La España de Anquetil
Uno creía estar viendo visiones. El túnel del tiempo dibujaba el negativo de una antigua realidad, autóctona, agreste, ahíta de orgullo celtibérico. En aquellas carreteras de los años cincuenta claveteadas por los forúnculos del subdesarrollo los ciclistas españoles peleaban las carreras descoyuntando los músculos hacia el cielo en las escaladas de las que mejor era abstenerse sin impecables referencias; de igual modo, en los descensos llamados tumba abierta, en los llanos donde el músculo se hacía técnica, equipo, formación cerrada, en el pavés ideado por algún belga que recordaba las campañas de Flandes, el gabacho educado en el ultraje a España, el neerlandés escriba de la leyenda negra, o algún italiano que ignoraba que el próximo milagro europeo era el nuestro, nos arrebataban la dura gloria de las cumbres dejando al corredor hispano asfixiado en la cuneta.Eran aquellos los tiempos en que Anquetil partía a la greña de Bahamontes en cuanto las montañas miraban para abajo. Si subir paredes nos parecía una muestra tan incorruptible de la raza como el brazo de Santa Teresa, competir con los grandes tácticos del descenso era como sufrir una puñalada por la espalda o enfrentarse a la ominosa sospecha de una desviación sexual.
Y, sin embargo, en este año de 1989, esta Vuelta tan normal, tan estereotipada, tan previsible, en la que un corredor español ha ganado aplicando el grado justo de fuerza en el momento adecuado, en el lugar preciso, marca un hito en la historia social, política, y económica de España. Perico Delgado ha ganado la Vuelta en el descenso, en el llano, en la contrarreloj, y, en cambio, ha estado a punto de perderla cuando en unos pocos puertos se le escapó a la dirección de la prueba la regla y el compás hasta el punto de confundir la horizontal con la vertical.
Perico Delgado ha ganado como lo hacía Anquetil, dando caza, graduando la transpiración de cada instante, orquestando la maniobra de su equipo, el propio y el ajeno, convirtiendo el músculo en inteligencia mucho más que en pasión. Como nunca anteriormente, un ciclista español ha ganado tras ver la grupa de su oponente empinarse en los últimos repechos de la ruta, bien armado de la sabia certidumbre de que quien sube acaba por bajar. Por eso, el colombiano Parra tenía más derecho que ninguno en esta edición de la carrera a reivindicar los títulos históricos del español eterno, mientras que Perico Delgado era mucho más propiamente un ciclista del Mercado Común.
Todo ello no es sino la parábola de un cambio, de una mutación no sabemos si genética, o fruto simplemente de la aculturación. La España del nacionalcatolicismo producía una cierta épica cutre y astrosa; y a la que vive ahora cómodamente integrada en la Comunidad Europea corresponde una prosodia serena y calculada. Que nadie diga que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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