La única salida
EL PRESIDENTE Obiang debe convencerse de que el único futuro razonable para Guinea Ecuatorial está en el establecimiento inmediato de la democracia. Ésa es la única puerta que le podrá conducir a la paz y a la prosperidad, y no la obtención de una ayuda de urgencia -aquí, en Francia o en cualquier otro país- para tapar los agujeros producidos por una Administración corrupta e incontrolada. Pero tendrá que ser el Gobierno español el que deba convencerle: los autócratas suelen tener graves dificultades para ver más allá de las circunstancias que, en su opinión, hacen imprescindible su permanencia en el puesto.Su viaje oficial a España, repetidamente pospuesto e iniciado finalmente ayer, es un buen momento para recordárselo. La visita obedece, por parte de los ecuatoguineanos, más a las necesidades endémicas de asistencia técnica y financiera de la antigua colonia española que al deseo de restablecer los niveles normales de cordialidad con la ex metrópoli. Sólo por esta razón se ha decidido el presidente Obiang a vencer el disgusto que sin duda le provoca pensar en la regañina. Y eso es lo que le espera, a juzgar por las declaraciones de altos funcionarios españoles, cuando aseguran que Madrid considera el viaje como una visita más política que de reivindicación asistencial.
A finales del pasado mes de septiembre, Obiang canceló a última hora, desde París, una visita a Madrid del mismo tenor que la que se celebra ahora. No han cambiado mucho las circunstancias, si no es para que el Gobierno de Malabo haya comprendido que es peligroso jugar a equilibrios de balanza entre Madrid y París, y que es absurdo acusar a España de abandono, cuando nuestro país ha prestado y presta a su antigua colonia una ayuda en muchos casos anárquica, pero entregada sin contrapartidas y a manos llenas.
En esta ocasión, mientras el departamento correspondiente sigue intentando poner orden en la maquinaria de la cooperación con Guinea Ecuatorial y mantiene sus niveles de asistencia, el lenguaje político que debe usar Madrid es el de la firmeza. Obiang ha dado dos muestras de buena voluntad que deben serle apreciadas: ha demostrado que el sargento Micó está con vida -con lo que ha quedado reivindicada la bondad de la iniciativa política de Morán cuando, a cambio de salvar a Micó y las relaciones hispano-ecuatoguineanas, entregó al sargento- y ha indultado a José Luis Jones. No hay que olvidar, sin embargo, que a este último le tenía condenado sin razón y que aún queda en la cárcel Primo José Esono. Madrid debe recordar a Obiang que sólo se podrán calificar de democráticas las elecciones que se celebren este año o el que viene si el presidente establece contactos con la oposición -aprovechando, tal vez, su propia estancia en España- y admite el libre juego de partidos, archivando la manía de ver enemigos mortales por todas partes. El Gobierno español tiene autoridad moral suficiente para hacerlo, sin que nadie pueda acusarle de imperialismo.
Lo demás -las necesidades de un banco español que sustituya al que quebró, los requerimientos de un nuevo acuerdo marco, los asuntos de televisión, de transportes, de establecimiento de líneas marítimas- tendrá su natural encaje cuando en Guinea Ecuatorial un sistema democrático se haya decidido a abordar con seriedad el cáncer de la corrupción y el despilfarro y haya sentado las bases para la supervivencia económica y política de un país que pudo haber sido uno de los más prósperos del continente.
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