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El tiempo en economía

Desde Adam Smith hasta hoy, los economistas han ido acumulando un importante volumen de materiales y de teorías que tratan de explicar cómo se originan y desarrollan los fenómenos económicos y cuáles son (o pueden ser) sus claves interpretativas más atinadas. El autor hace un análisis de estas teorías.

Hay teorías para casi todo. Teorías que no siempre son coincidentes y que dejan abierto un amplio margen para la discrepancia. En 1827, Malthus se quejaba ya de la falta de coincidencia entre los economistas -cuyo número era todavía escaso cuando afirmaba que "las diferencias de opinión entre los economistas han sido motivo de queja y de desconcierto". Alfrerd Marshall hizo lo propio 60 años más tarde, si bien consideraba todavía posible el logro de una gran base teórica común. Y a sir Winston Churchill se le atribuye la conocida frase, llena de socarronería, de que "siempre que planteo una cuestión a seis economistas británicos relevantes recibo siete respuestas, dos de ellas debidas a míster Keynes".Cuando se trata de dar opiniones o de establecer recomendaciones de política económica parece natural que se produzcan discrepancias. Pero éstas abundan también en el terreno teórico y su origen reside, en bastantes casos, aunque no sólo por ello, en las propias restricciones que los investigadorers aceptan para que el conocimiento avance.

La causa última de que esto haya ocurrido en el pasado y de que siga ocurriendo ahora es bastante sencilla. La realidad social es esencialmente compleja. Los hechos económicos, a pesar de que constituyen sólo una parte de dicha realidad, siguen constituyendo siempre un entramado bastante complejo y difícil de explicar. Cualquier cambio en un sector de la vida económica esparce sus efectos, a la manera de un abanico, por todo el sistema. Este cambio de datos pone en marcha cadenas causales que avanzan en todas direcciones. El analista, como señaló Lutz, no puede seguirlas todas y no tiene más remedio que dejar al margen algunas de ellas y encarar las restantes de acuerdo con el supuesto,jamás realmente válido, de ceteris paribus. En otras palabras, el economista ha construido y sigue construyendo sus modelos y teorías descomponiendo los hechos económicos en partes y aceptando cierto número de simplificaciones previas, por irreales que éstas sean. Más tarde, cuando se alcance una explicación razonable de ese problema, el investigador parece que debería mantener el compromiso de reintroducir, si es posible, los factores o elementos que expulsó de su análisis. Pero esto, como puede comprobarse, no siempre sucede.

El tratamiento que se ha dado al tiempo en economía es quizá un buen ejemplo de lo anterior. Ningún economista puede negar la dimensión temporal de los hechos económicos. Pero el tiempo es cambio, es movilidad, es inestabilidad en los datos y en los comportamientos, y todo esto dificulta el análisis, aunque nadie desconoce que constituye una dimensión esencial de todo proceso o fenómeno económico. De ahí que los economistas hayan tomado decisiones en torno a qué hacer con esa variable tiempo, molesta para unos y absolutamente básica para otros. De ahí, asimismo, que el análisis económico se haya construido a veces prescindiendo del tiempo o no asignándole un papel relevante.

En general, los economistas clásicos integraron el factor tiempo en la mayor parte de sus análisis y propuestas. Combinaron intensamente los planteamientos de tipo estático, es decir, abstrayendo el efecto de los acontecimientos pasados sobre el presente y el futuro, con una visión global de carácter esencialmente dinámico. Las obras de Malthus, Ricardo y J. S. Mill constituyen una buena muestra de la unión de ambos enfoques analíticos. En ellas se intenta siempre integrar una teoría casi puramente estática de los salarios, los beneficios y la renta de la tierra, en un modelo explicativo que contemplaba las variaciones de la productividad, del capital y de la población en el pasado, en el presente y en el futuro. El resultado de este tipo de conjunción les permitió plantearse y debatir el futuro del sistema económico, así como el tipo de actuaciones que podrían ser recomendables para retardar o alterar su progresiva tendencia al estancamiento.

