Un toque de distinción
La Unión, un grupo sin más pretensiones que las de hacer buen pop comercial, ridiculizó con una actuación seria y muy profesional a su telonero, Un Pingüino en mi Ascensor. El Pabellón de Deportes del Real Madrid presentó un lleno total y una acústica aceptable, teniendo en cuenta las pésimas condiciones del mismo para espectáculos musicales.El trío madrileño presentó las canciones de su cuarto elepé, Vivir al este del Edén, con el apoyo instrumental de un batería y un teclista, ganando así muchos enteros la globalidad de su sonido.
Rafael Sánchez, cantante de voz comedidamente rasposa, está totalmente recuperado de su accidente de motocicleta y vuelve a ser el centro de atención de su banda, con unos movimientos escénicos ajustados y una seguridad vocal de la que jamás había disfrutado. Después de siete años como grupo, La Unión vive el momento más feliz de su carrera, con la riqueza de repertorio necesaria para ofrecer 90 minutos de buena música.
Un Pingüino en mi Ascensor y La Unión
Un Pingüino en mi Ascensor: José Luis Moro (voz y teclados), Santiago Racaj (guitarra), Mario Gil (teclados y voces), Arturo Soriano (saxo), Pilar Portero, Pilar Ramírez y Cristina Cachero (bailarinas). La Unión: Rafael Sánchez (voz solista), Mario Martínez (guitarra), Luis Bolín (bajo), Antonio Cortes (teclados) y Tino Vega (batería). Pabellón de Deportes del Real Madrid. Día 14 de mayo.
Todos sus defectos anteriores, su atenazante frialdad y la pobreza habitual de los arreglos de sus temas, son un mal recuerdo.
Buena culpa de esta notable mejora la tiene Antonio Cortes, un teclista magnífico que cumple a la perfección una misión oscura pero imprescindible: crear los ambientes necesarios y cubrir los posibles vacíos de sus compañeros.
Buen gusto
La Unión puso el toque de buen gusto y distinción que debe impregnar al pop que busca los caminos teóricamente más fáciles y comerciales, dirigiéndose a públicos jóvenes. Un Pingüino en mi Ascensor, el grupo de José Luis Moro, busca a los mismos oyentes pero con una concepción musical ramplona y simplista.Letras pueriles, ritmos programados que fallaron de forma lamentable en el tema que cerraba su actuación y un interés en su obra que se limita a lo que pueda significar como fenómeno social.
El bar donde se vendía cerveza estaba vacío, y en las barras que distribuían refrescos no cabía un alma. En la calle, todo un parking de vespinos, y en el interior del Pabellón, una música perfecta para ambientar una tienda en la que venden Snoopys. Y La gente, entregada en cuerpo y alma, coreando cada estribillo y riendo todos los chistes.
Los adolescentes, que en los años cincuenta crecían con Elvis Presley o Chuck Berry y, posteriormente, con los Beatles o los Rolling Stones, no pueden estar ahora tan equivocados como para dejarse arrastrar por la insoportable levedad de un pingüino.
Babelia
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