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Partidos y sindicatos, después del 14-D

El otro día, cuando oí a Antón Saracíbar decir ante las cámaras de televisión y los micrófonos de radio que si el Gobierno no apoyaba las reivindicaciones de los sindicatos otras formaciones políticas lo harían y las incluirían en sus programas electorales y que, en función de ello, la UGT tomaría en su momento la decisión oportuna, lo primero que pensé es que los dirigentes sindicales estaban dilapidando a marchas forzadas el capital político que acumularon con la convocatoria y el desarrollo de la huelga del 14 de diciembre. La única interpretación posible de estas palabras es que si el Gobierno del PSOE no acepta todo lo que los sindicatos exigen, la UGT dirá a sus afiliados que no voten al PSOE en las próximas elecciones y que voten, en cambio, al partido o a los partidos que incluyan estas reivindicaciones en sus programas electorales.A la vista del panorama, cualquiera de los partidos que no están en el Gobierno puede incluir en su programa cualquier cosa y, por consiguiente, todo lo que los sindicatos pidan. El PP puede hacerlo en nombre del conservadurismo, del liberalismo, de la doctrina social de la Iglesia, del sagrado interés de la sagrada nación española o de lo que se tercie. El CDS puede no sólo incluir las exigencias de los sindicatos, sino desbordarlos a todos por la izquierda, después de que Adolfo Suárez, mudo antes del 14-D, se autoproclamase líder de los huelguistas en la sesión del Congreso de los Diputados una semana después. Izquierda Unida puede hacer lo mismo, dado el tono utilizado últimamente por sus principales exponentes. Y los partidos nacionalistas y regionalistas pueden prestarse igualmente a la labor, si les sirve para demostrar que la culpa de lo ocurrido y de todo lo demás "la tiene Madrid".

¿Es ese el sentido profundo del 14-D? ¿Es eso lo que los afiliados a los sindicatos quieren? ¿Es esa la alternativa política que más va a beneficiar a los trabajadores y al conjunto de la población española? Los sindicatos acusan al PSOE de no haber cumplido su programa electoral; pero ¿por qué estos partidos van a ofrecer más garantías?

Cuestión de límites

Con estas consideraciones no pretendo decirles a los dirigentes de UGT y de CC OO que deben plegarse a todo lo que dice el Gobierno. Su derecho y su deber es mantener las reivindicaciones que pusieron encima de la mesa y negociar hasta el límite. El problema es cuál es el límite. Éste es, hoy por hoy, el principal problema político del país, y por eso, más allá de las negociaciones y de la discusión concreta sobre cifras, los ciudadanos de este país tenemos también el derecho y el deber de interrogar a todos los interlocutores sobre el sentido de lo que pretenden.

Y para empezar, deberíamos preguntarnos sobre el sentido profundo del 14-D, para saber sin lugar a equívocos quién o quiénes son sus verdaderos intérpretes y, por consiguiente, para saber si el 14-D es repetible como instrumento supremo de presión. La discusión está abierta y, sin duda, tardaremos en encontrar todas las claves. Pero ya. desde ahora una cosa parece cierta: que en la huelga coincidieron motivos diferentes. Una parte fundamental de los ciudadanos que secundaron la huelga lo hicieron, evidentemente, por asentimiento a las plataformas reivindicativas de los sindicatos. Otros se sumaron para asestar un golpe político al Gobierno, desde el centro y desde la derecha. Otros hicieron. huelga por pasividad, con temor o sin él. Y otros, finalmente, -para exigir al Gobierno que gobierne de otra manera.

Pero lo que unió a unos y otros fue que a todos les resultó más fácil hacer huelga que oponerse a ella o, para decirlo de otra manera, que nadie se sintió con ganas o con motivos de salir activamente en defensa del Gobierno. Y, sin embargo, todos estamos convencidos de que este mismo Gobierno y su partido seguirán siendo el partido más votado en las próximas elecciones, mantenga o no la mayoría absoluta. ¿No quiere decir esto que estamos ante un grave problema de legitimación, no ya del Gobierno, sino de la política en general? ¿Que los ciudadanos votan, pero luego no encuentran canales o estímulos para comprometerse en los asuntos públicos? ¿Que entre las elecciones y el ejercicio diario de la democracia hay una peligrosísima distancia? Si esto es así, estamos ante un problema de fondo que no sólo concierne al Gobierno y al PSOE, sino también a los sindicatos, al conjunto de las fuerzas políticas y a los grandes medios de comunicación. Por eso, este problema también está en juego en las actuales negociación entre el Gobierno y los sindicatos.

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Se puede comprender la situación de UGT, sindicato vinculado al partido gobernante y, por consiguiente, solidario de una política económica que sólo en parte controlaba y cuyos resultados producían contradicciones serias en su propio seno. También se puede comprender que CC OO ha tenido que ejercer el clásico papel de correa de transmisión, pero a la inversa, dado que los comunistas permanecían unidos en su seno, pero se dividían fuera de él. Pero ahora, uno y otro sindicato, tienen ante sí una importante papeleta política, y para el bien de todos es muy importante que la asuman con la máxima lucidez.

