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Tribuna
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Marea negra

Hace poco nos sentimos sorprendidos cuando en la RFA los partidos de extrema derecha republicano y nacional-demócrata lograron un número considerable de votos con ocasión de las elecciones comunales, y cuando en Austria el pangermanista Jörg Haider, que lideraba a sus liberales por una pendiente muy derechista, triunfó en la elecciones regionales conmoviendo intensamente el paisaje político austriaco.Nos sentimos extremada mente sorprendidos. Más que cuando, en su época, Le Pen comenzó a tener algo que decir en la política francesa.

Es comprensible: a la sombra del pasado nazi de la RFA y de Austria, la escalada de esas formaciones de extrema derecha nos parece bastante más alarmante. Hitler también comenzó desde poco. ¿Y acaso el renacimiento de la extrema derecha no está ubicado ideológicamente en esa continuidad fatal? ¿Acaso en Alemania el sexagenario republicano Franz Schönhuber no triunfó con su libro, en el que se jacta de su pasado en las Waffen SS?

En Austria, Haider, de 39 años, ¿no sueña acaso a voz en cuello con la nación alemana? ¿Y no explicaba hace algunas semanas que fue Churchill -y no Hitler o Stalin- quien resultó ser el personaje más negativo de nuestra historia contemporánea?

¿Ha vuelto la marea negra?

Es cierto que un reflejo en exceso alarmista con referencia demasiado directa a la historia resultaría engañoso. Pero tampoco hay que menospreciar esos fragmentos de viejas ideas que seguramente desempeñan cierto papel. Sobre todo en lo que respecta a los núcleos duros de esos partidos: nombres como Horst, Adolf y Krimhild son frecuentemente adoptados por los jóvenes militantes. Identificar el corazón de este fenómeno no plantea, pues, problema alguno.

Pero no es el viejo camisa parda quien imprime fuerza a esta nueva extrema derecha. Por el contrario, impone más bien límites a su expansión. Con el tiempo, las referencias históricas se difuminan. Y los Haider y los Schönhuber lo saben, sacan sus consecuencias y niegan vigorosamente en público semejante continuidad.

Por otra parte, no se trata totalmente de un juego de papeles. Se los elude, en efecto, por razones completamente actuales: por una actitud consecuente en lo concerniente al tema de los inmigrados a la RFA, y en su campaña contra la burocracia, la corrupción, los privilegios de los políticos en Austria.

Ya no es, pues, la antigua, sino una muy actual extrema derecha. Menos un neonazismo que un moderno popufismo de extrema derecha. Los optimistas piensan incluso que, en estos dos países centroeuropeos, se trata de una evolución hacia la normalidad europeo-occidental. Aquí las tendencias de la derecha autoritaria siempre existieron. Sólo que los tabúes políticos del período poshitleriano les han impedido a menudo organizarse abiertamente. Y se escondieron entonces en los grandes partidos conservadores-cristianos. Pero después de 40 años de ternúnada la época nazi, los tabúes se debilitaron. Y la joven generación de esta nueva derecha se ha emancipado.

Hoy día se puede ser nacionalista y xenófobo sin vestir Trachten ni cantar a gritos Deutschland, Deutschland über alles en las cervecerías. Incluso algunos de esos yuppies frecuentan, en cambio, las discotecas más elegantes.

Que la renovación de la nueva derecha coincida con el ocaso del conservadurismo en general, sólo es paradójico a primera vista. Pues se alimenta precisamente de la miseria de los partidos tradicionales conservadores.

Saca provecho de su crisis. De la misma manera que nacieron los verdes a la izquierda del SPD y del SPO, decepcionados por el proyecto socialdemócrata de los años setenta, el fracaso del proyecto conservador reforzó e incluso dio lugar al nacimiento de grupúsculos situados a la derecha de los viejos partidos.

Helmut Kohl ha proclamado patéticamente el gran giro del conservadurismo y habló con entusiasmo de la reconquista del orgullo alemán. Los Schönhuber lo tomaron en serio. El OVP austriaco sembró a Waldheim. Haider no tenía más que cosechar. Asistimos a una polarización política. Es evidente. Lo que asombra es que todo esto suceda, en estos dos países, en una situación económica relativamente próspera. Es como si la gente temiera, políticamente, lo que les espera económicamente.

Pero el contexto internacional -la distensión y no ya la guerra fría, la tendencia hacia la democratización y no hacia el Estado todopoderoso- da cierta probabilidad a la esperanza de esta nueva derecha; pese a todos sus triunfos no hará más daño en los Estados germanófonos que sucedieron al III Reich que en otros lados de Europa. Que, de hecho, quedará en un marco europeo-occidental normal.

Georg Hoffmann Ostenhof es editorialista y jefe del servicio exterior del Neue Az, el periódico socialista austriaco Traducción de Jorge Onetti.

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