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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo que está en juego

A CUATRO meses de las elecciones europeas y dos después de la huelga general impulsada por los sindicatos, el Gobierno llega al debate anual sobre el estado de la nación con un escenario político general bien distinto -y mucho más desfavorable para los socialistas- que en febrero de 1988. El Gobierno podrá exhibir parecidos logros económicos, un buen balance en política exterior y resultados apreciables de la estrategia antiterrorista. En el debe habrá de reiterar las mismas promesas de 1988 en relación a los servicios públicos y a la seguridad ciudadana, y de redoblar las lamentaciones sobre la ausencia de concertación social. Pero el argumento de la falta de alternativas solventes de la oposición tendrá que ser revisado tanto por el relativo reforzamiento de la izquierda -al calor de la huelga general de diciembre- como por el inicio de la refundación del centro-derecha. Además, la euforia económica no bastará ya para mantener el apoyo de los sectores sociales en que se apoyó el proyecto del cambio.El debate de hoy constituye una oportunidad para devolver al Parlamento su función como cámara de resonancia de las aspiraciones e inquietudes de la ciudadanía. Porque si algo ha puesto de relieve la movilización de diciembre es que se ha abierto una peligrosa zanja entre esas aspiraciones y la actividad de la clase política. Y esto concierne tanto al Gobierno como a la oposición. Los socialistas han conseguido estabilizar el régimen democrático, sanear la economía y crear condiciones para un crecimiento sostenido. Pero apenas han avanzado en la otra tarea esencial que se supone corresponde a la izquierda en el poder: vertebrar la sociedad con arreglo a parámetros -y valores- diferentes a los tradicionales. Crear los cauces de participación que den a los ciudadanos el poder de influir en la toma de decisiones. Si el acuerdo se ha revelado imposible entre unos sindicatos que no han sabido administrar su demostrada capacidad de movilización y un Gobierno totalmente desbordado por los acontecimientos, ello es consecuencia, entre otros aspectos, del desfase entre esas aspiraciones y lo que los sindicatos tuvieron ocasión de discutir en la mesa de negociación.

A los jóvenes que no pueden independizarse porque un piso vale hoy seis o siete veces más que hace una década poco les dicen las optimistas cifras sobre el crecimiento del producto interior bruto o sobre el prestigio internacional de España. A los ciudadanos que pagan sus impuestos -en cuantía que se sitúa ya en la parte alta del espectro de los países industrializados- no se les puede compensar la desesperación por el deficiente funcionamiento de servicios esenciales, desde las comunicaciones hasta la sanidad, con meros argumentos retóricos. Especialmente cuando han perdido ya la capacidad de asombro ante ciertos espectáculos de despilfarro dados por particulares y menos particulares personajes y ante el monumento a la ineficiencia que constituyen las administraciones públicas en numerosos terrenos. La sociedad tiene dificultades para articular políticamente sus reivindicaciones y sus inquietudes frente a esa situación; de ahí que demandas muy heterogéneas y tal vez contradictorias entre sí acabaran convergiendo en la protesta de diciembre. Lo que se dilucida en el debate de hoy es saber si los socialistas son capaces de renovar su discurso reformador y de ampliar su mensaje, reducido últimamente a la proclamación de sus éxitos en materia macroeconómica, mediante propuestas específicamente políticas, y si las distintas fuerzas de la oposición saben, cada una desde sus principios ideológicos, conectar con estas aspiraciones de la sociedad que no acaban de encontrar cauces de expresión política.

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