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Alan Rustage y Tim Brown

Dos británicos en Madrid unidos por la vida de una 'Princesa'

Se conocieron hace tres años en una terraza madrileña frecuentada por británicos. Brown llegó por primera a vez a España en 1965, huyendo de un Londres que le deprimía y que aún le si gue resultando difícil de sobre llevar. En el bolsillo, 100 libras, y en la cabeza, el propósito de no volver nunca más al Reino Unido. Rustage está en España desde principios de esta década y fue subdirector del British Council School hasta que, hace dos años y medio, lo dejó todo para dedicarse a escribir.La conversación con ellos se desliza de forma natural hacia la visión que británicos y españoles tienen de los otros. Ambos son cortésmente inmisericordes con lo que dejaron atrás y añoran Madrid aun casi recién bajados del avión. La imagen de España en el Reino Unido está cambiando, pero "sufre todavía de la leyenda negra creada por el Reino Unido", dice Brown, quien, no obstante, siente que cada vez tiene más dificultades para vender sus crónicas a Londres "por la plena integración de España en Europa". Cuando llegó, lo que le pedían desde Fleet Street "eran cuatro cosas: Franco, El Cordobés, Gibraltar y playas, y por los borrachos británicos en las cárceles de Franco". Borrachos, Gibraltar y playas siguen ahí, pero no hay tanto morbo como antaño. Rustage encuentra que, junto a la España indolente y atrasada, pervive en las islas la idea del español aristócrata y altivo.

Brown atribuye a la Prensa de su país, y de forma especial a la sensacionalista de millonarias tiradas, mucha culpa de esa distorsión. Para Rustage, lo que ocurre es que "la gente vive cómoda con los estereotipos".

Ninguno de los dos está seguro de que el libro vaya a acelerar el incipiente cambio de mentalidad, aunque bien lo quisieran. La España de Princesa es una España moderna y eficaz que no por ello abandona su amor al buen vivir. Ellos pretenden que los más de siete millones de británicos para los que España es sólo sex, sun (sol), sea (mar) and sangría conozcan también Madrid, a la que consideran una gema por descubrir y donde se desarrolla la acción de la novela. Una acción en la que al español le choca la superficialidad atribuida a ETA, y al británico, la profundidad de que hace gala la princesa.

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