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Paro, jubilaciones, cesantías

¡Míralos qué viejos son, qué viejos son los lagartos!". ¿Hay que mirarlos porque son viejos o porque han perdido su anillito plomado? Que algunos nunca tuvieron anillo; ¡la de escritores que me han parecido, desde sus comienzos, unos jubilados! Pero otros, viejos y todo, siguen con el anillo bien firmemente puesto. Ahí está don Emilio García Gómez, más de 80 años y más doctor y docto que jamás. Ni los honores, asesinos siempre, acaban con él. Tampoco daba muestras de agotamiento Tayllerand en Londres, donde, como embajador, terminaría esa carrera que dio nervio a Europa. (Fue Europa la que se traicionaba y mentía; nunca Tayllerand.) A Metternich le visitó Donoso Cortés, en París, corriendo octubre de 1853. No se le antojó al español que el príncipe tuviese otro asomo de jubilación que el de no disfrutar de puesto: deber perder la guerra para poder cobrarse la paz. Son éstos los casos en que el término jubilación confirma su etimología: celebración cumplida del gozo.La biografía no siempre coincide con la vida; cuanto menos con la biología. Lo malo es agarrar ésta del todo, administrativamente, y quedarse sin un pelo de aquélla. Es casi como forzar una cesantía. ¿Vuelve su tiempo? Creíamos que pasó con Galdós y Villamil (el yerno de éste, un granuja y victorioso Víctor, permanece bien apostado, con el apoyo de una Iocasta, que él dice ser muy bella y los demás saben que es fea y desdentada). Se mantiene Galdós en moda. Sería mejor no tener que releer estos capítulos suyos, que no fuesen nuestros. El del paro de José Ido del Sagrario también se nos impone.

La vejez es una culpa. ¿Quién mandó al anciano a negarse a hacer mutis por la fosa cuando aún tenía bríos? La cesantía es una avilantez política si el cesante es decente y listo. La jubilación anticipada, un error: se torna imposible la pereza, que es una necesidad social. El jubilado por obligación ¿qué va a hacer?: ¡pues trabajar! Más libros, menos árboles. Tengo dos amigos que son escritores y uno se jubila y jubilan al otro: escribirán sin contención alguna, lo cual no constituye, en uno de estos casos, una ventaja cierta para los lectores. (Yo, al fin y al cabo, viajo.)

¡Que no me venga nadie con la trampa saducea del emérito! Es una novedad hipócrita. No es que esté yo, sistemáticamente, en contra de toda hipocresía. Antes por el contrario, a la sinceridad a troche y moche la tengo por una ordinariez, si es que pretende comunicar; no tanto cuando es a provocar a lo que aspira. Pero lo que me puede en esa palabreja, meritísima, por cierto, en otros y no tan antiguos usos, es la cursilería. Lázaro Carreter ha reflexionado sobre otros aspectos del fenómeno. Su cursilería es la adjetivación en directo del legislador y el beneficiario. Se trata de hacer un mohín para seguir girando dinero y recibiéndolo. Lo cursi, lo hipócrita dañino, es el mohín. A mí, el descaro, hasta cierto punto, esto es, si sobrepasa cifras vulgares, se me antoja salobre. Pero el mohín crispa. No digo que las cosas gravísimas empiecen con mohínes, mas sí que los encontramos en cada comprobación de hechos descomunales. La desproporción es el vicio. ¡Lástima no tener a Kraus a mano! Seguro que, entre sus aforismos, nos asaltaría alguno que acuciase estas ponderaciones. Esta jubilación, que son los viajes, tiene así de inconvenientes.

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Bringas, otra vez Galdós, fue un cesante. La Real Casa, en la cual era un empleado, se fue al garete. Con ella, los trajes desechados por la señora, que cubrían las carnes fachendosas de la Pipaona en las noches de ópera. A Bringas no le persiguió nadie por él mismo. Siguió la trampa de una miseria monárquica, que pasó a otra miseria nada miserablemente administrada. ¿Quién lo mantiene entonces? Pues el novelista, que se cansa, por fin, de hacerlo y le da carpetazo. Bien mirado, tampoco soy yo, sino el lector, quien mantiene este artículo. Releía sus novelas Galdós. Más bien, volvía a novelarlas. Los artículos no deben reescribirse, aun que sí releerse. Sobre todo si optan a algún premio. La actualidad de su texto no es un bien más que si la actualidad es buena; si es mala, tampoco es un mal. Ésta es la libertad del tratadista, un arroyo minúsculo, pero que corre.

Hace unos meses, en el teatro, presencié los trompicones de un director de escena que confundía Miau, esto es, la cesantía, de don Benito, con Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, por tanto, con el paro. (Creo que el franquismo final nos empachó con Max Estrella y con aquella otra señora que gritaba muchísimo desde el carro de Divinas palabras.) Si nuestros hombres de teatro no saben por dónde se andan, ¿cómo van a enterarse los ministros de dónde nos meten con sus tramas? Los ministros cesan, y los hombres de teatro dan, algunos, en el paro. Es oportuno averiguar las propias situaciones, que corresponden a la que Maquiavelo llamaba "verdad efectiva de las cosas". Todo está dicho, sentenció Teofrasto; pero dicho a medias, añadió Ors, perfeccionista. La mitad de la verdad no es una mentira. Ni es urgente completarla. La verdad a medias es un podrido engaño. Hay que dejarla aparte, para tiempo de crisis. ¡Entre tanto, mitades y mitades! Si no la salvación, al menos su continuidad estriba en una sabia cadena de reticenciás meridianas.. Pero a más de sabia, ¡que la cadena sea vibrátil!

No es corporativismo grafómano que haya reducido los acontecimientos tratados a sujetos escritores. No por parecer menos dramático deja de serlo, y mucho, su triste, inútil caso. Otros profesionales tienen más fondos. Los obreros alcanzarán, y es bueno que lo hagan, mejoras y subsidios. Mas ¿quién se ocupará de los fallecimientos económicos y del que su docencia, de cátedra o de pluma solamente, crea en nuestra desmochada sociedad? "Corruptio optimi pessima", que dijeron los del Lacio.

es duque de Alba.

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