La vigencia de 'Bodas de sangre'
José Antonio, el director del Ballet Nacional de España desde hace dos años, ha invitado a Antonio Gades -que fue su primer director- a cerrar el programa conmemorativo del décimo aniversario de la compañía reponiendo su ballet Bodas de sangre, estrenado en el primer programa en 1978. El gesto es digno de aplauso no sólo por lo insólito sino porque marca un precedente de recuperación del repertorio.
Recursos
Ballet Nacional de España
Fandango de Soler (José Antonio/Claudio Prieto); Alborada del gracioso (Granero/Ravel); Bolero (Granero/ Ravel); Bodas de sangre (Gades/ De Diego). Artista invitado: Antonio Gades, Orquesta Sinfónica de Madrid. Director: Benito Lauret. Director artístico y bailarín estrella: José Antonio. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 2 de diciembre.
El regocijo es doble al poder comprobar además la vigencia del que es posiblemente el mejor ballet de Antonio Gades y una de las obras maestras de la danza- teatro española. Visto con la perspectiva de una década, Bodas de sangre resulta admirable, ante todo por la economía de medios con que consigue desarrollar el relato, reduciendo música, decorados, vestuario y coreografía a las estrictas necesidades de ambieritación, caracterización y desarrollo del dramón lorquiano.Esta austeridad casi espartana favorece el sentido de inevitabilidad -esencial a la representación de cualquier tragedia- y hace recaer el peso de la obra sobre la coreografía, que es sencilla, lógica, eficaz y aún hace sitio para algunos momentos brillantes, como el celebrado dúo de la lucha a navaja entre los dos rivales, inierpretados por José Antonio (el novio) y Gades (Leonardo): ante la verdad final de la muerte próxima, el tiempo se suspende y lo que en la realidad sería una fracción de segundo decisiva se magnifica poéticamente en unos subyugantes minutos en que la lucha se desarrolla a cámara lenta y en silencio.
La primera parte del programa está compuesta por coreografías de José Antonio y José Granero. El Fandango de Soler, de José Antonio, quiere ser un ballet actual con sabor dicciochesco. No le sale porque José Antonio, como tantos coreógrafos españoles actuales, está engolfado en el estilo aflamencado más superficial y, por más que trate de apuntar detalles de escuela antigua éstos quedan sumergidos en el machaqueo del zapateado flamenco y en el diseño coreográfico espacial de revista, que juntos producen un barullo estilístico que deshace toda posible gracia y que no se puede bailar bien.
La Alborada del gracioso -un solo de lucimiento para José Antonio- y el Bolero son dos piezas que Granero hizo en 1982 para un programa especial del Ballet Español de Madrid en homenaje a Maurice Ravel. Sigue sin funcionar, esta vez porque opta por el gran espectáculo, muy alejado de la letra y el espíritu de Ravel. Todas las versiones logradas del Bolero respetan la unidad esencial de la obra, su desarrollo en círculos concéntricos, la laboríosa progresion hasta un clímax llevado por un ritmo obsesivo: justo lo opuesto del despliegue de vistosidad -a pesar de todo, barata- de las entradas y salidas que rompen el sentido de progresión y de las arbitrarias y reiterativas patadas en el suelo que son el ketchup de los coreógrafos españoles -se echan encima de todo para que parezca que lo insípido tiene algún sabor.
Babelia
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