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Tribuna
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Finalmente

Actúan sobre todo los domingos. Se les suele ver por los parques infantiles, dándole a un columpio o ejerciendo de amaestradores de toboganes. A veces les pierde la audacia y se empeñan en introducir el pringue de un potito en las fauces rebeldes de su bebé. Podrían ser los nuevos padres si no fuera porque están a punto de caducar. Les suelen acompañar en esa exhibición de la paternidad dominical mujeres maduras que en los últimos años supieron pasar del tejano a la lencería fina y que, finalmente, descubrieron que las ideologías pasan pero sólo la biología permanece y conviene no hacerla esperar.En esos sonidos guturales que los padres cuarentones dirigen a sus bebés rezagados hay mucho miedo acumulado en silencio. Han sido nueve meses de lecturas médicas y estadísticas atroces, de análisis a ciegas y de esa culpabilidad gaseosa que produce el estar llegando tarde a casi todo. Precisamente por ser hijos del 68 se amaron con la pasión del sesenta y nueve, que ni engorda ni embaraza, y consideraban más noble entregarse a la causa de la tribu que no a la de la especie. Durante muchos años los hijos fueron una marcha atrás atascada o un misterioso capricho de la luna. En cualquier caso, un error en el infinito aprendizaje de los cuerpos. Nunca se entendieron los hijos con la revolución. Quizá porque aquéllos crecían y ésta ni avanzaba ni dejaba avanzar.

Saben que el bebé es un gadget que rejuvenece al padre. Pero en la legítima ostentación de esos niños concebidos por los pelos hay la sombra del hombre reinjertado. Un buen día se miran al espejo y ven que ya no son como hasta ahora: una cana repetida, un pliegue bajo el párpado, el reencuentro con el pijama por las noches. Es entonces cuando se encierran en lo más serio de sí mismos y en sus copulaciones hay un nosequé de ventanilla a punto de cerrar. Creen invertir su último espermatozoide en un testamento carnal que diga "les juro que he sido" y se les ve felices con su nueva conciencia de dodotis. Lagartijas curiosas que perdieron la cola en quién sabe qué batallita y que se disponen a verla crecer de nuevo.

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