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Bolero

Recuerdo un cuento de Stevenson que refería las andanzas de una sociedad secreta de niños. Debajo del impermeable de esclavina llevaban una linterna de aceite encendido, y cuando dos de ellos se encontraban, para confirmar el reconocimiento, desabrochaban el impermeable y mostraban la pequeña llama azulada, y se daban las buenas noches sonriéndose. Exactamente así actuábamos los fanáticos del bolero. Como los niños portadores de linternas, evitábamos proclamar en público nuestro fervor musical. Entre otras razones, porque desde la avasalladora irrupción del rhythm and blues no estaba el horno para boleros. Nos cruzábamos letras de Pedro Vargas, Bola de Nieve, Lucho Gatica, los Panchos, Armando Manzanero como se cruzan las consignas en tiempos de clandestinidad dura. Nunca hicimos proselitismo. Jamás edificamos una teoría o hipótesis sobre el bolero. Carecíamos de la menor coartada intelectual para legitimar aquel compás que tenía la desfachatez de ser ternario y bailable, y encima contaba historias de rutilante principio, abigarrado nudo y desenlace arrebatado.Se acabó. Me entero por mi amiga Aurora de Albornoz de que está a punto de publicarse .una investigación de Iris Zavala sobre el bolero donde lo cuenta absolutamente todo, desde sus confusos orígenes de ida y vuelta hasta sus pormenores poéticos y musicales. Y ya se sabe lo que pasa cuando empieza a haber bibliografía, erudición, tesinas, congresos, mesas redondas. Que se lo pregunten al tango, al flamenco, al jazz, al pop, al rock . Está cantado que llegó la hora del bolero y ya nada será lo mismo. Lo extraordinario es que hayamos logrado mantenerlo en la clandestinidad durante tantísimos años. Huérfano de teorías, desnudo de sociologías, olvidado por los pinchadiscos y los intelectuales, envasado al vacío bibliográfico. Y no sólo porque el bolero, ya puede decirse, da ciento y raya a cualquier ritmo de moda en los últimos tiempos. Sencillamente porque en los últimos tiempos el mundo es un bolero.

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