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Museo

Manuel Vicent

En cada sala de aquel museo de pintura había una mosca imperial que controlaba el espacio aéreo y en el fondo de los pasillos dormitaba siempre el mismo vigilante junto a un brasero con una manta en las rodillas. El polvo era la única visita, pero eso no significa que aquel museo estuviera muerto del todo. Debido a la prolongada soledad, algunas figuras de los cuadros a veces abandonaban la pared y se ponían a jugar a la baraja con los bedeles en el suelo formando corros afines, y entonces, en el recinto, sonaban carcajadas e imprecaciones de reyes, santos y gentileshombres. Dos siglos estuvo aquel museo entregado al sueño.De pronto, sus escalinatas y zaguanes comenzaron a llenarse de mochilas. La pintura acababa de ser declarada objeto de degustación universal y por todos los caminos del continente bajaban ahora sucesivas oleadas de amantes del arte con un saco en la espalda. Aquel museo se había convertido en un lugar de cita preferente en la ruta migratoria. Hasta allí llegaban los consumidores de cultura a granel, innumerables excursionistas a pie y otras hormigas voraces. La dirección tuvo que habilitar una sala para que tal gentío pudiera: depositar el equipaje en la entrada, y esto creó en seguida una gigantesca montaña de mochilas que ya nunca dejó de crecer. La avalancha de fardos que se multiplicaba en consigna tomó vida propia y no hubo modo de pararla. Primero invadió el vestíbulo, después fue ganando la planta principal y al cabo de cierto tiempo se hallaban vanas galerías cegadas con diversos estratos de macutos, y éstos, al subir de nivel, habían sepultado todas las obras maestras. En la puerta del museo había a cualquier hora una inmensa cola petrificada, y estos adoradores acarreaban un nuevo bulto en la espalda. La dirección tomó una decisión tajante. Retiró todos los cuadros y dio paso franco a las mochilas de plástico, y entonces, el museo, después de dos siglos de silencio, tuvo de pronto su sentido, puesto que cada una de aquellas mochilas transportaba un sueño. Sobre él volvió a volar la mosca imperial.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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