La democratización de la otra Europa
La democratización de la Europa del Este será el mayor fenómeno del fin del siglo XX. ¿Acaso mayor que la unificación de la Europa del Oeste? Esta pregunta se plantea en las lindes de este año 1989: los derechos del hombre parecen enraizarse más allá de las tierras del Oder-Neisse, donde hasta ahora no habían estado demasiado implantadas. La respuesta no sólo concierne a nuestro continente, sino más bien al inmenso espacio que se extiende hasta VIadivostock. Depende, sobre todo, del afianzamiento de la perestroika en la Unión Soviética. Sobre todo, pero no únicamente. Desde la bahía de Lübeck hasta la desembocadura del Danubio, las democracias populares han conservado siempre una cierta autonomía, aunque en Yalta las colocaran bajo la tutela de Moscú.Ninguna, todavía, se ha comprometido en una revisión tan radical como la iniciada por Mijail Gorbachov. En el caso de dos de ellas -Polonia y Hungría-, esto se explica por la posición ya iniciada en el mismo terreno. La primera parece decidida por el pluralismo sindical, después de que el general Jaruzelski amenazara con su dimisión ante el Comité Central la noche del 17 al 18 de enero. Esto podría convertirse en un giro crucial: el reconocimiento oficial de Solidaridad parece ahora posible. Existe ya un cierto pluralismo económico: el 80% de la agricultura está en manos de 500 empresas industriales y comerciales privadas. No hay pluralismo político, pero existe de hecho en un país en el que la Iglesia católica constituye una oposición más poderosa y mejor organizada que el partido comunista.
Hungría no dispone de un contrapoder equivalente. Pero se desarrolla en el seno del Gobierno una discusión sobre la autorización de crear un multipartidismo. Retrocediendo en esta perspectiva a "varias decenas de años", el primer ministro, Grosz, admite que el Frente Democrático, ya constituido, pueda presentar candidatos a las elecciones de 1990. Dicho Frente y otros movimientos análogos igualmente tolerados se reúnen libremente, editan revistas y hasta publican comunicados en el periódico del partido comunista. Tan importantes como en las industrias y el comercio en Polonia, las empresas privadas se han mostrado más eficaces gracias a una política monetaria hábil y rigurosa.
En otras democracias populares, los gobernantes todavía hablan menos de las reformas de Gorbachov, ya que les desagradan profundamente. En la República Democrática Aleimana ciertos periódicos y películas de la nueva URSS están todavía prohibidos, pero los vínculos con la República Federal de Alemania mantienen un cierto pluralismo. En Checoslovaquia, la práctica religiosa se desarrolla, la vida intelectual se anima, la juventud se agita y los pequeños movimientos de oposición se multiplican. Pero la represión domina siempre, tal como hemos visto en los cinco días de manifestaciones conmemorando el vigésimo aniversario de Jean Palach, autoinmolado por el fuego después del aplastamielto de la revolución de 1968. En Bulgaria, las autoridades se resisten a una renovación reclamada por los estudiantes y los intelectuales: 150 de estos últimos crearon el pasado noviembre un "club para la glasnost y la perestroika".
Mientras tanto, sólo Rumanía parece capaz de resistir del todo a la influencia de la Unión Soviética. La megalomanía de su tirano debería provocar, en el conjunto de Europa, las medidas que impidieron el aniquilamiento de una cultura, que no es solamente patrimonio de un pueblo al que se le está despojando de la misma, sino de todo nuestro continente y de la humanidad entera. En las otras democracias populares, las reformas de la nación dominante acabarán por penetrar poco a poco, aunque no pueda utilizar los medios de que disponía Stalin para constreñir a sus satélites. No se debe imponer una primavera de la democracia con los carros de combate que destruyeron la de Praga. Pero la libertad es mucho más contagiosa que la opresión.
Por otra parte, el proyecto de Mijail Gorbachov se parece a los de Sieyès y Mirabeau de hace dos siglos, ya que ambos minan el fundamento mismo del sistema que tienden a traisformar. Establecer una Asamblea Nacional en la Francia de Luis XVI ponía en entredicho el principio del derecho divino del rey. Instaurar un pluralismo en un régimen comunista cuestiona el principio de la infalibilidad del partido, que muestra un marxismo asimilado a una verdad intangible. Cuando Vladimir Medvedev, nuevo teórico de la ideología, dice que "las formas democráticas son de hecho el patrimonio de la cultura humana universal", reconoce la supremacía de los valores de 1789 y coloca a los de 1917 bajo su influencia directa. Pero la amplitud de la perestroika aumenta sus dificultades y riesgos.
Los conservadores no se han rendido. En la batalla por la designación de candidatos a las elecciones parlamentarias del próximo marzo, el descarte oficial de Sajarov es significativo. No obstante, el vigor de estos debates testimonia un cambio radical en relación a la conducta dócil de otras ocasiones. Aunque limitado, el pluralismo se manifiesta en la multiplicación de asociaciones, diversidad de Prensa y discusiones en el seno del partido. Todo ello podría ser barrido por una revolución palaciega. El destino de Jruschov, hace ya un cuarto de siglo, induce a temer todavía por el de Gorbachov.
Mientras tanto, todo el mundo sabe en Moscú que la perestroika está impuesta por la dramática situación de una economía estatal que se muestra impotente para desarrollar un país moderno al mismo ritmo que los mecanismos del mercado. El talento de Gorbachov estriba en haber comprendido que no se transforman las estructuras de la producción si no se modifican al mismo tiempo las instituciones políticas. Las relaciones entre las dos Europas deberían ser, de ahora en adelante, imaginadas desde la perspectiva de la democratización de los países del Este. Ésta será, probablemente, larga. Estará, seguramente, limitada. Pero es inevitable.
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