Habana Club a la checa
Nuestro Marienbad es su Marianske Lazne, y su Karlovy Vary es nuestro CarIsbad, porque nacionalizaron el cinematográfico fasto de las estaciones termales estilo imperio o algo así. Y si bien es cierto que, desde el punto de vista ideológico, la principal diferencia entre el capitalismo y el comunismo es que aquél niega la lucha de clases en el presente y éste las niega en el futuro, también lo es que, desde el punto de vista estrictamente humano, médico e hipocondriaco, ambos sistemas se parecen como dos gotas de agua termales turísticamente organizadas. Marianske Lazne y Karlovy Vary son las mismas fuentes, los mismos baños, los mismos hoteles y enfermos, las mismas curas y los mismos vasitos de agua para esto y aquello, y hasta las mismas balneoterapias o tratamientos completos que ayer fueron Marienbad y Carlsbad. Y hasta un fastuoso casino.Aunque, claro, muchos antiguos salones de té Viena son hoy absurdas discotecas vídeo con sábado noche y fiebre Travolta y esa cursilería que no tiene por qué no caracterizar también a un nuevo perestroiko.
Como siempre, fue un amigo quien me permitió ver todas estas cosas. Porque resulta que yo había llegado completamente fuera de temporada y hasta las aguas termales se habían congelado ya. O son ideas que uno se hace cuando llega a Marienbad con cinco estrellas en el hotel Golf y pregunta por el golf y es ese inmenso campo helado que hay al frente. Preguntó por muchas cosas, pero todas estaban heladas también, y decidí entonces regresar a Praga en el primer tren, pero como que lo habían congelado también hasta el mes de abril. Sentí un verdadero escalofrío, pero de terror, y subí a meditar y recuperar la calma bajo una inmensa cama en forma de edredón. El hambre me hizo recuperar la dignidad, a eso de las ocho de la noche, y 45 mozos vestidos de director de orquesta me esperaban para ofrecerme los malditos aperitivos italianos sin los que Checoslovaquia entera parece no poder concebir la vida. La verdad, las únicas palabras en checo que aprendí durante todo el viaje fueron martini, cinzano, campari, amaretto, bitter y vermut.
Cené cinco estrellas y volví a desolarme bajo el edredón. ¿Y mañana? ¿Llamo o no llamo al amigo Luis para que me saque de aquí? El amanecer me sorprendió bajo la ducha que, a juzgar por el chorro oscuro, debía ser termal como el agua para lavarme los dientes. De algo debía estarme curando, por consiguiente, y ya eso me animó a emprender una vida sana por fin y a digerir un desayuno continental patinando sobre el campo de golf. (Había salido un sol termal y eso me animó a hacer autoestop como loco, pero debieron pensar que estaba loco porque nadie hace autoestop en un mundo de cinco estrellas y además no pasaba ni un solo auto y, en cambio, me estaban observando risueñamente desde la recepción del hotel. Y no es que se tratara de una curiosidad malsana por parte de los recepcionistas, a los que se habían unido ya varios directores de orquesta. Lo que pasaba es que esa pobre gente, aparte de mí, no tenía absolutamente nada más que hacer, probablemente hasta el próximo mes de abril.
Cada vez sentía más deseos de llamar a Luis, pero había graves problemas, ya que telefonistas, recepcionistas y directores de orquesta sólo sabían hablar alemán con los extranjeros y, como lo hablaban tan mal como yo, el asunto volvía a cero a cada rato y yo volvía a patinar un rato por el golf, para que no fueran a creer que estaba molesto con ellos o que era culpa suya ni nada por el estilo. Y así hasta que, en suntuoso Jaguar, llegaron unos italianos de cinco estrellas y, al verse perdidos con lo del alemán, me pidieron que por favor les sirviera de intérprete. Nunca me he sentido más útil en la vida que cuando les logré transmitir las dudas en pésimo alemán de uno de los recepcionistas que, aunque parezca mentira, lo único que quería saber era si los señores de seaban una o dos habitaciones. Deseaban dos, y a una me subí yo y, agradecidísimo, el señor italiano de pelo blanco, o sea el mayor, tuvo la amabilidad de llamar a su esposa a Milán, de darle el teléfono de Luis en Praga y de transmitirme la respuesta del amigo: "No te muevas, Alfredo; inmediatamente salgo para allá".
O sea que Luis llegó vía Milán, y las cosas adquirieron nuevos y maravillosos rumbos porque el hombre hablaba checo. Lo celebramos con un vaso de cerveza, tras haber rechazado todos los aperitivos italianos que en el mundo han sido, y tras habernos alejado prudentemente del campo de golf, llegamos al desierto de Marienbad by night. Cenamos y, como era el único lugar abierto del lugar, no nos quedó más remedio que sobornar al portero del Habana Club, según los usos y costumbres de los ascensoristas neoyorquinos cuando uno quiere entradas para el teatro o para el box. La discoteca estaba decorada con motivos cubanos y frescos social-realistas del paisaje cubano con sus bohíos y sus mulatas. Los refrescos sí eran cubanos de verdad, y es verdad también que había ron añejo. Pero nadie le hacía caso al socialismo con cha cha cha y las niñas checas bailaban disco con la mirada ausente porque estaban en Nueva York. En las mesas se derrumaban alemanes occidentales que, gracias a un cambio favorable, cruzan en hordas la frontera y dejan a la región sin su excelente y abundante provisión de champaña. Y los aparatos de vídeo nos contaban a todos la historia de Estados Unidos escrita por los directores de Dallas y La fiebre del sábado noche. Por lo demás, los productos bebibles salían en su mayor partedel mercado negro, donde el whisky, por ejemplo, tiene ya el valor de moneda muy fuerte. Lo legal es minuciosamente inventariado por un capo a porcentaje y vista gorda, y así sucesivamente, hasta llegar a grados increíbles de corrupción en el poder. Bueno, era hora de irse a dormir y mañana veremos qué pasa en CarIsbad.
