El jardín

He vuelto al jardín que abandoné al final del verano, cuando comenzaron las lluvias. Después de tanto tiempo la cancela estaba llena de herrumbre. Las hojas amarillas ya habían fermentado en la pradera, formando con la hierba muerta un tapiz delicadamente podrido que humeaba, y las hayas desnudas extraían un aroma de madera mojada. Había muerto un enebro, y el vendaval había derribado el copo de la madreselva, llevándose también la caseta del perro hacia la alberca vacía. Bajo los pinos vi el columpio parado, la mecedora rota, y entonces recordé las risas del verano con los amigos en las tumbonas, pero ahora el musgo de la balaustrada condensaba la niebla, y ésta goteaba sobre la nostalgia de aquellas horas pasadas allí soñando. En el jardín hibernado he encontrado algunas páginas putrefactas de un periódico fechado en septiembre que se habían constituido en parte del humus en el césped. Con un bastón aparté el estiércol despositado en ellas y aún pude leer la noticia de un famoso crimen ya olvidado, anuncios de inminentes catástrofes que no se cumplieron, declaraciones inútiles del Gobierno que en su día se creyeron trascendentales, la apasionada historia de un amor adúltero que luego resultó frustrado. Sobre estos hechos había caído el agua de otoño, la helada de invierno, hasta convertirlos en abono, como el sueño de la vida resbala por el alma transformándose en su alimento.El periódico de hoy también trae noticias semejantes. Tres casos de sangre, luchas sindicales, proezas de unos célebres amantes y vaticinios acerca de una próxima hecatombe política y otras desgracias. Mientras el jardinero preparaba el césped con el mantillo para la primavera, he dejado allí el periódico de hoy abandonado. La naturaleza está a punto de germinar. Pronto despertarán todas las raíces, estallarán las gemas, y cuando, en verano, vuelva al jardín hallaré tal vez estas noticias enterradas, y el tiempo las habrá fermentado. Sobre su estiércol, que es nuestra memoria, cada uno podrá cultivar las rosas más secretas.
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