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Elecciones generales, ¿para qué?

Con la excepción de algunas voces sensatas, estos días han estado plagados de excesos, de comparaciones impertinentes y de sandeces. La elite política parecía empeñada en darle la razón al señor Andreotti cuando dijo que en la política española "manca finezza". De todo ello lo más grueso ha consistido, a juicio de quien esto escribe, en afirmar que la huelga o el paro deslegitimaban al Gobierno y que, caso de ser un éxito, "el PSOE pedirá al presidente que disuelva las Cortes". Sería la primera vez que el PSOE pida al presidente que haga algo o nombre a alguien, pero no está ahí el problema. Lo grave está en que detrás de la frase late una tentación, para decirlo suavemente, "plebiscitaria".La Constitución no contempla el plebiscito, incluso los referendos que puedan convocarse no serán vinculantes para el Gobierno. La Constitución lo que sí establece es una democracia de partidos, por eso al Gobierno no lo legitiman directamente las urnas, sino el Parlamento; es a éste al que eligen los votantes, y no al presidente del Gobierno. Ni al señor Suárez lo han votado nunca en Ávila ni al señor Calvo Sotelo en Lugo ni al señor González en Sevilla. A estos tres presidente constitucionales los únicos electores que han tenido ocasión de votarles han sido los madrileños, quienes no tienen la pretensión de poseer la exclusiva a la hora de elegir presidentes. Convendría que las cosas empezaran a ser como dice la Constitución. La llamada "clase política" tiene la obligación de ejercer la pedagogía democrática y el deber cívico de no confundir a la ciudadanía. Además de no elegir al presidente, las elecciones generales no sirven para elegir:

Ni al Gobierno, sino que a éste lo elige el presidente.

Ni a los alcaldes, que se eligen, también en segundo grado, en otras elecciones.

Ni a los Gobiernos autónomos.

Ni al presidente del Betis Balompié.

Ni a la dirección de partido alguno.

Ni a los directores de los periódicos.

Ni a los jueces de instrucción.

Ni tampoco a las direcciones de los sindicatos, incluida la de UGT.

Por si a alguien se le ha ocurrido pensar que unas eventuales elecciones generales servirían para dar democrática respuesta a la pregunta: "Dime, espejito mágico, ¿quién tiene la razón, los sindicatos o el Gobierno?", convendría recordar que tal pregunta no tiene cabida en la Constitución Española, vamos, que no hay forma de hacérsela directamente al pueblo, porque ésta es una democracia de partidos y no plebiscitaria, aunque con demasiada frecuencia se tenga la tentación de sustituir los plebiscitos por las encuestas. Pero éstas valen políticamente lo que valen, es decir poco o nada.

La democracia departidos tiene muchos inconvenientes, pero tiene, al menos, la ventaja de responder a la cultura democrática europea, que es en la que estamos.

De todos los inconvenientes del sistema, el mayor consiste en que los partidos en que se sustenta no funcionen adecuadamente, es decir, no ejerzan como es debido su labor de intermediación política.

Por eso es malo que la clase empresarial no se identifique con los partidos de las derechas y busquen entendimientos directos con el Ejecutivo, sea cual sea éste. Por eso es malo que las clases populares no articulen sus demandas a través de los partidos de izquierda.

Naturalmente, el defecto no está en el sistema sino en la eventual incapacidad de los partidos. A este propósito conviene expresar otra obviedad: el partido que sostiene al Gobierno tiene la obligación de apoyarlo y defenderlo, pero sobre todo tiene el deber de conformar sus políticas. Lo que no debe hacer, porque pervertiría el sistema, es convertirse en el partido del Gobierno, es decir, no puede ser el big stick, la larga mano, del poder dentro de la sociedad.

Quien esto escribe pertenece al PSOE, es decir, a un partido inscrito en la cultura del socialismo democrático. El adjetivo es fundamental en este asunto. Al adjetivo democrático se refieren estas reflexiones, tan obvias como necesarias. Tiempo habrá para hablar del sustantivo, socialismo, porque no va a poder esperarse hasta el año 2000. Habrá que tener ese debate un poco antes, pues el invierno se está metiendo en agua.

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