Canales de participación

Si el 14-D se ha de entender, por encima de todo, como un clamor de alerta contra el peligro de deslegitimación de la política y de la democracia y contra la falta de canales de participación, este ha de ser el principal problema a resolver, por encima de las tensiones actuales. Y este ha de ser el tema principal de la discusión sobre el modelo socialista y sobre las relaciones entre los partidos y los sindicatos, discusión que no se puede abordar sin tener en cuenta que aunque los problémas son cada vez más similares en todos los países de nuestro entorno europeo, cada uno tiene su propia historia.

En definitiva, no es posible discutir sobre el posible agotamiento del modelo socialdemócrata en España y la formulación de uno nuevo sin tener en cuenta que en España, desgraciadamente, no hemos tenido nunca un modelo socialdemócrata o socialista.

Aquí llevamos poco más de diez años de democracia después de casi cincuenta de dictaduras militares y una guerra civil que lo ha condicionado todo. Por la forma en que se inició la transición a la democracia heredamos prácticamente íntegros los aparatos del Estado anterior, en medio de una tremenda crisis económica que no dejaba mucho margen de maniobra. En vez de construir con estos materiales un Estado asistencial, lo que ha habido que hacer aquí ha sido intentar reformar los aparatos estatales heredados, proceder a reconversiones drásticas del sector público de la economía y utilizar enormes recursos públicos para apuntalar sectores fundamentales de la empresa privada, una vez hecha la opción, poco discutible, de no ampliar el sector público con grandes nacionalizaciones.

El país se ha abierto a la competitividad con eÍ exterior, y de golpe, de manera tumultuosa, nos hemos encontrado con los mismos problemas que los países capitalistas más desarrollados, al tiempo que seguimos prisioneros de nuestro pasado inmediato en el terreno de las administraciones públicas, de las grandes infraestructuras e incluso de las mentalidades. Y para remate o, si se quiere, como confirmación de las dificultades, la mayoría de los partidos que protagonizaron el proceso inicial se hundieron. Por eso ahora tenemos el derecho y el deber de preguntarnos si el PSOE también se ha quemado o de preguntar a quién corresponde si se le quiere quemar. Y admito que también es legítimo preguntar si se quiere quemar a los sindicatos. De la respuesta que se dé a estas preguntas dependen muchas cosas, y entre ellas, que una huelga como la del 14-13 sea repetible o no, dato fundamental para las estrategias políticas y sindicales del futuro inmediato.

Nuevo modelo

Con este telón de fondo se puede y se debe discutir sobre la responsabilidad de cada uno, sobre las causas del conflicto y sobre cómo definir un nuevo modelo y recomponer las relaciones entre partidos Y sindicatos. A mi entender, la huelga del 14-13 demostró, entre otras cosas, que ha concluido una fase histórica de relación entre los partidos de izquierda y los sindicatos. Demostró también que está cambiando la representatividad de unos y otros y que, por consiguiente, es y será cada día más dificil mantener una relación orgánica muy rígida, porque forzosamente habrá choques de intereses entre partidos y sindicatos. Pero una vez constatado esto, ¿qué se pretende? ¿Hacer una política de izquierda sin contar con los sindicatos? ¿Hacer una política sindical sin ninguna referencia política o, peor aún, aceptando como bueno cualquier apoyo político formal, venga de dónde venga?

Definir un nuevo modelo quiere decir definir un nuevo tipo de relaciones no orgánicas, pero no forzosamente conflictivas, unas relaciones de consensos entre posiciones e intereses que no siempre serán coincidentes. Pero en ningún momento se puede olvidar que unos sindicatos sin referencia política corren el peligro de convertirse en coordinadores de grupos corporativos en constante tensión entre ellos y con tendencia a imponer los intereses propios a los del conjunto sindical -como anuncian ya los Cobas italianos y los actuales conflictos de Iberia entre nosotrosA su vez, los partidos y los Gobiernos de izquierda carentes de relación con los movimientos sociales -y con los sindicatos, en primer lugar- corren el peligro de convertirse en simples máquinas electorales, de diluir sus proyectos sociales, de verse supeditados a la presión de otros intereses nacionales o multinacionales muy poderosos y de quedar al albur de mayorías políticas coyunturales y cambiantes, siempre a merced de políticas de imagen mal controladas o controladas por otros.

Estas cosas son sobradamente conocidas, pero nunca se repetirá bastante que hay que abordarlas en las condiciones concretas de un país que no ha tenido más modelo político que procurar superar pacíficamente las consecuencias de la dictaura ni más experiencia de concertación que algunos acuerdos coyunturales sobre políticas económicas a corto plazo. A partir de aquí, todo lo que se haga o rehaga dependerá de la lucidez y del sentido de responsabilidad de cada uno.

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