Prosperidad y depresión

A partir de finales del siglo XIX fue cuando se agrandó enormemente la separación entre estática y dinámica en economía. La traslación a este campo de algunos preceptos metodológicos más rígidos ya aplicados en otros ámbitos científicos y, sobre todo, la introducción de conceptos cada vez más abstractos están en la base de ese hecho.

Aun a riesgo de simplificar excesivamente, puede afirmarse que los economistas intentan entonces asegurar la calidad de ciencia de la economía, lo que impone un progresivo alejamiento de la realidad inmediata y la incorporación de refinados planteamientos formales.

En realidad, la sucesión de períodos de prosperidad y de depresión económica es un tema sobre el que había ya diversas referencias en la literatura económica, aunque fue a finales del pasado siglo cuando la atención se desplazó más específicamente hacia la industria y el empleo. Los nombres de un número no excesivamente amplio de economistas aparecen vinculados al estudio de los ciclos. C. Juglar, un médico francés que renunció a la práctica de la medicina fascinado por estudiar las aparentes fluctuaciones de los negocios, fue el primero en demostrar, en un documentado estudio de los precios y el sistema financiero, que las crisis sólo constituían una fase pasajera de las oscilaciones de la actividad económica. Y ya en plena década de los felices veinte, el estadístico inglés Joseph Kitchin, el economista ruso Nikolai Kondratieff y el norteamericano Wesley Mitchell hicieron singulares aportaciones a la cronología de los ciclos que han alimentado una fructífera línea del análisis económico.

Aunque utilizaron distintos enfoques y una base estadística muy desigual, hay un rasgo que es común a todos estos autores: intentan analizar el comportamiento de las economías a partir de series de datos que cubren períodos históricos muy amplios. Frente a una teoría dominante, abstracta y esencialmente atemporal, estas aportaciones procuran ante todo acercarse a la realidad económica, poniendo en un primer plano su dimensión temporal. Y no descartan, en absoluto, la incidencia de la demografía, de los cambios sociales y de la política en los procesos económicos. Un enfoque que enlaza, salvando las diferencias, con Schumpeter, con Kuznetz y con una parte de las teorías del desarrollo económico de la década de los cincuenta y de los primeros sesenta. No hay que olvidar, sin embargo, que el trazo más grueso del desarrollo de la ciencia económica no es el que discurre a través de los autores e ideas que acabamos de citar, sino el que sigue una secuencia bastante clara. El crack de 1929 coloca contra las cuerdas a los herederos de Alfred Marshall y a los teóricos del equilibrio. Keynes propone un nuevo modelo explicativo que, además, sugiere unas reglas muy simples de acción para los Gobiernos. La recuperación de la Segunda Guerra Mundial supone el inicio de un período de fuerte crecimiento en la mayoría de los países avanzados. Finalmente, llega a afirmarse que "todos (o casi todos) somos keynesianos"; el debate económico se dirige a los problemas de la estabilídad y a las cuestiones relacionadas con el Estado del bienestar; las ideas keynesianas y las aportaciones monetaristas se enseñorcan de la política económica, cuyos objetivos básicos pasan a ser casi exclusivamente los del corto (y a veces medio) plazo.

La crisis iniciada a finales de 1973 ha impuesto un profundo corte en la línea que acabo de puntear. Ante todo, porque ha sembrado el desconcierto entre los economistas. Pero, además, porque los problemas de fondo han saltado de nuevo a un primer plano. Muchos de ellos -la crisis de los sectores productivos maduros, la emergencia de las nuevas tecnologías, el empleo y su relación con el capital, las relaciones financieras entre paises...- sólo son abordables, tanto para explicarlos como para intentar solucionarlos, desde una óptica basada en el largo plazo. El tiempo; el tiempo lento, aunque a veces parezca rápido, de la economía, vuelve a reclamar la atención. No es raro, pues, que se produzca un cierto retorno a las viejas teorías.

Juan R. Cuadrado Roura es catedrático de Economía Aplicada en la universidad de Alcalá.

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