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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Difícil equilibrio

HACE DOS semanas, el Soviet Supremo de Estonia proclamaba la recuperación de la soberanía de la república y su derecho a rechazar leyes dictadas por los órganos centrales de la URSS. El lunes pasado hubo cinco muertos -tres de ellos, soldados- en enfrentamientos entre azeríes y armenios en las repúblicas -del Cáucaso. Ayer, manifestaciones masivas en Bakú y Eriván ponían nuevamente de actualidad la disputa sobre Nagorno-Karabaj, territorio de mayoría armenia integrado en Azerbaiyán. Estos hechos -a los que cabría agregar otros que se han producido en Letonia, Lituania y Georgia- ilustran en qué medida la explosión de los nacionalismos se está convirtiendo en el talón de Aquiles de Gorbachov.Resulta, sin embargo, difícil hallar un denominador común en movimientos cuyo origen y estructura poco tienen que ver entre sí, por lo que cualquier solución uniforme al problema estaría probablemente condenada al fracaso. En este hecho estriba la primera gran dificultad a la que se enfrentan los reformadores soviéticos para dar salida institucional a uno de los desafios más inmediatos de la perestroika.

En las repúblicas de¡ Báltico, de alto nivel económico y cultural, el nacionalismo es un movimiento socialmente estructurado, respaldado -en el caso de Estonia- por el Soviet Supremo y por los dirigentes del partido comunista de la república. El Cáucaso ofrece un cuadro muy distinto, porque estamos ante el resurgimiento del odio ancestral entre los azeríes -un pueblo musulmán pariente de los turcos- y los armenios, de religión cristiana, sometidos durante siglos a las persecuciones y al acoso de un entorno islámico. En el movimiento nacional armenio predomina por razones históricas una actitud prosoviética. No se ha borrado el recuerdo del genocidio cometido por Turquía en 1915. Al pedir el retorno de Nagorno-Karabaj y el fortalecimiento de los poderes de su república, los armenios quieren proteger el marco de una vida nacional; pero todos consideran que ésta sería inviable fuera de la URS S. Los azeríes apoyan la legalidad soviética porque les permite prolongar situaciones de discriminación de los armenios, como en Nagorno-Karabaj, pero en algunas de sus manifestaciones nacionalistas han aparecido imágenes de Jomeini, lo que indica gérmenes -aunque sean mínimos- de fundamentalismo islámico.

No es imposible -como ha dicho Gorbachov que los enemigos de la reforma, aún fuertes en el inmenso aparato burocrático, se esfuercen por exacerbar los choques nacionalistas. Sobre todo teniendo en cuenta que la reforma constitucional, sometida al Soviet Supremo el 29 de este mes, será un momento decisivo de la perestroika. En espera de consolidar su poder precisamente gracias a esa reforma, Gorbachov aplica, ante la explosión de los nacionalismos, una táctica dilatoria. Después de los gravísimos conflictos entre Armenia y Azerbaiyán en la pasada primavera, buscó un arreglo provisional para ganar tiempo enviando a Nagorno-Karabaj un delegado directo de Moscú, lo que dejaba sin poderes en la zona a las autoridades de Bakú. Pero ahora esa fórmula se ha desgastado y no ha podido contener la nueva ola de violencia.

Una reforma política en la URSS es inimaginable sin un cambio radical de la política seguida hasta ahora en la cuestión nacional, que, bajo la apariencia del respeto a los derechos nacionales, ha aplicado un centralismo de hierro. Con la glasnost están saliendo a la luz problemas que se han enconado en la sombra. Gorbachov tiene que hacerles frente antes de que sea demasiado tarde y deberá evitar, a la vez, dar argumentos a los conservadores, que acusan a la perestroika de causar la desintegración de la URSS. Un equilibrio ciertamente dificil.

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