Pasó que CarIsbad era lindo, simplemente maravilloso, y que yo empecé a sentirme totalmente stendhaliano, y al cubo además, porque ese día mi novia opositaba en Madrid, pobrecita, y la belleza era tanta. Baños y fuentes termales por todas partes y para todos los males. Nos metimos por fin a esa que estaba al frente y me agarré a mi jarrita y corrí hasta el chorrito de la sinusitis; pero más pudieron Stendhal y una oposición, y empecé a llorar cartuja y permanentemente entre las viejitas llenas de jarritas llenas de agüitas para todos los males menos para el mío, que no tenía remedio, a juzgar por la cara de conmiseración y palabras en voz baja con que me miraron abandonar el local terma].
Andadura periodística
Unos metros más allá, y siempre gracias a Luis, recuperé mi andadura periodística, mis aires de cronista profesional y mí manera de ser cuando no estoy llorando. "De los placeres, Luis", le expliqué, "el más triste es viajar". A buen entendedor, pocas palabras, y Luis volvió a explicarme cosas que podrían interesarme. Me dijo, por ejemplo, que todos aquellos automóviles de Alemania Oriental que estaba viendo (los autos más largos del mundo: un metro de auto y 16 de humo por el tubo de escape) tenían fácil explicación. CarIsbad se encuentra muy cerca de ambas Alemanias y es centro de reunión de familias que el muro de Berlín separó, ya que de un país socialista a otro se puede viajar sin dificultad alguna y de un país capitalista se puede llegar magnate a uno socialista con apenas un puñado de dólares. Era una solución práctica, humana y barata al problema del muro. Y era también una costumbre con la que nínguna autoridad se metía. Y todos terminaban bebiendo barato y excelente champaña checo y abrazándose mucho. Y a veces, también, la gente se animaba tanto, que era capaz de hacer lo que hizo un buen día un buen señor. ¿Qué hizo? Pues nada menos que construirse un planeador en el jardín de su casa, poquito a poco y poquito a poco, hasta que llegó el recordado día aquel en que el señor amaneció en las nubes y haciéndole adiós a Checoslovaquia para siempre.
Regreso a Praga por la tarde y me reúno con simpatiquísimos periodistas radiales, traductores y profesores universitarios. La charla es larga, porque estos hombres aman realmente sus distintas especialidades hispanoamericanas. Es gente muy culta y muy enterada, pero es también mi último día en Praga y_no puedo abandonar esta ciudad sin volver al puente Carlos y al roast beef con vino tinto en La Rana Verde.
Ceno con todos los amigos que encontré en esa ciudad y les doy las gracias: sin ellos y sin el idioma checo, qué dificil habría sido para mí descubrir tantos secretos y tantos lugares. No habría entendido nada, creo, y entre Kafka y Cedok -la agencia oficial de turismo- muy probablemente me habrían vuelto loco. Me despido de Igor, de Luis, de Marina, de Ornel, de José, de varios amigos más y, al entrar al hotel Alcron, diviso al general del imperio austro-húngaro condecorándose de mesa en mesa y comenzando largas amistades basadas en el cambio de divisas y no en la película Casablanca. Un botones viejísimo me acompaña hasta mi habitación cargando el ligero equipaje que había llevado en mi excursión a las estaciones termales más bellas del mundo, pero fuera de temporada, y a un Habana Club falso de toda falsedad. Reaparece el mercado negro y le explico al viejo botones que no necesito cambiar, que mañana abandono Praga. Después pido que me despierten con el desayuno a las 7.30. Pero nadie me despierta por no haber cambiado dólares, probablemente, aunque tengo ya cierta experiencia en estos asuntos y me he despertado solo.
Y ahora que he terminado de repetir mi viaje en unas cuantas cuartillas, me río de lo maniático que soy: tomé mis notas en una agenda"y, corno llegué a Praga el 30 de octubre, empecé a apuntarlo todo en la página que llevaba esa fecha. Y, aunque estuve tan sólo unos nueve días, las páginas de mi agenda afirman que abandoné Praga el día 11 de marzo del año próximo. Subjetivamente, tal vez haya sido así. Empiezo a creérmelo y todo, y hay algo, además de los buenos amigos y el puente Carlos y La Rana Verde, que ha quedado en mí con fuerza como para durar bastante más allá del 11 de marzo del año próximo. En todo caso, creo que es muy cierto lo que dice Miguel Delibes: "... la hermosura de Praga estriba en aquello que nosotros, los españoles, nos apresuramos a destruir como si de vergüenza se tratara: el carácter. Y donde digo carácter no excluyo ni la rnugre ni la sordidez". No voy a contradecirlo en nada, estimado señor Delibes, pero sí quisiera añadir que no sólo los españoles...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.