Una 'Carmen' prudente y sabia
Maia Plisetskaia se presentó al fin en el teatro de la Zarzuela al frente de la compañía titular que dirige desde hace un año. Lo hizo con el ballet que durante los últimos 20 años ha sido el vehículo predilecto para el despliegue de sus especiales dotes dramáticas -la Carmen de Alberto Alonso- y obtuvo el merecido triunfo por parte de un público que, además de aplaudir a una gran artista, ve quizá también en Plisetskaia la personalización de unas ambiciones necesarias para el Ballet del Teatro Lírico Nacional, ambiciones que hasta ahora parecían fuera de su alcance.La bailarina rusa se entregó, con la sabiduría escénica y la pasión interpretativa que la caracterizan, al papel de la cigarrera rebelde -que ella entiende como un grito de individualidad y libertad destinado a morir con la misma certeza que el toro en la fiesta- y consiguió dar vida al personaje, a pesar de que el vehículo coreográfico demostró estar bastante gastado y que la interpretación de Plisetskaia -llena de detalles de artista, de gracia y de dominio- carezca ahora de la brillantez que en otro tiempo fue su sello. El problema más grave que Plisetskaia tiene en esta etapa con la Carmen es la prudencia que involuntariamente emana de su dinámica y que afecta el carácter que ella siempre ha dado al personaje, basado en la seguridad en sí misma y en la osadía, que ahora se manifiesta más en matices gestuales que en la proyección de la energía. La directora estuvo bien acompañada por Ricardo Franco, un atento y convincente Don José, y por el pequeño coro. Hans Tino compuso un Escamillo chulesco y exhibicionista, pero al que le faltaban el brillo técnico y el tipo físico del torero.
Ballet del Teatro Lírico Nacional
El lago de los cisnes, segundo acto (lvanov Chaikovski); Pas de trois (Petipa Chaikovski); Canto vital (Plisevski / Mahler); Carmen suite (Alonso / Bizet, Schedrin). Directora artística: Maia Plisetskaia. Teatro de la Zarzuela. Madrid, martes 8 de noviembre.
El otro plato fuerte del estreno -donde también se presentó el paso para cuatro hombres Canto vital, de Azari Plisetski, sobre el rondó de la Quinta de Mahler, que bailaron con entusiasmo Raúl Tino, Eduardo Castro, José Antonio Quiroga y Manuel Armas, y en el que se lucieron especialmente los dos últimos- era el segundo acto de El lago de los cisnes y que, hay que decirlo en seguida, en conjunto pasó muy dignamente, a pesar de los fallos de los solistas y de la orquesta.
Cisnes naturales
Los maestros Plisetski y Sabina han puesto en escena una versión que respeta lo esencial de la tradición asociada con Ivanov. Han conseguido no solamente impostar al cuerpo de baile -tan fundamental y central en este segundo acto- la línea y el estilo del movimiento de los cisnes con naturalidad, sino crear un ambiente de irrealidad y ensueño dentro del cual las variaciones se suceden como en un ritual asumido. Han añadido una breve escena como prólogo -siguiendo en esto la versión de Bourmeister de 1953- en la que se ve cómo el mago Rothbart rapta a la princesa Odette y la convierte en cisne, que da una cierta consistencia dramática al fragmento aislado.El cuerpo de baile y los cisnes pequeños y grandes fueron muy aplaudidos, aunque tuvieron que luchar contra la batuta de Miguel Roa, que parecía tener algo personal contra ellos.
El nivel de la representación, sin embargo, bajó inexplicablemente por los papeles principales que rompieron toda verosimilitud dramática y no supieron dar aliento a sus personajes, que, evidentemente, para ellos no son tales. El Príncipe -Raúl Tino-, que aunque no baile es el eje de la
obra, se limitó a cumplir con su pareja sin manifestar la más minímas alteración de ánimo por todo lo que allí ocurría.
Arantxa Argüelles especialmente no dio la medida esperada, aunque mostró en algunos momentos su gran clase y apuntó condiciones para ser una correcta Odette y, aparte de su tradicional ausencia respecto de lo que baila, el martes tampoco estuvo bien de técnica, desluciendo su solo con unos sissonnes desganados y sin vuelo, desconcentrada hasta el punto de no poder sujetar ni un solo equilibrio y sin su brillantez
característica en la coda. La Argüelles acusa una falta de dirección y de trabajo que pueden dar al traste con su excelente porvenir como bailarina.
En los próximos días podrá verse en este papel a la primera bailarina de la compañía, Carmen Molina, y a la joven Adriana Salgado, uno de los descubrimientos de Plisetskaia entre el cuerpo de baile.
La sorpresa de la noche fue el paso a tres del primer acto de El lago, especie de aperitivo de lo que será la versión completa que probablemente se monte al año que viene. Ricardo Franco, que tras la marcha de Antonio Castilla se ha convertido en el eje masculino de la compañía, estuvo sereno y justo de expresión y técnica. María Luisa Ramos, solista experimentada, mostró su buena forma y una gracia muy adecuada, y Carmen París -la joven revelación de la temporada pasada- estuvo segura, llena de encanto y apuntando grandes condiciones para el baile clásico, con buena extensión y ligereza.
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