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Fuentes de inspiración

Un lector de Madrid, con finas dotes de observación, nos señaló a finales del año pasado que el dibujo que ilustraba una página de publicidad firmada por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, acerca del décimo aniversario de la Constitución (véase El País Semanal del 4 de diciembre de 1988), coincidía con precisión casi matemática con el del anuncio estadounidense del Omega Institute for Holistic Studies. Roberto R. Rollón nos remitía al libro Typography 7, del Type Directors Club de Estados Unidos, para que lo comprobáramos. Efectivamente, allí estaba lo que Rollón llamaba, con retranca, 'Fuente de inspiración".La agencia de publicidad Grupo 83'85, que remitió el anuncio al periódico, no duda en reconocer que "está basado en una idea original del diseñador Tim Girvin". Pero hay más: agrega que, a su vez, la obra de Girvin "está basada en un dibujo de Picasso". Había, pues, que localizar también el dibujo del genial y fecundísimo pintor. Después de rastrear las pistas facilitadas por Juan Felpeto, del Grupo 83'85, se ha logrado. Las tres versiones de la mano que sostiene un ramillete se reproducen aquí.

¿Estamos en presencia de lo que podría llamarse plagios, o plagio de un plagio? (Plagiar: copiar en lo sustancial obras ajenas dándolas como propias.) Los lectores sacarán sus propias conclusiones. Puede haber criterios muy distintos: unos dirán que se trata de fuentes de inspiración, como lo califica Rollón; otros, que de idea original en la que se fundamenta una obra, según argumenta la agencia; algunos, que son versiones, recreaciories, interpretaciónes de un mismo tema, paralelismos intencionados, afinidades expresas... La historia del arte está plagada de autores que se han inspirado en las obras de otros. Picasso, entre ellos. El caso es viejísimo.

El escritor Juan Valera, a propósito de una acusación de plagio contra el poeta Campoamor, salió en defensa de éste y vino a decir, más o menos, que la verdadera y buena originalidad ni se pierde ni se gana por copiar pensamientos, ideas o imágenes o por tomar asuntos de otros autores; la verdadera originalidad está en la persona cuando tiene ser fecundo y valer bastante para trasladarse al papel que escribe y quedar en lo escrito como encantada, dándole vida inmortal y carácter propio. ¿Es éste el caso de los tres dibujos? ¿Cabe también, en las artes plásticas, aplicar la tan repetida frase referilida a la literatura de que todo lo que no es autobiografia es plagio? Juan Felpeto se lamenta de no haber incluido en el anuncio distribuido el nombre de Tim Girvin, autor en que se basó el reclamo de la Junta de Castilla-La Mancha sobre el Día de la Constitución. "No ha estado en nuestro ánimo", dice, "ni plagiar ni dejar de nombrar al autor".

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Otro 'ejemplo paradigmático'

El pasado domingo, esta sección recogía algunos ejemplos de los errores que advierten en EL PAIS sus lectores. Entre ellos, un "ejemplo paradigmático" que se había escapado en las páginas económicas. Pues aquel mismo día, en el suplemento Libros, se reincidía en la redundancia. En las páginas también del mismo periódico han sido cazadas más faltas. Emilio Martín-More destaca una derivada del lío que algunos se arman con las palabras infligir e infringir. En una crónica (sección Deportes) se decía "infrigió un duro castigo" por "infligió un, duro castigo".

Para aclararnos, recordemos lo que es de "elemental cultura", como dice Martín-More: Infligir es, hablando de castigos y penas corporales, imponerlas, condenar a ellas. Infringir quiere decir quebrantar leyes, órdenes, etcétera.

De estas definiciones, pues, se infiere que debemos poner más atención a la hora de utilizar los traicioneros vocablos si no queremos infringir las normas gramaticales. Si las infringimos, nos hacemos merecedores de que nos inflijan algún castigo.

Gavilán y Martín-More han cazado, también en el periódico del domingo 15, otra perla (suplemento Negocios): "De esta forma, se convierten en detentadores del segundo paquete accionarial". Detentador quiere decir "el que retiene la posesión de lo que no es suyo, sin título ni buena fe que pueda cohonestarlo". No era éste el caso. Sin duda, se quiso decir poseedores del segundo paquete accionarial. Gavilán escribe al final de su carta que está de acuerdo con el ombudsman en que la denuncia, por parte de los lectores, de las incorrecciones es un síntoma muy saludable de preocupación por el idioma. Pero añade que la preocupación no debe partir sólo de los lectores: también deben tenerla los redactores. Evidentemente. Debemos ser los primeros preocupados.

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