'Ecuatós' en Libreville
80.000 ecuatoguineanos pasan a Gabón huyendo de la miseria o del terror existentes en su país
Los gaboneses les llaman ecuatós y les atribuyen una aureola de peligrosos delincuentes; sin embargo, los demás emigrantes de Libreville les reconocen una fama de trabajadores infatigables. Son los expatriados de Guinea Ecuatorial que todos los días cruzan clandestinamente la frontera con el vecino Gabón en busca de fortuna. Todos sueñan con volver a su tierra, pero año tras año su número va creciendo, y con ello, la xenofobia de los gaboneses, que los utilizan como mano de obra a precio de saldo. No queda mucho tiempo para la política, pero en los barrios de chabolas de Libreville, donde son los amos, el desarraigo anima una silenciosa protesta contra el Gobierno de Malabo. Una enviada especial de EL PAÍS visitó recientemente Gabón.
Los guineanos comenzaron a cruzar las fronteras hacia Gabón a comienzos de los setenta para huir de la dictadura de Francisco Macías quien, ante la imparable hemorragia, llegó a decretar el hundimiento de los cayucos -embarcaciones talladas en el tronco de un árbol- en todo el país. El éxodo coincidió con el comienzo del declive de la ex colonia española, que en los años sesenta había lucido la condición de segundo país más próspero y desarrollado del continente africano, después de Suráfrica."En la época colonial eran los gaboneses los que venían a buscar trabajo a Guinea", explica José, uno de los expatriados guineanos que llegaron a Gabón en la época de Macías. Hace nueve años que el presidente Teodoro Obiang derrocó a su tío, pero José, como muchos otros, no se atreve a regresar a su país. "Los que mandan siguen siendo los mismos, y el mero hecho de vivir en Gabón me convierte en sospechoso", explica; "pero, aunque no fuera así, ¿de qué iba a vivir yo en Guinea, donde la situación va de mal en peor?". José vive con su familia en Kembó, uno de los barrios de chabolas más grandes de Libre ville y con mayor índice de delin cuencia. Goza de ciertas comodidades que harían las delicias de cualquiera de los habitantes de los arrabales de Malabo: luz eléctrica, televisión y aparato estéreo. Sin embargo, la vida no es fácil en Gabón: la vivienda, con techo de uralita y tablones de madera burdamente ensamblados, se lleva 60.000 cefas (unas 24.000 pesetas) de los 80.000 que José gana al mes como chófer. Con lo que queda tiene que man tener a cinco de sus seis hijos, los cuales está aprendiendo a dar sus primeros pasos con la segun da hija de su primogénita, que también reside con su marido en una de las tres habitaciones de la chabola. La clave del milagro de la economía casera que gobierna la casa de José es su mujer, Alfonsina, que tiene a gala haber aprendido a bordar "como Dios manda" en el colegio de las monjas españolas de su pueblo.
Es difícil fijar el número de guineanos en Gabón, pero se cree que nunca baja de las 80.000 personas. Una cifra considerable si se tiene en cuenta que Guinea cuenta con un total de 350.000 habitantes. El problema suscitó el pasado junio la atención de parlamentarios europeos que visitaron Malabo y pusieron a disposición del presidente Obiang unos fondos de la CE para repatriación. Sorprendentemente, hasta la fecha, Malabo no ha cursado ninguna petición.
"A los de Malabo no les interesa que volvamos; los que estamos fuera somos los más preparados y concienciados" explica otro guineano. Como todos los mayores, considera que hay que 'hacer algo". Su preocupación son los adolescentes, que cada vez se entregan más a la delincuencia, castizan menos y prefieren el vídeo y la discoteca a la política.
Mientras, sigue el va y viene de ecuatós a través de los senderos que se pierden por la selva del interior o en sus cayucos por mar abierta. Bata, la capital continental de Guinea, está a apenas un día de viaje en coche, y muchos de los que no están comprometidos políticamente visitan regularmente su tierra. No siempre el viaje es fácil. En una de las chabolas otro hispano llora abatido. Hace dos semanas perdió a su mujer y cuatro de sus niños al volcar su cayuco mientras navegaban hacia Libreville.
'Mozos de brega'
Los hombres suelen trabajar como mozos de brega, sin horario en los comercios y almacenes de los libaneses de la capital, y constituyen el grueso de la mano de obra en la construcción y las explotaciones de madera de okumé del interior por un coste sustancialmente inferior al de sus colegas gaboneses. Ellas son generalmente empleadas de hogar y redondean sus ganancias por la no che en los prostíbulos que improvisan, uniendo sus recursos, alquilando entre varias un piso; su objetivo es la compra de electrodomésticos -especialmente neveras- para poder montar un bar a su vuelta en Guinea, ropa y los bateaux-lits (camas con cajoneras) para su dote. La sombra de la expulsión y las redadas policiales planean siempre sobre los emigrantes. Especialmente tras la repatriación forzosa, hace tres meses, de unos 500 guineanos decretada por las autoridades gabonesas."Lo más duro es la situación de discriminación y desprecio a la que estamos condenados; pero al final, por mal que nos pese, todos acabamos volviendo a Gabón", explica una joven que estudió bachillerato y mecanograria. Las primeras veces que viajó a Gabón fue para visitar a un alto funcionario del Gobierno gabonés del que fue amante. Gracias a sus favores montó un pequeño bar en Bata. "Como en Guinea no hay dinero, nadie paga, y aquí estoy de nuevo", explica.
El contrabando es una de las actividades más florecientes entre los expatriados guineanos. En una ensenada de Port Mol, no lejos de la gendarmería gabonesa, siempre dispuesta a hacer la vista gorda, los cayucos con la mercancía procedente de Guinea -aceite de oliva español, alcohol y droga- juegan su suerte intentando confundirse, cada tarde, con las -embarcaciones de los pescadores.
María es la dueña de un cayuco de lujo con motor. Lo compró en Libreville, a plazos, especialmente para el contrabando, y ya lo ha amortizado. Vive en Gabón, pero viaja a Bata al menos una vez a la semana. Tiene contratado de forma fija a un mozo para que la asista en las expediciones que dirige personalmente. La última descarga le costó un sesentamil (60.000 cefas) a los gendarmes gaboneses. "Los aduaneros guineanos salen mucho más baratos".
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