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Reportaje:

Una pareja demasiado humana

Las indiscreciones escandalosas persiguen al matrimonio de Ana de Inglaterra y Mark Phillips

El matrimonio a distancia de la princesa Ana con el capitán Mark Phillips es un caso de mala suerte. No es ya sólo que lo que hace 15 años se presentó como una boda de cuento de hadas se haya toma do en tina relación teñida de indiferencia. Es que la discreción que las clases altas británicas admiten que envuelva a las búsquedas de afecto extramarital, regla de oro que Ana había respetado, ha tenido que ser violada por la Prensa popular británica. El incidente ha añadido un jirón más al aura mágica de la monarquía.

Walter Bagehot, el novecentista autor La Constitución inglesa, vuelve a ser el oráculo al que dirigen sus miradas angustiadas quienes temen por el daño que la excesiva humanización de la familia real, hasta el extremo de revelar sus más íntimos secretos, puede causar a la institución. "Que no se permita a la luz entrar en lo mágico", aconsejaba Bagehot. La luz y los taquígrafos más agresivos han vuelto a asaltar palacio y lo que han visto y cuentan no es tan ejemplar, por humano, como quiere la mitología. El abuelo de la reina Isabel Jorge V ya advirtió tras leer a Bagehot que la monarquía era un faro moral, para bien o para mal, y las vicisitudes por las que pasa la joven generación real no le hubiesen dejado de preocupar, como le disgustan a la reina.Sólo el matrimonio de los duques de York, Andrés y Sarah, parece estar libre de la carcoma que mina a los de sus hermanos mayores, quizá porque ambos son nuevos en el tálamo, tal vez porque son menos pretenciosos. Sarah, quejosa del sambenito de parásita que le ha colgado la Prensa popular, no tiene ningún empacho en decir que ella y Andrés están pensando en encargar un hermanito para Beatriz y que "lo mejor de ello es la práctica". Tal tipo de manifestaciones son impensables en Carlos o Ana, entregado el uno a la duda metódica, y la otra, a la acción continua.

Hace un par de años escasos, Carlos y Diana dieron pábulo a todas las especulaciones -divorcio incluido, entre los más aventurados-, y Buckingham salió presuroso al paso de los rumores. En estos días en que la indiferente relación conyugal de Ana con Mark Phillips ha vuelto por enésima vez a rozar el punto de ruptura, palacio no ha hecho sino confirmar implícitamente que las cosas no marchan.

Cuando la pasada semana trascendió el robo de cuatro cartas personales dirigidas por un ayudante de la reina Isabel, el capitán de fragata Timothy Laurence, a la princesa Ana, el palacio de Buckingham se vio forzado a reconocer el hecho y a identificar al autor de las misivas, algo sin precedentes. "No tenemos nada que decir sobre el contenido de unas cartas personales enviadas a su alteza real por un amigo, que fueron robadas y que son objeto de una investigación policial", añadió el portavoz palaciego.

El texto de las cartas, escritas a mano con tinta negra, sigue siendo un secreto, aunque se presume que revelan la calidez de los sentimientos de Laurence, un hombre soltero de 34 años, para con la princesa, siempre lejos de su marido y que a sus 38 años tiene poco de lo cual regocijarse en su vida afectiva.

El enfriamiento de las relaciones matrimoniales en casa de los Phillips viene de lejos. La afición por los caballos es lo que les unió y, junto con los hijos -Peter, de 11 años, y Zara, de siete-, es lo único que ahora tienen en común. Casi 10 de los 15 años de matrimonio han estado caracterizados por la separación de sus vidas y actividades. Quizá sea el hecho de que ella sea la princesa, y atraiga más la atención, lo que lleve a relacionar a Ana con la primera fractura seria en la pareja. En 1980, uno de sus escoltas, Peter Cross, fue relevado de sus responsabilidades por el exceso de familiaridad que había establecido con la princesa, que luego él mismo definió como "tiernos sentimientos próximos al amor". Con el paso del tiempo, algún nombre más fue asociado con Ana, pero nada tan serio como presuntamente es la relación con Laurence, un marino cuya misión es estar siempre próximo a la reina.

