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La bufanda del jefe es la más bonita

Que algo dure más de unos segundos en un mundo efímero es un motivo de sano orgullo, y en la televisión, las conmemoraciones son de soplo corto. Superar el mes, el trimestre o el semestre es una hazaña digna de pasar al Guinness. Llegar al año constituye una verdadera monstruosidad. Si un determinado espacio supera esa cota y llega a los dos años, no hace falta decir que estamos ante un auténtico milagro de la naturaleza.El programa de Jesús Hermida acaba de cumplir su segundo aniversario en antena, y la fiesta ha sido celebrada como se merece. Hermida es un viejo zorro que ha aprendido a usar muy bien su mejor patrimonio, él mismo, con su saber estar, en una dificilísima antinaturalidad ante la cámara, a la que manda con una autoridad innata y un gran conocimiento de las leyes eternas del espectáculo.

A mí no me gusta demasiado esta criatura televisiva surgida de su imaginación, lo confieso, con un cierto rubor, porque creo que su nivel general está muy por debajo de lo que sabe hacer este veterano profesional. Por las mañanas es una invención que Hermida ha ido haciendo poco a poco, atento a la enseñanza permanente de la prueba y el error, con esa suprema habilidad asociada al olfato y a la experiencia, y con una especial astucia para elegir bien a sus colaboradores -todos los cuales reconocen continuamente el liderazgo y la superioridad del jefe supremo, lo que está muy bien-. Quizá la dificultad no esté tanto en el programa en sí, sino en los que nos acercamos a él, ingenuamente, creyendo que podría ser distinto, más exigente y rotundo.

Hermida conoce, indiscutiblemente, a su público, se permite jugar con él, intrigarle y exasperarle, con su estilo de viejo matador, que se permite filigranas y numeritos excesivos de cuando en cuando. Este veterano periodista me recuerda a Lina Morgan porque, como la gran actriz madrileña, ha aprendido a ser coqueto y a jugar en su propio terreno. Nadie como él domina el difícil arte de entrar y salir de campo, pasando los trastos al ayudante de turno, de forma que los extras del estudio se crean que están participando sólo porque conocen muy bien las reglas del tinglado.

A mí me gustaría que el listón se eleve para que el tono general deje de bajar al nivel más bajo de la audiencia y se acerque a unas cotas superiores, menos halagadoras y más críticas. No se trata de pedir a este programa que compita con las creaciones culturales más exquisitas y ambiciosas del medio sino evitar la facilidad que gravita sobre él después de dos años de continuidad.

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