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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Comunismo reformista

HACE APENAS nueve meses, Achille Occhetto recibía, con la secretaría general del Partido Comunista Italiano (PCI), la herencia de un formidable movinúento político venido a menos en los últimos años, acomplejado y en franca retirada después de haber llegado a tocar casi, hace sólo una década, las puertas del poder. La poderosa personalidad del dirigente socialista Bettino Craxi y el fracaso del eurocomunismo amenazaban incluso con la pérdida de su posición hegemónica dentro de la izquierda italiana en favor del Partido Socialista Italiano (PSI).En tan corto espacio de tiempo, sin embargo, el nuevo secretario general del PCI ha logrado cambiar esa tendencia con una oferta política moderna e imaginativa que el congreso del partido concluido ayer ha venido a confirmar de forma aplastante. Ha sido el congreso de la superación de un comunismo chapado a la antigua, no sólo en símbolos y gestos, sino en conceptos y métodos. Como ejemplo, basta recordar que uno de los rasgos más definitorios de la tradición comunista, el centralismo democrático, ha sido abandonado, al tiempo que se reconoce el derecho a la libre expresión de opiniones discrepantes.

Junto con los arcaísmos, el PCI parece decidido a superar una etapa de su historia, marcada, por una constante actitud a la defensiva, como si se tratase de un eterno sospechoso obligado a cada instante a afirmar su adhesión a la democracia para ser aceptado en el juego político. El PCI pasa ahora a la ofensiva, y lo hace proponiendo mutaciones en la política italiana, cuya necesidad es compartida por amplios sectores de opinión. La idea básica del congreso comunista es que Italia necesita una alternativa que ponga fin a la situación de democracia bloqueada que existe en dicho país, el único de Europa occidental donde un partido, la Democracia Cristiana, gobierna desde hace más de 40 años.

Promover una alternancia en el poder ho es mas que reclamar para Italia lo que es norma en los otros países de su entorno. Para plasmar esta alternativa -y es otra novedad del congreso- el PCI ha adoptado sin equívoco una posición reformista, de reformismo duro, esforzándose por lograr que las definiciones políticas se hagan más bien a partir de problemas concretos, tanto en el plano nacional como en el local, que de las polémicas ideológicas tradicionales. En ese orden ha sido significativo el apoyo del PCI a la valiente experiencia: que realiza en Palermo el alcalde democristiano Orlando para liberar a la ciudad de la corrupción y de la Mafia. Y en el plano social, ¡a iniciativa de Occhetto atacando a la dirección de la Fiat en el terreno de la defensa de los derechos democráticos de los trabajadores. Ataque en cuyo trasfondo hay una nueva concepción del papel del Estado: se rechaza el estatalismo y se respeta la empresa privada, pero se exige que la democracia sea efectiva en todas las esferas de la sociedad.

El congreso ha sido acogido de forma positiva por casi todos los partidos del arco parlamentario italiano, que han visto con buenos ojos esta especie de refundación del comunismo más fuerte de Occidente. A excepción, como no podía ser menos, de Bettino Craxi para quien el salto adelante del PCI se convierte en un difícil desafio. En efecto, sólo la creciente debilidad de los comunistas ha permitido al dirigente socialista desempeñar en la última década, con apenas el 15% de votos, un papel de árbitro decisivo en la escena política italiana. En todo caso, este congreso parece llamado a tener consecuencias, tarde o temprano, en la política de aquel país. De forma que negarse a tener en cuenta la posibilidad de una alternativa y mantener a machamartillo la alianza de gobierno con la Democracia Cristiana -ahora aún más a la derecha tras la elección de Forlani- resultará cada vez menos comprensible desde una óptica socialista sincera. De hecho, sectores reconocidos de la izquierda del Partido Socialista Italiano manifiestan cada vez con mayor audacia su disposición a discutir la posibilidad de creación de un llamado bloque de izquierda.

Pero Occhetto no se ha limitado al marco italiano. Otro de sus aciertos ha sido enfocar el congreso desde una perspectiva europea. La necesidad de crear una nueva izquierda continental que, abordando los problemas contemporáneos, supere ideologías, costumbres y divisiones del pasado ha estado en el centro de los debates. Este planteamiento europeísta ha sido favorecido en particular por las estrechas relaciones del PCI con la socialdemocracia alemana, con la que ha encontrado puntos de coincidencia importantes. En ese plano se sitúa su adhesión sin matites al modelo socialdemócrata vigente en Europa y su disposición a integrarse incluso en la Internacional Socialista. Un cambio que enriquecerá el debate, siempre pendiente, sobre el futuro de la izquierda en Europa.

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