_
_
_
_
Tribuna:EL PROBLEMA DE LA CIRCULACIÓN
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tráfico y democracia

Parece un lugar común aceptado y comentado por todos que la circulación en Madrid atraviesa por un período congestivo que nos hace recordar los grandes atascos de los finales sesenta y aflorar la mejoría que experimentó a final de los setenta.Pero lo que no se expone suficientemente, o lo que deliberadamente se oculta, es que la nueva situación de este final de década no se debe tan sólo a la insuficiente capacidad de las calles de Madrid para dar cabida a una circulación ciertamente en alza o a una mala reglamentación de la circulación y el aparcamiento. Lo que, a mi entender, es la causa principal de este aumento de la congestión circulatoria, o al menos un factor de gran trascendencia en la misma, es el incumplimiento generalizado de algunas de las más elementales normas de circulación por parte de numerosos conductores. Más concretamente, el sistemático incumplimiento de las regulaciones y prohibiciones del estacionamiento.

En efecto, lo que resulta novedoso en el actual funcionamiento de la circulación en Madrid es que en la mayoría de las calles del centro urbano los coches aparcan permanentemente en las zonas reservadas a carga y descarga, en las zonas en que está prohibido aparcar, en las zonas reservadas para servicios de urgencia, en las esquinas y cruces de calles, en los carriles bus y en una doble fila casi continua todo a lo largo de las calles y, a menudo, a ambos lados de las mismas.

Consecuencias directas

Este sistemático incumplimiento de las normas de estacionamiento tiene consecuencias directas sobre la circulación que parecen olvidarse.

Por un lado, las dobles filas o el estacionamiento en zonas prohibidas reduce la sección libre de la calle, lo que implica una reducción en su capacidad de canalización del tráfico que, en definitiva, se traduce en mayor congestión y atascos. Este hecho,- con toda su obviedad, no ha sido, sin embargo, valorado en toda su magnitud. Magnitud real que aparece al comprobar, por ejemplo, que en una calle como Cea Bermúdez-José Abascal, que dispone de cinco carriles para la circulación rodada, éstos se ven reducidos a tres como consecuencia de la ocupación de los dos laterales por sendas dobles filas de coches estacionados. Es decir, se ve reducida su capacidad en un 40%. Ello significa que de cada 1.000 potenciales vehículos que podrían circular por ella en la hora de mayor congestión, sólo 600 lograrán pasar por esa sección reducida.

Es importante resaltar, a este respecto, cómo unas decenas de coches aparcados en doble fila son capaces de perturbar, en proporciones tan importantes, la circulación de decenas de miles de vehículos, ya que dos o tres coches así aparcados por manzana inutilizan totalmente un carril en toda su longitud.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Por otro lado, en esta generalización del aparcamiento indiscriminado, los automóviles invaden las zonas de cruces de peatones e incluso las aceras, dificultando notablemente la circulación peatonal, cuando no haciéndola prácticamente imposible. De tal forma que si, por ejemplo, en una zona comercial se pretende cruzar una calle con un coche de niño, el mayor problema no está en el cruce, la dificultad reside en lograr acceder a la calzada, y el riesgo lo constituyen los recorridos por ella, a los que obliga la búsqueda de hueco suficiente entre coches para atravesar la barrera de vehículos estacionados.

La circulación y aparcamiento sobre los carriles bus, una medida de eficacia comprobada para mejorar el rendimiento de los transportes colectivos de superficie y reducir la necesidad de utilización del vehículo privado impide la circulación fluida de éstos, reduciendo su eficiencia al mismo tiempo que desplaza su circulación y paradas al centro de las calles, contribuyendo a perturbar la circulación en general.

La permanente ocupación por turismos de las zonas de carga y descarga o las reservadas para servicios de urgencia hace que los camiones y camionetas de reparto o las ambulancias deban aparcar en doble fila e incluso bloquear completamente el tráfico en las calles más estrechas.

Riesgo de bloqueo

Finalmente, y en muchas zonas, se llega a la paradoja de que utilizar las plazas de aparcamiento legalmente permitidas en la calzada conlleva el cada vez más frecuente riesgo de quedar bloqueado por los automóviles aparcados en doble fila. Porque lo que es característico de este sistema de aparcamiento salvaje, en las zonas de carga y descarga, en las prohibidas, en los carriles bus y en las dobles filas, es que los conductores no tienen escrúpulos en dejar el coche totalmente cerrado, obligando a frecuentes esperas y bocinazos que hacen del conductor honesto un candidato a la violación futura de las normas de aparcamiento.

Ahora bien, lo que es más sorprendente en esta situación, cuando menos injusta para los conductores respetuosos de las normas, es que se produce dentro de una total impunidad. No sólo el estacionamiento ilegal cuenta con la complicidad y ayuda del personal de numerosos establecimientos comerciales y restaurantes o con el de algunos porteros de edificios, sino que cuenta con la más absoluta pasividad de las autoridades municipales. Pasividad que se concreta en la ausencia de campañas de educación de los conductores y en la total inoperancia de las denuncias de los funcionarios municipales, las multas, que se imponen masivamente, al menos en las áreas donde vigilan los encargados de la ORA, y cuya lista de infracciones punibles comprende todas las comentadas.

Pues bien, si el estado de la circulación en Madrid resulta indignante en un contexto político en que se habla constantemente de modernización y racionalización, lo que resulta en extremo preocupante es que las autoridades municipales sancionen de hecho una situación de vulneración sistemática de las más elementales normas de comportamiento cívico y consagren con su pasividad que unos centenares o miles de automóviles mal aparcados retrasen y trastornen la vida diaria de cientos de miles o millones de personas.

¿Qué sistema democrático puede apoyarse sobre una vida cotidiana donde triunfa la ley de cada cual, donde no se respeta el derecho elemental de los demás a circular, a pie, en coche o en autobús, donde el ciudadano tiene que resignarse a los reducidos espacios de circulación que le dejan los violadores de la ley? ¿Qué autoridad puede sentirse legitimada tolerando este sistemático incumplimiento de la ley? Y, finalmente, ¿qué efecto pueden tener estos comportamientos en una joven democracia?

Porque lo que uno tiende a sospechar es que el caos de estacionamiento y circulación no es más que un síntoma superficial de un estado de derecho también vulnerado en otras esferas legales. Y en cualquier caso, si no fuera así, si se tratara de un hecho aislado, el peligro es que estos comportamientos operen como una masiva y continua escuela de incivilidad, contribuyan a habituar al ciudadano a la violación impune de la ley, sean, en definitiva, un aprendizaje diario de comportamientos bárbaros o antisociales, que constituyen una nueva ley de la selva donde el más fuerte, el que puede o sabe no pagar las multas o está protegido por complicidades, campa por sus respetos.

Cuando uno llega a Madrid desde fuera, desde el extranjero o desde otras ciudades españolas más respetuosas con la ley, piensa que ha llegado a una capital africana, a El Cairo o Nairobi, ante el espectáculo grotesco de una circulación congestionada y de un aparcamiento anárquico e irrespetuoso.

Una capital que, sin embargo, pretende presentarse a Europa como su capital cultura¡.

Llámesela, si se quiere, la capital de las exposiciones de arte o de los conciertos de rock, o incluso de las nuevas tecnologías. Pero no capital culturaL Porque cultura significa, ante todo, civilización, sensibilidad, respeto a los demás..., algo totalmente reñido con el salvajismo que impera en la vida cotidiana.

es doctor ingeniero de Caminos, profesor titular de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_