Ayunar en Cairo
El Ramadán transforma profundamente la vida social de los países musulmanes

Empieza a caer la tarde. De repente, las habitualmente bulliciosas calles de El Cairo se quedan vacías, como si un virus misterioso hubiera acabado con todo rastro de vida. Sólo algún turista despistado se pregunta con asombro por qué las tiendas han cerrado tan temprano. Es Ramadán, el mes del ayuno musulmán que conmemora la revelación del Corán al profeta Mahoma. Es una festividad religiosa que transforma profundamente la vida social de una cuarentena de países, con poblaciones en su mayoría musulmanas, pero sobre todo del mundo árabe, la cuna de la expansión islámica.
Cuando se hace imposible distinguir un hilo blanco de un hilo negro a la luz natural, decenas de almuédanos marcan con sus cánticos del libro sagrado el fin del período diario de ayuno. Salvando las diferencias horarias que marca su localización geográfica, esta señal une por un momento a 1.000 millones de musulmanes. Los hambrientos creyentes se lanzan entonces sobre el ágape del iftar, la gran cena de Ramadán, que une a familias de toda condición frente a una mesa repleta de viandas y pasteles típicos de esta fecha del calendario islámico. Durante un par de horas reina un silencio casi sepulcral, inimaginable en una gran ciudad. Luego vendrá la explosión de alegría. Mayores y pequeños convierten la calle en un festejo hasta la madrugada, cuando regresan a sus hogares para el sohur, una especie de desayuno temprano, antes de que la primera luz del alba imponga el regreso al ayuno."Por supuesto. Está en nuestro libro", responde Dahlia cuando se le pregunta si va a seguir el Ramadán. Dahlia es una joven secretaria de dirección en una empresa de servicios egipcia, viste a la occidental y en absoluto da la sensación de ser una beatona. No importa, la penetración de esta costumbre se extiende más allá de los límites de la religiosidad y, al contrario de lo que sucede con la cuaresma cristiana en Occidente, es practicada incluso por los musulmanes menos estrictos y radicales. Yehia lo lleva peor. Trabaja como camarero en un hotel internacional y padece ante sus ojos la tortura de ver cómo los clientes ajenos a su tradición dan cuenta de suculentos platos sin el menor remilgo. "Hay ocasiones en que las tentaciones son enormes", confiesa con una ligera preocupación.
Cinco obligaciones
Guardar el Ramadán constituye una de las cinco obligaciones que impone el islam a sus seguidores, excepción hecha de los niños. Las otras se refieren a la realización de cinco rezos diarios, dar limosna a los pobres, peregrinar a la Meca al menos una vez en la vida y efectuar profesión de fe. Pero el respeto del Ramadán no se limita simplemente a la privación de alimentos desde el amanecer hasta el anochecer; el ayuno incluye también las bebidas, incluso el agua, el tabaco y las relaciones sexuales. Sobra decir que se prohíbe la venta de alcohol, incluso a los no creyentes. Durante los 30 días que dura este mes, la vida social de los países musulmanes se transforma merced al nuevo ritmo que imprime ese cambio radical.Oficinas, talleres, tiendas, cines y transportes adaptan sus horarios a esta contingencia. Así, se produce un cierre general de alrededor de una hora a partir de las seis y media o las siete de la tarde para el iftar, en tanto que muchos establecimientos públicos prolongan sus horas de apertura hasta altas horas de la noche. La radio y la televisión modifican sus programas. Se incrementan las emisiones religiosas y se suprimen los telefilmes norteamericanos. Esta adaptación se hace especialmente visible en los restaurantes, que, salvo en zonas muy turísticas, permanecen cerrados durante todo el día. Hasta ministerios y bancos retrasan el horario de apertura para contrarrestar la fatiga que la abstinencia y el continuado trasnochar provocan en sus empleados.
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