Y punto
Aquel hombre que viajaba durmiendo a medianoche en el asiento de atrás se levantó de pronto y era Manuel Fraga Ir¡barne. Había asistido a un almuerzo con fabada y había meditado tan profundamente a las seis de la tarde, mientras el acto al que asistía discurría por los meandros habituales de las celebraciones solemnes, que la gente creyó que también entonces estaba dormido, y le daba codazos. A él debía darle igual el desarrollo del acontecimiento porque tiene el aspecto de haber estado en todos e incluso disfruta del aire de haberlos inventado.No es extraño que así parezca porque Manuel Fraga Iribarne es de los españoles rotundos sobre los que no cabe ninguna duda y punto. Es una raza de las de antes y no es una raza cualquiera. Se ríen lo justo, gesticulan con la autoridad que les da la procedencia y andan a zancadas como si fueran a recoger al final de su largo paso la manzana de Newton, que ellos no dejarían caer, pues no faltaba más. Días después de aquel viaje soñado por Manuel Fraga Iribarne oí que le llamaban desde una emisora de radio, y le escuché gesticular al otro lado del teléfono para decir que no. Estos personajes rotundos dicen que no como si estuvieran diciendo que sí, y tanto la afirmación como la negación suenan como chirridos españoles, que son chirridos muy particulares.
Padecen una seriedad atosigante, como una defensa espiritual que fulmina con la mirada, y cuando una conversación se les tuerce ellos miran muy cejijuntos y dicen: "Y no tengo nada más que decir". Se pasan la vida poniendo el punto final, acaso porque sufran el espejismo de la eternidad, como todos los que saben que un golpe de tos suyo es la enfermedad del universo.-
Ahora vemos que vuelve, como los ríos, y es probable que sea para bien, porque cuando se va un hombre como Fraga se mutila el universo, que diría José Hierro.. Dice que no va a ser el mismo. La duda está en si va a ser el hombre que dormía en el asiento de atrás o el hombre que cortó el teléfono. A él no le cabría ninguna duda. Y punto.
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