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Tribuna:
Tribuna
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La verdad oficial

Reflexiona el autor del texto en torno a la decisión del máximo responsable de RTVE de suprimir los resúmenes de prensa del primer informativo de Radio Nacional y no duda en calificar dicha decisión de: "franquista", por cuanto las alegaciones de no estar suficientemente contrastadas dejan entrever una implícita censura a la libertad de información. Sefíala que quien debe decidir sobre el tema debe ser el público que los oye, realizándose una encuesta entre la audiencia.

Cada mañana, una de las secciones o espacios radiofónicos que muchos españoles escuchábamos con más gusto al afeitarnos, ducharnos o desayunar era la síntesis de la Prensa nacional del día que nos ofrecía hasta hace poco Radio Nacional de España en España, a las ocho.

A través de ese rápido recorrido por los más destacados titulares de los periódicos que acababan de salir en los más alejados rincones de la piel de toro y de las islas, quienes, saliendo del sueño, preparábamos nuestra jornada de trabajo teníamos la reconfortante sensación de tomar de nuevo tierra en nuestro país, de escuchar cómo estaba el patio, nuestro querido patio de vecindad, y de sentir latir en nuestra mano el pulso febril y acelerado de España.

Hoy, hasta esa dulce y pequeña satisfacción mañanera, inocente en una democracia -bien sé que no en una dictadura-, nos ha sido arrebatada de un plumazo. ¿Por quién? Por el señor Solana (don Luis, por supuesto), nuevo ayatolá de Radiotelevisión Española. ¿En nombre de qué? De la verdad, naturalmente, aunque nos parezca extraño. ¿Con qué pretexto, con qué argumentos? Con el de que esas informaciones y/u opiniones "no estaban suficienternente contrastadas".

Responsables precisos

Ahora bien, nadie se escandalizará, a estas alturas de la, por fortuna, ya iniciada controversia pueblo-Gobierno sobre la libertad, si digo que dicho argumento, aplicado al caso que nos ocupa, es de corte típicamente fascista, y más precisamente, franquista.

La razón es obvia, por los motivos siguientes:

1. Los titulares de la Prensa nacional -y de igual modo los de la Prensa internacional, que seguían a los primeros- no se ofrecían por Radio Nacional como verdades absolutas e inapelables, sino, muy sencilla y llanamente, como lo que eran: informaciones y/u opinones emitidas por unos autores o responsables precisos, los periódicos que se citaban, del mismo modo que se hace cuando se emite una entrevista. ¿Qué quiere decir precisamente.Solana cuando alega, parajustificar la supresión, que no estaban "suficientemente contrastadas"? Seguramente dos cosas distintas, una para sí mismo y para quienes están detrás y encima de él y otra para el público. Para él mismo y sus jefes, contrastadas debe traducirse por censuradas. Pero para el público, Solana pretende ingenuamente que contrastadas suene algo así (tan respetable) como verificadas o demostradas.

Ahora bien, si vamos a eso, es evidente que ningún titular periodístico -ya se presente meramente como información, ya tenga expresamente la forma de opinión- podrá ser nunca experimentalmente verificado como un fenómeno flisico o biológico ni matemáticamente demostrado como un teorema de álgebra o de lógica. Ni siquiera pueden serlo, por supuesto, los titulares de las informaciones de Radio Nacional de España, las opiniones emitidas por sus entrevistados, sean éstos Fraga, Suárez o el propio jefe de Gobierno, ni la mismísima verdad oficial emanada por el Ente. Si hubiera que aplicar de modo consecuente e imparcial, sin unos privilegios inadmisibles en una democracia, la exigencia de Solana, habría que cerrar, pura y simplemente, todos los espacios informativos de Radiotelevisión Española.

2. Contrastar viene, naturalmente, de contraste, y significa por ello someter a contraste unas informaciones u opiniones del único modo humanamente posible, es decir, discutiéndolas y comparándolas con otras distintas y aun opuestas. En este sentido, las informaciones y/u opiniones presentadas en España, a las ocho se contrastaban unas con otras, recíprocamente, y, a su vez, podían entrar en contraste con la verdad, oficial, lo cual es siempre beneficioso (aunque no lo sea tanto para Solana y no lo es nunca para un poder que se encamine con paso rápido hacia la dictadura).

