La defasa del Profeta
El llamamiento del imam Jomeini -cualquiera que sea el punto de vista desde donde uno se sitúe- es inaceptable, y más aún para el musulmán que soy.Después de dos semanas de un alboroto sospechoso de los medios de comunicación, parece claro que nadie, o casi nadie, ha leído ni el texto de Jomeini ni el libro de Rushelie antes de llevar su antorcha a la hoguera o su pluma al delirio.
¿Qué es lo que ha dicho Jomeini? ¿Qué es lo que ha escrito Rushdie? ¿Cuál es el verdadero sentido de todos estos desenfrenos?
La declaración de Jomeini ha sido presentada como una fetwa, es decir, una directriz o una prohibición fundada en el Corán o la Sunna, la tradición islámica.
Pues es significativo que el texto de Jomeini no contiene ninguna referencia al Corán o a la Sunna. Por una razón fundamental: entra en contradicción radical con el espíritu y la letra del Corán, que dice, sin equívoco: "No hay coacción en materia de religión" (II, 256).
En el caso particular de los descreídos dice el Corán: "No te hemos colocado sobre ellos como guardián, pues tú no eres su procurador" (VI, 107). "Déjales que jueguen en su discusión" (VI, 91).
En el caso más cercano al actual guión, el de un dudoso arrepentimiento, dice también el Corán: "Vendrán a ti, jurando por Dios: no hemos querido más que hacer el bien... ¡Dios sabe lo que hay en su corazón! ¡Apártate de ellos! Exhórtalos y diles, acerca de sus almas, palabras penetrantes" (VI, 61-63). Y, sobre todo, el Corán añade: "El juicio no pertenece más que a Dios" (VI, 57).
De eso resultan dos consecuencias mayores.
Primera: ningún musulmán está obligado a aprobar, y menos aún a ejecutar, amenazas que no son sino la opinión personal de un líder político. Sólo un culto idólatra a la personalidad podría llevar a un partidario a obedecer a tal llamada.
Segunda: ninguna persona de buena fe puede atribuir al islam un comportamiento en total contradicción con el mensaje coránico.
¿Qué es lo que ha escrito Salman Rushdie?
El género literario al que pertenece su libro tiene más de nueve siglos, pero precisamente pertenece a la "literatura de la cruzada", de la cual Guibert de Nogent (que murió al inicio del siglo XII), en su libro Gesta Dei per Francos, dio a la vez el prototipo y la regla de oro: después de haber dicho sobre el Profeta cosas horrorosas, de las cuales reconoce que no ha verificado las fuentes, añade (libro 1, capítulo 3): "Se puede hablar mal sin vacilación de él, cuya índole es tan nefasta que sobrepasa todo lo malo que se pueda hablar de él".
Desde entonces las publicaciones atribuyendo al Profeta todas las, torpezas: impostura religiosa, despotismo político, el "burdel de Mahound", la inspiración satánica del libro, etcétera, han proliferado cada vez que la situación. histórica exigía una campaña antiislámica, con velocidad máxima durante cada nueva cruzada: durante la lucha contra los turcos, en el siglo XVI; durante el apogeo del colonialismo, en el siglo XIX; en Argelia, en tiempos de la ocupación, y en fechas más próximas, en la santa alianza realizada en torno a la agresión de Sadam Husein, para hacer de ella una guerra de civilización contra un régimen que, derribando al sha, ponía en tela de juicio el modelo occidental de crecimiento, de dominación y de cultura. Rushelie ha sacado de este depósito milenario de fantasmas rencorosos los materiales de su libro. Después ha hecho un montaje novelesco a la moda actual, sin más originalidad que la flección de los materiales: se encuentran en él todas las variaciones de la ubicuidad onírica que fueron creaciones en tiempos de Joyice o de Faulkner.
De estas compilaciones y de este pastiche, las declaraciones de Jomeini hicieron un best seller mundial.
Lo más triste y lo más inquetante en esta argarnasa es el espíritu gregario que se revela entre los fanáticos de ambas partes.
Por un lado, según la denuncia de un predicador ignorante de Bradford, en Inglaterra, unos 100 musulmanes se precipitaron ciegamente para quemar, como en el tiempo de Hitler o de la Inquisición, un libro que no habían leído. Por otro lado, sin leerlo tampoco, se afanan en hacer de este libro un candelero de cultura y un héroe de su autor, haciendo de islam un espantapájaros.
¿Cómo se crea, a partir de ahí, una histeria colectiva en ambos lados? Este ruido y este furor pueden parecer demenciales a los que no sitúan este episodio en un contexto histórico y político. Después de la guerra Irak Irán nadie ha logrado sus objetivos.
Jomeini no ha conseguido castigar al agresor porque se topaba con una coalición mundial. La opinión occidental le importa menos que aparecer en la lucha contra Occidente como el inico defensor del islam por todos los musulmanes del mundo frente al islam de los príncipe, del Golfo, encarna el islam de los pobres, quienes necesitan con desesperación justicia social e identidad.
Desde este punto de vista, Jomeini obtuvo un gran éxito (la prueba es el desconcierto de la Prensa de Arabia Saudí, adelantada por el imam). Sólo es triste que en su lucha, justa en su principio, contra las oligarquías y contra la hegemonía de Occidente Jomeini haya apostado prioritariamente por lo que hay de más retrasado en la tradición para movilizar a las masas.
Por otro lado, la santa alianza contra la revolucióniraní no ha logrado su objetivo: derribar por medio de la guerra al nuevo régimen iraní, que privó a Occidente de su principal gendarme de los petróleos del Golfo: el sha de Irán.
Los nuevos cruzados sueñan con un desquite en la opinión pública: todo este estrépito permite hacer olvidar todas las otras violaciones de los derechos humanos; por ejemplo, la matanza masiva de kurdos por las armas químicas de Sadam Husein que han ayudado incondicionalmente durante siete años; matanza diaria de jóvenes palestinos tirando con piedras por un ejército tirando con balas, y que dejan continuar; el asesinato programado de Gaddafi por la CIA norteamericana, y el asesinato real de su chiquilla de dos años; a todo esto no se le da en la Prensa occidental más importancia que a un hecho diario.
Parece ser que no hay más que un crimen en el mundo: el de Jomeini. Ninguna hazaña siniestra ha tenido más espacio en los medios de comunicación desde Hiroshima.
Rechazando sin reserva este llamamiento de Jomeini, quiero denunciar las indignaciones en sentido único de limpias almas que se callan o protestan con la boca cerrada frente a crímenes más mortíferos.
El recuerdo de los profetas -de todos los mensajeros de Dios, ya sea Moisés, Jesús o Mahoma- debe ser defendido como un patrimonio común de la humanidad. Pero quemar un libro o un cine, amenazar de muerte a un autor, deja creer que no seamos capaces de contestar.
La única defensa de un profeta consiste en probar, sobre todo por el ejemplo de la acción que nos inspira, el valor del mensaje que nos aporta.
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