Pensiones
El deseo hasta ayer era tener trabajo. Pero el superdeseo hoy es jubilarse. Hacía tiempo que este anhelo llenaba algunos corazones laborales, pero ahora por fin puede proclamarse abiertamente. La depresión del retirado ha quedado sustituida por la moderna exaltación del beneficiario del fondo de pensiones. Un nuevo tipo que comprendió, desde los 17 o 18 años, que el sentido de la vida se cumple con cualquier trabajo siempre que asegure el pago de las cuotas para la jubilación. El sueño es ser pensionista.La vida, por lo general, ha venido resultando demasiado cicatera hasta el presente. Cada minuto de alborozo se ha pagado con otros de contrición, cada recompensa llegaba tras una larga y fastidiosa tarea. La vida ideal, aquella donde se podrían obtener las cosas sin necesidad de esforzarse varias horas antes, sólo se realiza plenamente en el reino de la pensión.
Al fin, los ciudadanos pueden experimentar la fantasía de ser cuidados y nutridos por el simple mérito de estar vivos; sin sufrir la evidencia de que reciben un estipendio o una cura a cambio de vender su tiempo y su salud desde primera hora de la mañana.
En los modernos fondos de pensiones el ambiente es totalmente optimista y feliz. Está eliminado el tono deprimente de la edad, por ejemplo. La gente pertenece o se hace del fondo como se apunta a un club intersexual, intergeneracional y de actividades diversas. La pensión es una opción vital antes que una ayuda premortal. Un asunto económico y no gerontológico. Innovador. De ahí la euforia con que han promocionado el sistema las compañías de seguros y los bancos nacionales e internacionales. Estar vivo ya no es bastante. Hay que pensar en un intervalo para disfrutar del cielo en este mundo. En plenas Navidades, sobre la melancolía turronera referida al pretérito, ha imperado un proyecto para el porvenir. Lo importante no es haber vivido y trabajado mucho o poco. Lo decisivo es jubilarse. Hay un plazo para la primera oleada de inscripción hasta final de año.
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