezuñas. Y en cuanto se marcan dos carreras dan con sus 600 kilos en la arena, para levantarse a regañadientes o no levantarse jamás, ante la impotencia y la desesperación de aficionados y toreros. El público se aburre y se le acaba la paciencia y las ganas de ir a la feria.
Porque correrá el año 2000 -arriba o abajo- y la plaza de toros de Madrid se mostrará a los nuevos japoneses cómo un curioso ejemplo de falso mudéjar, de mediados del siglo pasado; la Maestranza de Sevilla, como un precioso edificio del XVIII, y la de Ronda como monumento histórico de buena familia. Pero en las plazas de toros ya no habrá toros, porque este año, el que viene o el, 92, que - a es fecha gloriosa, les habremos dado matarile, sin necesidad de que intervenga el Parlamento Europeo.
Puede usted tranquilizarse, don Eugenio Noel, y comentar con su colega san Pío V, autor de la terrible bula Salute gregis, en la que decía, arriba o abajo, refiriéndose a la fiesta taurina: "Estos espectáculos tan torpes y cruentos, que son más de demonios que de hombres". Porque usted, don Eugenio, no se habla con san Pablo, que acerca del mismo tema dijo: "Somos espectáculo a quien con cuidado salen a ver los ángeles en el cielo y los hombres en el mundo". Pero ni san Pablo, ni san Pío, ni el señor Noel, ni Manuel Vicent -que uno y otro culpan injustamente a los pasodobles y a los ajos de nuestra decadencia- tendrán que ver con la muerte de la tauromaquia, porque: ella sola se mata.
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