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Un dios a caballo

Mark Phillips, a los 40 años definido por sus admiradoras como un dios a caballo, jinete de singular calidad, ganador de medallas olímpicas, tampoco ha estado libre de compañía femenina. Amable y atractivo, el marido de la princesa Ana siempre ha aparecido rodeado de bellezas. Sus románticas cenas con su representante en Canadá, su estrecha amistad con una periodista británica o el hecho de que la conocida Pamella Bordes asistiera a un curso de equitación en la escuela que Phillips ha montado en Escocia han sido hitos en una larga relación de beldades que sólo alcanzó un punto de crisis cuando una joven empleada en la granja de Gatcombe, el hogar de los Phillips, tuvo que dejar el puesto a raíz de una presunta asociación sentimental con el patrón.Las personalidades del matrimonio son muy distintas, y es la de ella la más peculiar. Ana es un cardo. Fría, distante, dura, agresiva, trabajadora, confía más en los caballos que en la raza humana, la princesa nunca ha tenido el menor empeño por cambiar su imagen. Sin embargo, el patito feo de la familia real, la princesa desabrida, se convirtió de la noche a la mañana en un cisne, en la princesa solícita. Ella dice que no ha cambiado. No es cierto, pero sí lo es que los pequeños matices que ha añadido a sus relaciones con el resto de sus congéneres no son tan grandes como para provocar el tremendo cambio.

Fue precisamente la Prensa sensacionalista -a cuyos representantes ha mandado en más de una ocasión a tomar por donde les quepa, expresión nada inhabitual en una mujer que saca el máximo partido de la paupérrima escatología del inglés- la que descubrió la cara amable de Ana. A finales de 1982, el matrimonio estaba otra vez a punto de naufragar, a juicio de tal Prensa. Ana iba a iniciar una gira por el África oriental en su calidad de presidente de la Save the Children Fund, una fundación que vela por los niños del Tercer Mundo, y Mark una vez más estaba en las antípodas. Se corrió el rumor de que la pareja iba a reencontrarse en Mombasa, y allí que fue despachada toda la tropa de corresponsales reales de los tabloides. No hubo tal encuentro, como cabía suponer, y a los periódicos no les quedó más remedio que justificar la onerosa empresa, para lo que exigieron a sus dipsómanos enviados especiales la cobertura de las actividades de la princesa. Las crónicas fueron un golpe. Un miembro de la familia real luchando de sol a sol contra la miseria, rodeado de escenas de privación nunca vistas y manifestando un profundo conocimiento de la situación era algo inaudito. Ana volvió transfigurada ante los ojos del público, lo que ella comentó con ironía.

Ana, la más trabajadora

Desde entonces, este interés por los más débiles entre los débiles -aunque ella no gusta particularmente de los locos bajitos, como ha reconocido varias veces- se ha convertido en el estandarte de su actuación pública, que tiene también continuos compromisos de todo tipo dentro y fuera del país. Ana es el miembro de la familia real que más actividades públicas desarrolló el año pasado y, con tres semanas de vacaciones, el que menos descanso se dio.Mark, en cambio, vive para sus negocios, lo que le permite la independencia económica con respecto a la familia real. Explota la finca de Gatcombe, cerca de Gales, que la reina les regaló en 1976, y tras abandonar la competición se dedica a dar clases de equitación por todo el mundo. En el lujosísimo Gleneagles Hotel (Escocia) tiene el núcleo de un emporio que le rinde unos 60 millones de pesetas al año. Viaja continuamente, y en los últimos 12 meses los cuatro Phillips sólo han estado juntos 40 días. En esta semana crítica, Mark y Ana apenas compartieron seis horas, el pasado martes.

En estas circunstancias, las relaciones familiares entre los Phillips y el resto de los Windsor son más distantes de lo que de por sí son en el seno de la familia real. Nunca han estado los hermanos muy unidos, y Ana, la única chica, ni siquiera ha sido madrina de uno de sus tres sobrinos.

Muy pocos creen en el Reino Unido que los Phillips acaben separándose. No es probable que Ana acceda a ello, porque para ella pertenecer a las clases privilegiadas significa aceptar también los golpes más duros. Tampoco querría para sus hijos el drama que padecieron los de su tía Margarita, quien se divorció en 1977 después de que se descubrieran públicamente sus aventuras amorosas. Lord Mounbatten y lady Edwina también tuvieron incontables líos en sus 38 años de matrimonio. Pero entonces el aura de la familia real estaba fuera del alcance de la Prensa. La magia existía.

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