Pobres ricos
Ahora dicen que las Koplowitz, que controlan el 96% del capital de Construcciones y Contratas, han puesto sus tropecientos mil millones en manos de unos profesionales y se han largado del país. Y cuentan que tal movida podría ser un sopapo soberano aplicado en la coronilla de sus cónyuges, quienes, de ser cierto el asunto, se habrían acostado un buen día como rutilantes potentados y se habrían levantado a la mañana siguiente reconvertidos a la más vulgar miseria.Cabreado anda el país con la ostentación de tanto fuste y tronío financiero, con el pavoneo de riquezas que despliegan los nuevos amos del dinero. De ahí la fascinación que esta historia suscita. Porque, si es verdad, resulta talmente como una fábula moral de La Fóntaine. Como el cuento de la cigarra y la hormiga, pero en versión magnates. Imagínense ustedes a los Albertos, irrumpiendo como cometas en el firmamento económico, embriagados de mando y poderío; adquiriendo, en fin, con simbólico garbo, la torre más alta de este reino. E imaginen ahora que la torre, cual Babel punitiva, se les esté haciendo cachitos, y que en sus bolsillos, pobres ricos Albertos, apenas si les queden unos milloncejos, pura caspa comparados con el esplendor de antaño. Buen tema para una obra titulada El imparable descenso de los Albertos U¡ o El castigo a una ambición desordenada.
Pero aún hay más. Dentro de lo emblemático que resulta este cuento ejemplar, no es casual que la prepotencia viril de unos señores (los dueños del poder siempre son hombres) pueda ser vapuleada de tal modo por discretas manos femeninas. Como tampoco es casual el papel jugado por el marqués, quien, como otrora su hermano, está quedando hecho todo un señor, elegantísimo, pero que, pobre aristocracia añeja, no parece pintar mucho en el asunto ni tener influencias en el rotar del mundo. Y es que esta fábula moral es también una lección sociopolítica, con fuerzas femeninas emergentes, clases blasonadas descendentes y un retrato robot de los nuevos ricos, del fulgor social y los eclipses.
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