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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis en Belgrado

LA DIMISIÓN, el pasado 30 de diciembre, del jefe del Gobierno de Yugoslavia, Branko Mikulic, es un hecho insólito. Aunque la Constitución prevé esa eventualidad, nunca se había producido. Mikulic es un político tenaz, y ya en mayo de 1988 logró derrotar en el Parlamento federal una moción de censura presentada contra él por los diputados de Eslovenia y Croacia. Si esta vez ha tirado la toalla es porque su mujer aparece complicada en un caso de corrupción, lo que ha dañado su prestigio. El Parlamento, por su parte, al rechazar el presupuesto y el plan económico para 1989, presentados por él, le dejó sin otra opción que la de dimitir. Todo el proceso se ha desarrollado en el marco parlamentario, como en Occidente, pero conviene subrayar que es un hecho sin precedentes en un país con un solo partido legal, la Liga de los Comunistas, cuyos órganos designan en la práctica a los candidatos que luego son enviados al Parlamento.La dimisión de Mikulic tiene como causa determinante una situación económica que bordea la bancarrota. Había prometido contener la inflación en 1988 por debajo del 100%, pero ésta se ha disparado hasta alcanzar el 250%. El poder adquisitivo de los salarios ha sufrido un descenso notable, lo que provocó un elevado número de huelgas en diversas ramas de la producción. El Gobierno de Mikulic había adoptado una serie de medidas de austeridad para salir de la crisis, pero ni esas medidas han sido aplicadas de modo efectivo ni se ha producido ninguna mejoría.

Es significativo el cambio de clima político que se ha operado en los últimos tiempos: al iniciarse el otoño, el dirigente serbio Milosevic promovía manifestaciones masivas en tomo a la suerte de los serbios de Kosovo, logrando con esa bandera nacionalista una popularidad enorme. Sin que ese problema haya perdido importancia, hoy el debate político se centra en la acuciante crisis económica. Pero existe un problema de fondo que se manifiesta a través de las diversas agitaciones nacionales, políticas y sociales: la tendencia a la desintegración del poder central, la incapacidad del Gobierno y la de otros órganos federales para elaborar y aplicar una política válida para el conjunto de Yugoslavia. El poder efectivo está en manos de las repúblicas, y éstas -sobre todo las más fuertes- logran impedir que se apliquen medidas, por urgentes que sean, si las juzgan negativas para sus intereses específicos.

Por otro lado, no cabe negar que la democratización avanza, en medio de las tormentas. Una prueba palpable ha sido la campaña desarrollada para derribar el Gobierno de Mikulic. El diario Borba, uno de los más influyentes de Belgrado, pidió abiertamente su dimisión. Los discursos contra el Gobierno en el Parlamento fueron tan duros como los que se pronuncian en los países occidentales. Los sindicatos no sólo organizaron huelgas, sino que exigieron la retirada de unos presupuestos que consideraban altamente perjudiciales para los trabajadores. La vida política en la Yugoslavia de hoy se parece cada vez menos a un sistema clásico de partido único.

Se está abriendo paso un pluralismo político sin cauces legales, que se plasma en la Prensa, en las asociaciones, incluso en el seno de la Liga de los Comunistas, y cuyas fronteras responden sobre todo a los criterios dominantes en las diversas repúblicas. En esta coyuntura, la solución de la crisis de Gobierno se presenta muy dificil. La jefatura del Gobierno federal es un cargo escasamente codiciado porque supone mucha responsabilidad y escasos poderes. Mientras en otros países, como Hungría o Polonia, el debilitamiento del partido único acrecienta el papel político del jefe del Gobierno, en Yugoslavia el poder real tiende a concentrarse en los órganos ejecutivos de las repúblicas, no en el Gobierno central. Ello crea dificultades enormes para poder llevar a cabo una política eficaz para salir del marasmo económico.

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