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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un documento revolucionario

HACE HOY 40 años, cuando la humanidad empezaba a reponerse lentamente de una espantosa guerra, los representantes de los 56 países que entonces componían las Naciones Unidas firmaban en París uno de los textos más revolucionarios de la historia de las relaciones internacionales: la Declaración Universal de Derechos Humanos. Era el 10 de diciembre de 1948. Significativamente, a la hora de votar en favor del documento se habían abstenido la Unión Soviética de Stalin, los seis países ocupados por él y Suráfrica.Se trataba de un texto revolucionario porque, por primera vez, junto con los Estados, se daba carta de naturaleza a los individuos como sujetos de derecho internacional. Se creaba así el concepto de comunidad internacional, en sustitución del de Sociedad de Naciones. A partir de entonces, y a lo largo de cuatro décadas, la figura jurídica de esta comunidad se ha articulado en la legislación internacional mediante la incorporación a ésta de pactos y convenios sobre derechos civiles y políticos, sobre derechos económicos y sociales y sobre erradicación de prácticas contrarias a los derechos humanos, tales como la discriminación racial y la tortura. Paralelamente, la ONU fue poniendo en pie la maquinaria -especialmente la Comisión de Derechos Humanos- que asegurara el, ejercicio de tales derechos.

Pese a tan sólido conjunto de documentos y organismos, no se puede dejar de constatar la limitada operatividad del sistema y lo lejos que se está, al cabo de 40 años, de que los derechos fundamentales de los individuos sean efectivamente respetados por Gobiernos -muy numerosos, por desgracia- defensores de sistemas jurídicos que niegan la igualdad entre las personas y que limitan el ejercicio de sus derechos, penando severamente cualquier intento de oposición. Lo que es peor, sin respetar siquiera una apariencia de legalidad, hay regímenes que matan, secuestran, torturan o hacen desaparecer a miles de ciudadanos cada año. Estos mismos Gobiernos se proclaman frecuentemente ardientes defensores de la ONU y de su sistema, al tiempo que rechazan su corolario: el individuo como sujeto del derecho internacional, la transnacionalidad de la defensa de sus derechos y la obligación de la comunidad internacional de velar por el grado de respeto por parte de los Estados.

Con todo, sería exagerado decir que hoy se violan los derechos de la persona más sistemáticamente que nunca. Las matanzas tribales, la violencia en nombre del fanatismo político-religioso, la guerra sucia de los Gobiernos autoritarios para luchar contra subversiones reales o imaginarias, las ejecuciones extrajudiciales, los escuadrones de la muerte, los grupos parapoliciales, son fórmulas represivas tan viejas como el mundo. Solían practicarse en el silencio de sociedades desconectadas o con el aplauso de otros gobernantes que, desde mucho antes que Maquiavelo, Hitler, Mussolini o Stalin, ejercían la omnipotencia del Estado. Con relación a hace sólo 40 años, resultan evidentes los progresos de la democracia en el mundo, un cosmos en el que el colonialismo político casi ha desaparecido, la pena de muerte ha sido abolida o fuertemente restringida, la discriminación racial sólo persiste de forma institucional en unos pocos países y las teorías totalitarias se agrietan a diario.

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Queda, sin embargo, un larguísimo trecho por recorrer. Poco se podrá avanzar mientras no se profundice en la idea que subyace en la declaración que hoy se conmemora: los derechos humanos, su defensa y sus violaciones conciernen a la humanidad en su conjunto y no sólo a los Gobiernos. Desgraciadamente, las fronteras cumplen en este caso un papel más detestable que en otros supuestos. Cada día aparecen exigencias nuevas en el entorno individual: los hombres ven satisfechas antiguas reivindicaciones sólo para que afloren otras nuevas, tales como el derecho a la limpieza del hábitat, al disfrute del ocio o a la igualdad de oportunidades, todavía no contempladas como derechos universalmente exigibles. En cualquier caso, la conmemoración de hoy en París debe servir de constatación de lo que puede el ejercicio de la dignidad humana frente a la tiranía.

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