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España y la seguridad europea

Se ha iniciado la presidencia española de la CE en el contexto de una realidad comunitaria contradictoria, pero cuyo proceso objetivo impulsa hacia el logro de la unidad política europea. Lo contrario significaría crear las bases de una frustración histórica insuperable.Por una parte, es evidente que la Comunidad ha carecido del ímpetu político necesario, lo cual explica el retraso en la construcción política europea y el declive socioeconómico y político de Europa en los últimos años: la diplomacia comunitaria, sometida a la dialéctica Este-Oeste, no ha estado capacitada para elaborar una estrategia global capaz de responder adecuadamente a las necesidades de la construcción europea.

Sin embargo, actualmente, las naciones de Europa occidental se enfrentan a una serie de retos externos que pueden empujarlas hacia la unidad política. Están constatando cómo su tecnología e industria son superadas por las firmas japonesas y norteamericanas. Pero sobre todo se enfrentan a una crisis sobre la defensa futura de Europa. Mientras Moscú y Washington adoptan nuevas iniciativas sobre el control y reducción de armamentos, Europa tiene que estar sentada observando cómo su propia seguridad es lanzada sobre su cabeza por las superpotencias. Es la necesidad de una defensa común lo que ahora proporciona el reto clave de la unidad política.

Los europeos debemos ser conscientes de que las consecuencias del acuerdo INF y la nueva concepción del problema de Europa en la política soviética significan la apertura de una nueva época en la política europea que no podemos ni debemos ignorar.

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El papel de una Europa progresivamente unida puede tener la máxima relevancia si atendemos, además, a las verdaderas causas de la política de distensión internacional. Y estas causas deben buscarse en realidades profundas y estructurales que afectan tanto a Estados Unidos como a la URSS. Hoy día parece evidente que la voluntad negociadora de ambos se debe a la existencia de una causa común: la asfixia económica producida por una galopante carrera de armamentos que en el caso de: la URSS se aproxima al 15% de su PNB, según estimaciones aproximadas, y que en Estados Unidos ha producido el mayor déficit público de su historia, sin otra alternativa que el recorte de los presupuestos de defensa o una subida de los impuestos, en principio incompatible con el programa republicano.

Por ello, cuando estamos asistiendo a cambios en el escenario internacional, propiciados por el agotamiento del modelo bipolar nacido de las conferencias de Yalta y Potsdam, el papel de Europa puede alcanzar un grado de influencia política desconocido desde 1914. Pero no se trata de construir un tercer bloque, sino de que Europa desempeñe un activo papel en el nacimiento de un nuevo sistema de relaciones internacionales, en el impulso del diálogo Norte-Sur y en la fijación de las bases de un nuevo orden económico internacional. Se trata, en definitiva, de superar el modelo de Yalta y de consolidar la orientación emergente hacia la regionalización del mundo y el establecimiento de una relación positiva entre desarrollo, cooperación, paz y seguridad. Ésa es la tarea del europeismo progresista, que debe ser el punto de encuentro de la izquierda europea, asentada en el entendimiento creciente entre comunistas, socialistas, socialdemócrautas, laboristas, verdes, progresistas...

Así pues, las condiciones políticas operan en un sentido positivo y estimulan el camino hacia la unidad europea. En este contexto, abordar la tarea de la defensa común de Europa no tiene sólo repercusiones para los europeos, sino que precipita el desarrollo de los acontecimientos y señala el camino de cambios más profundos en la escena internacional.

Sin embargo, llegados a este punto, nos encontramos con un cúmulo de problemas de difícil solución, pero de la máxima importancia. Al tiempo que constatamos la rapidez del proceso de distensión debemos reconocer la grave realidad de que Europa no puede hablar a través de una sola voz. Las posibilidades de verificación -hasta hoy desconocidas-, la aceptación por Gorbachov del principio de la asimetría en la negociación del armamento convencional, sus propuestas en la última Asamblea de las Naciones Unidas y los resultados de la Conferencia de París sobre armas químicas suponen la apertura de un conjunto de posibilidades que deben permitir a Europa iniciar una doble y simultánea negociación con el Pacto de Varsovia y con EE UU.

