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Extramuros

Rosa Montero

El sueño europeo de un mundo sin fronteras me parece estupendo. Eso es el siglo XXI, nos decimos: la superación de las nacionalidades, la desaparición de esas líneas imaginarias que, como dioses feroces, han exigido desde el principio de los tiempos un tributo inútil y sangriento. Magnífico. Lástima que tan hermosa fantasía se vea empañada en su grandeza por pequeñas muertes sin sentido. Por los espaldas mojadas marroquíes, por ejemplo, obstinados en ahogarse por decenas frente a la costa de Algeciras.Que quede bien claro; no es que desaparezcan las fronteras, es que se corren: más allá del perfil europeo la tierra se desploma. Y los nuevos confines son más abismales, más cortantes. Verdaderas trincheras que separan el derroche de la miseria, el confort de la desdicha. Es así, encerrados a cal y canto en nuestra lustrosa fortaleza, como nos entrenamos en imaginar mundos sin límites.

Qué mal gusto el de estos emigrantes ilegales marroquíes, que se empeñan en ensuciarnos el ensueño. Campesinos de apenas 20 años que vienen huyendo de la hambruna, deslumbrados por un Norte promisorio. Apretujados como ganado en frágiles barcazas que no aguantan las corrientes del Estrecho. Son paupérrimos, pero han pagado la para ellos astronómica cantidad de 40.000 pesetas por un pasaje hacia la nada. No saben nadar, pero se arriesgan. Muy desesperados han de estar. Y sus desesperados cadáveres llegan, flotando tontamente, hasta las estupendas playas de Tarifa, lo cual es un desdoro para los bañistas de la CE, finos turistas sin fronteras. Aquí se quedan los muertos, enterrados anónimamente en cementerios, porque, por no tener, ni siquiera poseen quien les reclame.

España, segregada hasta ayer, charnega sureña en el Mercado Común, se apresura hoy a defender la plaza y contempla con cauta impavidez cómo los bárbaros se ahogan extramuros. Aquí estamos, dispuestos a servir de policías para mayor gloria de la patria europea.

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