Diferencias en materia de lenguas, propuesta de un decálogo
Escribir sobre el bilingüismo desde acá, desde Castilla o León, que viene a ser lo mismo, no implica, dada nuestra condición de monolingües, una mayor neutralidad ante un asunto que algunos creen que por distante no nos concierne. De hecho nos concierne, y por ello no coincidimos todos en despreocuparnos sin más de él o en considerarlo como algo enojoso o en verlo como un mal menor, que habrá que esperar a que se pudra, o -y creo somos muchos quienes lo pensamos- en desear que se llegue a una normalización de las lenguas minorizadas de España.Voy a dar cuenta aquí de mis creencias en este terreno a través de un decálogo, aunque quizá, por tratarse de creencias, hubiera sido preferible exponerlas en forma de credo.
1. Por el hecho de que existan entre nosotros diversos idiomas no hemos de considerarnos los españoles un caso aparte entre los demás habitantes del planeta. Ni en los problemas que existen con respecto al bilingüismo ni en las soluciones que puedan darse a éstos tenemos que comportarnos como seres extraordinarios que tengan ante sí una labor que en otros lugares no hayan logrado realizar otras personas.
2. Nuestras culturas -y las lenguas que: forman parte de ellas- son un bien común para todos los españoles; la pérdida de cualquiera de ellas originaría un mal irreparable, como lo demuestra nuestra propia historia.
3. Aun cuando alguien sólo viera en las lenguas minoritarias de España un estorbo para la comunicación entre los españoles, no se justificaría por ello que olvidáramos la, libertad que deben tener los pueblos y las personas que forman parte de ellos de hablar su propio idioma.
4. Los principios utilitarios que se suelen emplear para justificar la adopción con exclusividad de una sola lengua en un país, o incluso en todo el mundo, difícilmente se pueden aceptar sólo con tener en cuenta que las lenguas las empleamos para muchas cosas más que para entendemos, para trabajar o para obedecer, pues nos servimos creativamente de ellas con otros muchos fines: para expresarnos, para cambiarlas a medida de nuestros deseos, de nuestra capacidad lúdica, de nuestras ganas de diferenciarnos de los demás.
Por encima de todos los esfuerzos uniformadores en materia de lenguas o de cultura, los sistemas lingüísticos tienen la condición de ser cambiantes, de evolucionar; de la misma manera que la cultura no es concebible como un bien inmutable y único, sino como el resultado de las diferentes posibilidades que la especie humana ha encontrado para transformar la naturaleza, convivir, perfeccionarse, o simplemente disfrutar.
No veo la posibilidad de escapar a esa Babel lingüística y cultural que ha permitido al hombre crear diferentes culturas, como no me parece conveniente tampoco cerrar los ojos a lo mejor de los demás, creyendo que lo propio, por el mero hecho de serlo, es lo único importante.
5. Todas las lenguas -se trate del alemán, del vasco, del finés o del italiano- sirven exactamente igual para la comunicación, la expresión de los sentimientos o como soporte del razonamiento. No se puede hablar de desigualdad esencial entre las lenguas, como no se puede hablar de desigualdad esencial entre los seres humanos, por más que unos sean ricos y otros pobres, unos blancos u otros negros, unos altos y otros bajos.
La comodidad o utilidad que se deriva de emplear una determinada lengua que tiene un amplio número de hablantes, que está respaldada por una importante literatura y que dispone de una norma culta y escrita plenamente aceptada, no significa que otros idiomas que se emplean en peores condiciones no sean también aptos para la comunicación, la expresividad o el desarrollo del pensamiento.
Instrumentos neutrales
6. Por esta cualidad que tienen las lenguas de ser instrumentos neutrales empleados para colmar las necesidades comunicativas y expresivas de sus hablantes, no deben ser empleadas como meros arietes que abran paso a nuestras ideas. Tampoco son las lenguas seres vivos: no participan, por ello, de las virtudes y defectos de sus usuarios. No existen, por tanto, lenguas culpables ni lenguas arrogantes, ni lenguas benefactoras.
7. Muchos de los desacuerdos que existen con respecto a nuestras lenguas proceden a menudo de imponer como hechos de razón lo que no es sino la pura explosión de los sentimientos. De ahí que situemos a veces nuestros argumentos fuera del marco de los principios más objetivos, supliendo éstos por la estética, el buen gusto, la moral o por planteamientos sociológicos e históricos absolutamente acientíficos. Discutir, por ejemplo, si hay que emplear el término euskera o vasco, o sobre si debe designarse a la lengua en que estoy escribiendo español o castellano, sobre si es hortera escribir Catalunya con ny o si ello supone un síntoma de conciliación democrática son discusiones perfectamente inútiles, pues todo el mundo tiene razón, cuando no es la razón, sino que son las razones las que orientan nuestra elección. Las mismas razones que tiene mi hijo para llevar el pelo como lo lleva, y las que a mí me mueven a intentar que se lo arregle un poco; razones que no justificarían que yo tratara de hacérselo cortar, quebrando el derecho que tiene a su libertad. Y espero en lo del pelo, como en aquellas otra pequeñas cosas que acabo de citar, que el paso del tiempo será capaz de enfriar el calor de nuestros sentimientos y de poner junto a ellos, al otro lado de la balanza, el respeto a los demás.
8. Ni el victimismo de la historia justifica los atropellos para con cualquier lengua, ni los atropellos provisionales de un presente perecedero justifican que se renuncie a considerar el bilingüismo como la única forma de comportamiento lingüístico en una parte importante de nuestro país.
Aceptación social
9. Existen personas desalentadas ante las posibilidades que dan nuestras leyes para que se normalice el bilingüismo en España; no debiéramos olvidar la primera lección que aprenden los futuros abogados cuando ingresan en la Universidad: que la regulación pacífica que el Derecho trata de hacer de los conflictos no es neutral ni autónoma. Con todo, yo no conozco en ningún otro momento de nuestra historia un marco legal como el presente que pueda permitir caminar juntas a nuestras lenguas. Pretender que eso lo logremos con sólo las leyes supone olvidar que la clave del futuro de estas lenguas está más que en los reglamentos en su aceptación social, una aceptación para la que no puede ser indiferente la conciliación entre quienes vivimos en este país que ha aglutinado a lugares, lenguas y culturas mejor o peor soldados.
A los salmantinos nos recuerda permanentemente una inscripción grabada en la portada de una casa, que ira odivm generat concordia nvtrit amorem. No nos vendrá mal a todos -a algunos salmantinos también- esta concordia.
10. El futuro del bilingüismo en España depende de nosotros mismos, de la capacidad que tengamos para convencernos los unos a los otros de la necesidad de respetar nuestras lenguas. Los pocos que de un lado y otro gritan más alto no contribuyen con ello a que se entienda la parte de razón que les ampara ni fomentan así la aceptación social del bilingüismo.
Lo que iba a ser un credo y trató de pasar por un decálogo ha terminado convirtiéndose en un conceptuoso sermón de la Montaña. No sé si están los tiempos para sermones.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.