La conquista de un sistema de seguridad compartida, el logro de nuevos acuerdos sobre zonas desnuclearizadas, el estímulo de medidas de confianza, permitiría plantear seriamente el desenganche (decouplins) norteamericano, al disponer como alternativa de unos mecanismos eficaces y suficientes de disuasión y negociación. En este sentido, la cooperación política europea adquiere grave responsabilidad, porque sólo puede resultar creíble en el futuro si se apoya en una actitud independiente en materia de defensa.

Pero carecemos del instrumento adecuado. Aunque el ideal sería institucionalizar una política de defensa europea tras la constitución de una Europa política, lo cierto es que durante el proceso de construcción europea se ponen sobre el tapete, de forma continuada, cuestiones de seguridad a las cuales ni las actuales instituciones comunitarias ni las formaciones políticas europeas pueden ser ajenas.

Por tanto, la dimensión europea en los temas de seguridad no puede diferirse de forma indefinida, cuando los acontecimientos de la escena mundial reclaman un pronunciamiento común de los Estados de la Europa occidental. Pero, además, las cuestiones de seguridad, por sus profundas implicaciones de futuro, no afectan únicamente a los Estados miembros de la CE, sino a todos los europeos, Gobiernos y ciudadanos, y afecta tanto a las relaciones horizontales como verticales entre los Estados europeos.

Por todas estas consideraciones, hace falta con urgencia un foro europeo de seguridad y defensa que, sin desconocer la realidad que significan la CE y la Alianza Atlántica, tenga en cuenta la realidad de que existen países de nuestro entorno que no pertenecen a ninguno de los organismos citados, o pertenecen a uno y no al otro.

En este punto es preciso plantearse las siguientes cuestiones: ¿cómo tener una política unificada de seguridad? Ante la falta de un foro para tratar temas de defensa y seguridad, ¿creamos uno o aprovechamos lo existente: la UEO?

Desgraciadamente, el Parlamento Europeo está doblemente mediatizado. Por una parte, por la no pertenencia a la CE de determinados países europeos, y por otra, por las limitaciones explícitas que el Acta Única establece en su artículo 30, al referirse a los aspectos políticos y económicos de la seguridad, pero no a los militares.

No es casual, en este sentido, que el artículo 30.6 c) del Acta Única remita a la Unión Europea Occidental (UEO) y a la Alianza Atlántica para buscar "una cooperación más estrecha" en el campo de la seguridad.

Pero lo cierto es que la UEO no parece que sea el organismo capaz de estar a la altura de las circunstancias y de las necesidades políticas planteadas. Carece de suficiente representatividad política. No es la voz de Europa. Es la voz de los países europeos miembros de la OTAN. No se trata de adoptar una actitud ideológica o demagógica sobre la UEO. Simplemente es que no sirve para este momento.

Todo ello nos lleva a plantear la inevitabilidad de una iniciativa política que sitúe el problema en sus términos reales. Iniciativa política que sería deseable bajo la presidencia española y que, basándose en disposiciones del Acta Única que incluyen aspectos políticos de la seguridad en los temas a tratar en el marco de la cooperación política, hiciera suya y ampliara la propuesta de¡ presidente Delors de marzo de 1987, en el sentido de que los jefes de Estado y de Gobierno de los doce se reunieran en un consejo europeo para comprobar la evolución de las relaciones EsteOeste y señalar las propuestas y la voluntad en la actuación de los doce.

Esas conclusiones podrían ser trasladadas al resto de los países europeos occidentales, con el deseo de caminar en la tarea de unificar progresivamente la voluntad y la voz de los europeos en un momento trascendente para el futuro del continente.

Necesitamos una voz que sirva como interlocutor ahora. Repercutirá positivamente en el camino de la unidad política. Se podrá decir que la propuesta resulta difícilmente viable. Pero debe intentarse. La presidencia española estaría a la altura de las circunstancias, cosa que casi todos deseamos.

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