Someter a discusión

En una democracia, contrastar no significa censurar, como cree Solana, sino someter a contraste y discusión lo más amplia y pública posible, y esto sólo podía hacerse con los titulares incriminados a través de la amplia difusión popular que les daba Radio Nacional, para que llegaran incluso a los que nunca leen los periódicos, que son aún muchos en España. En una democracia, la libertad de informar y de ser informado es esencial. ¿Lo ha olvidado acaso ya el señor Solana, casi tan rápidamente como olvidó el señor González que en una democracia, los sindicatos pueden negociarlo todo salvo su propia libertad para seguir reivindicando en el futuro y que lo que nunca pueden hacer es utilizar el dinero que se les ofrece como parte de sus legítimas aspiraciones para comprarse -en contrapartida, como diría Felipe- un bozal de oro? Así parece ser, aunque algunos, recordando el pasado, tengamos que exclamar con dolor: "¡En tan poco tiempo!". A veces parecen actualizar en España lo que se dijo de los realistas franceses cuando, a la caída de Napoleón, volvieron al poder en Francia, tras de su largo exilio en Bélgica: "Lo han olvidado todo y no han aprendido nada".

Prohibir de un plumazo la difusión de las informaciones y opiniones no suficientemente contrastadas tiene para mis ya viejas narices un claro tufillo fascista y he dicho que más precisamente franquista. En efecto, recuerdo que cuando aún era estudiante acudí alguna vez a Gabriel Arias Salgado, entonces ministro de Información, llevándole las galeradas de artículos míos suprimidos por la censura, para protestarle por esa supresión. Arias, que tenía bondad natural y que me recibía gracias a que alguna vez me había llevado en su barca, en Sada, en su Galicia natal, a coger percebes, me repetía siempre con convicción y cariño: "Pero, Miguel, si lo sabes muy bien que hay toda la libertad para la verdad, pero ninguna para el error".

Tengo a la vista algunas de esas galeradas, como las de un artículo: Hombres para la patria, que debía haberse publicado en Abc. Las guardé con la idea de releerlas cuando llegara la liberación y el régimen democrático, tan ansiados como la tierra prometida por los judíos, y poder decir mirando hacia atrás sin ira: "¡Cómo era aquel régimen franquista!". Hoy me pregunto con amargura: ¿habré de hacerlo de nuevo con artículos escritos ahora -tal vez ya con este mismopara poder decir dentro de 20 años, si es que aún vivo: "¡Cómo llegó a ser aquel régimen felipista!".

Verdad oricial

De un modo más general-me pregunto también con tristeza: ¿estamos otra vez en ésas, después de tantos decenios de lucha contra la verdad oficial? Si así es, no resulta dificil constatar que, en todo el mundo, la utilización explícita o, aún peor, implícita, del agresivo concepto de verdad oficial coincide con el comienzo de un descenso, por la curva de recorrido más rápido -que, como se sabe, es la braquistócrona, descubierta en 1697 en Basilea por los hermanos Juan y Jacobo Bernoulli- hacia la dictadura. ¿Respiran aún nuestros gobernantes algo del aire puro de la democracia, que tanto quisieron, o tendrá nuestro genial e imprevisible pueblo que hacerles la respiración artificial?

Finalmente, en una democracia, una emisión como la incriminada, que nada tenía de delictivo, de ¡legal ni de inconstitucional, debe continuar o interrumpirse en función no ya de lo que guste o interese al poder, sino de lo que guste o interese a los oyentes, al público, al pueblo, en suma. Para saberlo, un procedimiento sencillo es organizar una encuesta para preguntar a los oyentes si tienen interés en que se restablezca en España, a las ocho la suprimida síntesis o revista de la Prensa nacional e internacional del día. ¿A que no se atreve Solana a solicitar y a acatar sobre un tema informativo tan elemental el veredicto del pueblo, de su pueblo? O tal vez sí. El reto, por mi parte, es firme.

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