El arte de una madrileña universal
La madrileña Teresa Berganza no sólo es una gran cantante sino también una personalidad con gran atractivo. Conozco, aquí y fuera de aquí, personas que desde hace años se sienten como hechizadas por esta rara artista a la que la naturaleza dio una voz preciosa y diferente y un instinto musical superior. En su repertorio, vario e interesante, aparecen constantemente Monteverdi, Cesti, Haendel y Vivaldi junto a sus triunfos multitudinarios: Mozart y Rossini. Lástima que en su recital de anteayer en el Auditorio Nacional, para el Festival de Otoño, no dispusiera de orquesta suficiente para Cenerendola, Barbero, Tito o Las bodas, con las que habría provocado una locura colectiva en el público que la rodea, cada vez que canta, de un entusiasmo especial.La Orquesta de Cámara Reina Sofía, que dirigió esta vez el británico David Hugh Parry, no me parece, hoy por hoy, instrumento al nivel de una artista como Teresa. Tampoco encuentro especial atractivo a las orquestaciones de Granados o a la reducción del poema de Turina hechas por Ernst Langmeir. En un caso y en otro, el espíritu que animó a ambos compositores desaparece en gran medida tras la sumaria instrumentación para arcos. Más difícil todavía es el Concierto del turolense Antón García Abril -página de 1965 muy distinta a otras suyas contemporáneas-, fuertemente estructural, con un material melódico basado en propuestas interválicas nada vulgares, que evidencia el dominio y buen hacer de su autor.
Teresa Berganza y Orquesta Reina Sofía
Festival de Otoño. Director: David H. Parry. Obras de Haendel, Granados y Turina. Auditorio Nacional, 26 de octubre.
La versión no fue brillante ni mucho menos, pero sí lo suficientemente decorosa como para que el compositor saludase desde su localidad ante los aplausos de una asistencia que llenaba la sala.
Pero la tarde era de Teresa Berganza, y ella respondió, como desde hace 30 años, con su peculiar hacer en cuatro preciosas arias de Rinaldo de Haendel, matizando todos y cada uno de los detalles musicales con los que el compositor se ajusta exactamente al texto. No estamos ante el Haendel de los especialistas en música pretérita, sino ante una explosión vital y fuertemente expresiva. Lo que valdría, en sus últimos términos, para las hondas Majas dolorosas, de Granados, y el poema Sobre Campoamor, de Turina, suavemente popularizadas en su dramatismo las primeras y de un romanticismo objetivo, con dejes tan andaluces como en Cantares, el segundo. Varias propinas, alguna de las cuales fue cantada por Teresa cara al sector de público situado tras la orquesta, podrían haberse multiplicado, pues no cesaban las ovaciones y piropos del público para Teresa Berganza.
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