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Waldheim asusta a la realeza europea

Kurt Waldheim, presidente de la República de Austria, se convirtió ayer en triste protagonista de los solemnes funerales de la última emperatriz austrohúngara, Zita de Habsburgo, al impedir con su presencia la asistencia al mismo de numerosos representantes de la realeza y la aristocracia europeas. La oportunidad o no de invitar a Waldheim al funeral provocó fuertes tensiones en el seno de la familia Habsburgo. Algunos miembros de la misma estaban totalmente en contra de que Waldheim fuera invitado, y preveían que varios casas reales, sobre tado del norte de Europa, mandaran representantes de muy bajo rango por considerar incompatible su asistencia con la presencia del presidente de Austria.

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Decenas de miles de personas asistieron ayer en Viena al entierro de la ex emperatriz austrohúngara en un gran acto de homenaje al símbolo de la supranacionalidad en Centroeuropa que es la dinastía Habsburgo y su último representante coronado.Por primera vez desde la caída del imperio, en 1918, resonaron en la catedral de San Esteban los himnos imperiales austriaco y húngaro. Cerca de 30.000 húngaros, millares de austriacos y representantes de diversas casas reales y de la alta aristocracia europea se concentraron en la capital austríaca para acompañar hasta la cripta imperial de los Capuchinos el cadáver de la última emperatriz europea. Don Juan de Borbón, conde de Barcelona, representó a la Casa Real española.

El acto se vio deslucido por la presencia de Waldheim, que provocó la citada ausencia de numerosas casas reales que rechazan todo contacto con el jefe del Estado austriaco por su controvertido pasado en el Ejército nazi.

La asistencia al acto de Waldheim había provocado una dura controversia en el consejo familiar de los Habsburgo, que ha dirigido los trámites y el protocolo del funeral y la comitiva hacia la cripta de los Capuchinos, donde descansan ya los restos de Zita de Habsburgo con los de la dinastía imperial austriaca.

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Oposición de la familia

Algunos miembros del consejo familiar eran totalmente opuestos a la presencia de Waldheim porque temían que se negaran a asistir los máximos representantes de algunas casas reales en parte emparentadas con los Habsburgo y los Borbón-Parma. Así ocurrió de hecho, y según fuentes cercanas a la organización, la presencia de Waldheim. hizo que los reyes de Bélgica, miembros de la casa real británica y otros excusaran su ausencia. El propio Otto de Habsburgo, máximo representante del antinazismo conservador austriaco durante el III Reich y jefe de la casa de Habsburgo, "no puede ni ver a Waldheim", según fuentes cercanas a la familia.

Fue el príncipe de Liechitenstein, Vinzeriz, casado con una hija de Zita, el que se hizo fuerte en el consejo familiar en favor de la presencia de Waldheim, al cual se le había enviado una invitación por cortesía con la secreta esperanza de muchos de que no la aceptara. Waldheim, cuyas apariciones en público son escasisimas y siempre controvertidas y cuyo ostracismo del escenario diplomático y político internacional es casi patético, anuncié su presencia en los actos tras ciertos amagos en declaraciones públicas. Un invitado perteneciente a la aristocracia indicó que "es lógico que la familia prefiriera la presencia del príncipe Felipe de Edimburgo a la del señor Waldheirn".

Además de don Juan de Borbón y de Kurt Waldheim, en la primera fila de la catedral de san Esteban se sentaron el príncipe Francisco José II de Liechitenstein, el Gran Duque de Luxemburgo y el príncipe Alberto de Mónaco. La casas reales de Marruecos y Jordania enviaron a. sus herederos, pero aparte de los ya citados, ninguna otra casa real se hallaba presente. Destacaba la ausencia de la totalidad de las monarquías del norte de Europa. Las familias reinantes en Bélgica, Holanda, Suecia, Dinamarca y Noruega no asistieron al acto y la representante de la monarquía británica fue la alcaldesa de Westminster, casada con un Habsburgo.

La misa fue celebrada por el arzobispo de Viena, Hans Hermann Broer, y a la ceremonia acudieron, por parte de la República de Austria, además de su presidente, el ministro de Asuntos Exterios, Alois Mock; el alcalde de Viena, Helmuht Zilk, y otros presidentes de Estados federados austriacos. Sin embargo, no asistió el canciller Franz Vranitzky que habían expresado su opinión de que el funeral era una cuestión privada y no de Estado, y se hallaba de visita oficial en Portugal.

Tras el funeral de la catedral de San Esteban, la comitiva, entre banderas de los Habsburgo y de los territorios que pertenecieron al ímperio, se dirigió por el centro de Viena, y junto al antiguo palacio imperial de invierno Hof Bubg, hasta la cripta de los Capuchinos, donde se hallan los restos de los emperadoroes austrohúngaros. Sólo el marido de Zita, fallecido a causa de una pulmonía el 1 de abril de 1921 -hacía ayer exactamente 78 años- reposa en la isla de Madeira. Los corazones de ambos reposarán juntos, pues según la tradición de la familia de la ex emperatriz le fue sacado el corazón que será, llevado al monasterio de Muri, en Suiza, donde se encuentra el de su marido.

La República de Austria permitió y se unió ayer a un acto oficialmente privado, que fue un homenaje a la historia austriaca y europea, dando tributo a una persona que siempre instigó al Estado republicano emanado de las cenizas del Imperio austrohúngaro y que intentó en dos ocasiones liquidarlo y forzar una restauración monárquica contra la voluntad de la mayoría de la población.

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